Virus: la curiosa cuenta pendiente que saldó la banda en medio de su gira despedida
La banda platense dio un emotivo show en el que repasó sus clásicos, sorprendió con varios lados B y evocó a Federico Moura desde las pantallas
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Cuando en septiembre del último año Virus dialogó en exclusiva con LA NACION y, entre otros anuncios, dio la primicia de se presentaría en el Luna Park como parte de su gira de despedida, todo transitaba aún por una primigenia etapa de preparativos e ideas sueltas que con el tiempo fueron tomando una forma más definida.
Tras recorrer gran parte del interior del país con una notable repercusión, la histórica banda platense arribó finalmente al mítico estadio porteño de Corrientes y Bouchard para brindar un concierto especial y que por diferentes motivos dispuso de una considerable carga emocional. Esto estuvo vinculado al singular hecho de que, en sus más de cuarenta años de trayectoria y por diversas circunstancias, Virus jamás había pisado el Luna, saldando así una prolongada deuda pendiente. Mientras que, por otro lado, y tecnología mediante, el grupo concretó una más que grata sorpresa para los fanáticos que colmaron el recinto tras agotar la totalidad de las localidades.
“Tomo lo que encuentro” y “Sin disfraz” dieron inicio a una noche de reencuentro y plagada de canciones absolutamente instaladas en el inconsciente colectivo del público argentino y también latinoamericano. Se trata, sin dudas, de melodías resistentes al paso del tiempo y a las modas que, partiendo desde el escenario, se amplifican en las miles de voces que corean y conocen las letras al dedillo.
No obstante, y quizás como un guiño hacia sus más acérrimos seguidores o bien por tratarse de una velada peculiar, la agrupación no se limitó a respetar el obligado libreto de los infaltables y grandes clásicos que todos esperan escuchar. A ellos les acopló un puñado de temas muy festejados y desempolvados del baúl de los recuerdos que hacía mucho tiempo no sonaban en vivo: “Densa realidad”, “Loco coco”, “Los sueños de Drácula” y “Lugares comunes”, entre otros, dieron cuenta del rico y vasto repertorio que posee Virus independientemente de sus indiscutidos hits.
Tras superar algunos inconvenientes técnicos iniciales, el sonido del sexteto se fue acomodando y alcanzó su plenitud a partir de la eficaz labor de Ariel Naón (bajo), Patricio Fontana (teclados) y Agustín Ferro (segunda guitarra), quienes se ensamblaron perfectamente a los miembros históricos del grupo. El empuje y la garra tan habituales en Mario Serra (quien tuvo su momento personal a través de un solo de batería) volvieron a estar de manifiesto a través de un desempeño por demás sólido en el que se apoyaron tanto la voz de Marcelo Moura como la guitarra de Julio Moura. Sin embargo, y tal como lo habían demostrado en su show del último año en el festival Quilmes Rock, es evidente que una nueva dinámica escénica ha surgido entre los hermanos. A su labor como vocalista principal, Marcelo sumó ahora una mayor presencia en teclados adicionales y esporádicas guitarras. En tanto Julio, sin abandonar su rol de guitarrista líder, ha adquirido una decisiva preponderancia como cantante, haciéndose cargo, con suma expresividad y sensibilidad, de varios temas, entre ellos “Dame una señal” (en un renovada versión con aires de bossa nova y un fragmento de su letra en portugués), “Superficies de placer”, el celebrado “¿Qué hago en Manila?” y “Ausencia”.
Si algo caracterizó a Virus a lo largo de toda su carrera eso fue, más allá de lo musical, su dedicada pasión por el más mínimo detalle y su meticulosidad a la hora de diseñar un concepto estético que acompañara con ingenio y buen gusto a su propuesta en vivo. Y este concierto no fue la excepción. Por fuera de una puesta en escena basada en acertadas visuales, imágenes históricas de la banda en blanco y negro y un atractivo diseño lumínico, los aspectos tecnológicos cumplieron en ese sentido un rol fundamental. Así como en el espectáculo Gracias Totales Soda Stereo “trajo de regreso” de algún modo a Gustavo Cerati, ahora Virus hizo lo propio con Federico Moura, cuya figura fue evocada desde la amplia pantalla que ofició como telón de fondo.
Por unos instantes, el público quedó impactado e incluso extasiado ante la elegancia, el magnetismo y su inigualable estampa. Pero sobre todo al escucharlo entonar “Dicha feliz”, “Amor descartable” y “Hay que salir del agujero interior” en perfecta sincronía con las voces de sus hermanos Marcelo y Julio y con el resto de la banda. Fue, sin dudas, uno de los pasajes más emotivos de la noche junto a la interpretación de la inspiradísima “Despedida nocturna”, “Transeúnte sin identidad” e “Imágenes paganas”.
Por otro lado, vale señalar que si bien a esta altura puede resultar un recurso un tanto trillado (Queen apeló a él para recordar a Freddie Mercury en sus últimas giras junto a Adam Lambert), el efecto en el público no fue para nada menor ni pasó inadvertido. Esto se dio así ya que muchos de los que se dieron cita en el estadio jamás habían visto ni escuchado a Federico de manera tan vívida, logrando una aproximación lo más real posible al arte del recordado cantante y compositor que junto a Virus influyó y dejó un tremendo legado en infinidad de músicos locales y de diversos puntos de América Latina.
Las presencias de los invitados Manuel Moretti (Estelares) y Benito Cerati en “Me puedo programar” y “El probador”, respectivamente, sirvieron para engalanar una noche única y pasar así de un clima íntimo a otro más festivo de la mano de “Polvos de una relación”, “Pronta entrega”, “Desesperado secuencia uno” y “Destino circular”.
Por su parte, “Wadu wadu”, “Mirada speed”, “Una luna de miel en la mano” y el soplo rockero de “Carolina” despegaron al público de sus asientos sellando el demoledor epílogo de una historia que, en breve y antes de su cierre definitivo, promete escribir nuevos capítulos en Latinoamérica, Estados Unidos y España con una vigencia inapelable.
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