Wagner, danzado y polémico
La Wagner. / Intérpretes: Ayelén Clavin, Carla Di Grazia, Josefina Gorostiza y Carla Rímola. / Música: Richard Wagner, Phil Niblock, Armando Trovajoli. / Escenografía: Mauro Bernardini. / Vestuario: Martín Churba. / Iluminación: Fernando Berreta. / Edición y arreglos: Jorge Grela. / Sonido: Guillermo Juhasz. / Coreografía: Clavin, Di Grazia, Gorostiza, Rímola, Rotemberg. / Asistente de dirección: Lucía Llopis. / Dirección: Pablo Rotemberg. / Centro cultural san martín: Sarmiento 1551. / Funciones: miércoles y viernes, a las 21; sábados y domingos, a las 19. / Duración: 55 minutos.
Nuestra opinión: buena.
Una vez más, la experimentación y la transgresión se imponen en la creación del músico y coreógrafo Pablo Rotemberg. En esta oportunidad, su universo se cruza con el de Richard Wagner en una obra que atrapa y desconcierta a la vez. El juego es intenso. La energía se lleva a límites casi extremos. Las acciones en el espacio se multiplican, por momentos, a un ritmo frenético.
La Wagner posee una estructura apoyada en fragmentos de piezas del creador alemán -de Parsifal, Sigfrido, La valquiria y Tristán e Isolda, entre otras, y cada una propone en escena una situación de particular excitación en los cuerpos de las intérpretes. Cuatro mujeres desnudas que, a lo largo del espectáculo, lograrán que ellos pasen de la fría quietud a una violencia inusitada; retomen la calma y vuelvan a rebelarse.
Esos cuerpos también irán tornándose en formas humanas que parecerían superar todo decoro. Si en ciertos momentos expresan un bello erotismo, en otros dan rienda suelta a fantasías sexuales que conmocionan por su agresividad. Algo es necesario remarcar: la desnudez de las bailarinas nunca incomoda; por el contrario, a medida que avanza la función, resulta el "vestuario" ideal para las conductas de esas mujeres muy dispuestas a enfrentar la música de Wagner con el mayor desparpajo posible y sin dejar de lado la poesía, la construcción de imágenes bellas.
Es un trabajo que sin duda puede generar mucha polémica. Los admiradores de Wagner quizá no se reconozcan en esta construcción espectacular, y quienes no lo son sentirán necesidad de husmear en la vida del autor de El anillo de los Nibelungos para confirmar si algo de lo que sucede en escena está en relación con su vida o su producción.
Pablo Rotemberg vuelve a provocar, con fuerza, la atención del espectador. Lo hace con la seguridad de que estos actos que construye, en los que las tensiones pueden dispararse hacia lugares insospechados, también están plagados de una muy interesante emocionalidad. Habrá que dejarse arrastrar por esas pasiones que estallan en el espacio de la sala Alberdi y llevarse a casa retazos de esas imágenes potentes que han sido construidas con creatividad y talento.
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