Virginia Innocenti: de la atracción por la figura “rockera” de Tita Merello al alejamiento involuntario de la TV
La cantante y actriz vuelve a ponerse en la piel de la intérprete de “Se dice de mí” con un concierto basado en los tangos que cantaba la Merello
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Sobre el piano de la casa de Virginia Innocenti en Villa Ortúzar hay dos retratos, uno de Tita Merello y otro de su mamá. Un rato después, en la cocina y mate de por medio, cobrará sentido la relación entre estas dos mujeres.
“No conocí personalmente a Tita sino a través de mi madre que la admiraba profundamente. A mi mamá le hubiese gustado ser la Merello. Pero se casó y se dedicó a cuidar a sus hijos, a los padres, a la familia. Y me insistía con que yo tenía las herramientas y la capacidad de interpretarla en todo su abanico. Un poco por complacerla y otro por lo que me contaba, me involucré con este personaje, una adelantada para su época. Mi obra Dijeron de mí fue la primera que se hizo sobre la vida y obra de Tita Merello”, dice Innocenti sobre el espectáculo que estrenó en 2010 en el Maipo Kabaret, antes que el musical de Nacha Guevara y la película Yo soy así, interpretada por Mercedes Funes.
Los doce temas de ese premiado espectáculo, con arreglos y piano de Diego Vila, están disponibles como disco desde el 13 de septiembre en todas las plataformas. Y este sábado 12, Innocenti presenta este material en el Café Berlín, con el maestro Julián Caeiro al piano. “El 11, Tita cumpliría 120 años. Es un modo de seguir homenajeándola como lo vengo haciendo hace unos cuantos años”, dice la actriz y cantante.
–¿Por qué el disco?
–Mucha gente me decía que ponía la obra –que está tanto en DVD como en Teatrix– para volver a escuchar las canciones. Les conté esto a Daniel Rivas y Pelu Romero (director y productor de la filmación) y a Karina Barroso, amiga y productora de casi todas mis incursiones en la música. Me parecía que teníamos un disco. Y se lo hicimos escuchar a Diego Zapico, director de Acqua Records. Y sí, nos dimos cuenta que teníamos un discazo entre manos. Y todo esto, en realidad, empezó con mi primer disco, que se llama Habrá.
–Es de 2004. ¿Por qué la relación?
–Porque en ese disco, que es muy ecléctico, hay canciones de mi autoría y versiones de temas muy conocidos. Una de esas versiones fue la de “Se dice de mí” (grabado por Merello en 1954, letra de Ivo Pelay y música de Francisco Canaro), porque me gusta mucho atravesar ese desafío de meterme con canciones muy, muy populares y apropiármelas y tratar de poner mi sello.
–Sí, como hiciste con “Tiritando”, una de Donald.
–Claro, que no es de Donald. La hizo popular Donald como cantante, pero es del publicista Nono Pugliese esa canción; la letra y la música. Y es un tema bellísimo y a la gente le sorprende mucho. Volviendo a “Se dice de mí” -también con arreglos de Diego Vila, con quien empecé a tocar en 2000-, como gustó mucho esa versión empezaron a llegar propuestas para representarla en el teatro. Pero no me cerraban mucho los materiales que me acercaban. Repetían lo que todos sabíamos de Tita Merello, la que pasó a la historia como alguien un poco mal llevado, malhumorado. Y para mí era, es, un personaje inmenso y riquísimo. Mi intención fue rescatarla, traerla a la memoria, rescatarla del olvido y también poder contar lo que menos se conoce de ella. Tita es lo más rock and roll que dio nuestra historia. Por cómo se plantó. También ayudó a salvar las vidas de muchas mujeres con su preocupación por la salud, con esa famosa frase de “muchacha, ¿te hiciste el Papanicolau?”, en un momento en el que era absolutamente tabú hablar de esas cosas. Alguien de orígenes tan humildes y una vida tan dura, que a fuerza de talento nato y de inteligencia se pudo construir una vida, rescatarse y rescatarnos con su arte: fue una de las más grandes actrices de nuestra historia. Decían –porque siempre nos comparan con alguien de afuera- que era nuestra Anna Magnani, nuestra Bette Davis, nuestra Edith Piaf. Yo creo que sí.
–Mujeres artistas que tuvieron que pararse fuerte...
–En general, nos tenemos que parar fuerte para no ser las Camille Claudel de los señores en cuestión. Siempre ha habido algo de muchísima competencia y de querer comerse esa luz que en un primer momento los atrae y admiran y, seguramente, desean para sí. Tita provocaba sentimientos muy encontrados pero indiferencia jamás. No hay respuestas al por qué sucedía eso con semejante mujer. Y cuando no hay respuestas surge el mito. Mito y, con el paso del tiempo, ícono de los feminismos porque es una mujer que nos allanó mucho el camino. Es como Gardel.
–¿Cómo pensaste esta presentación en el Berlín?
–¿Viste que cuando estás por morir dicen que se te pasa la película de tu vida? Lo digo en el espectáculo y en esta presentación del Berlín ¿Cómo son los minutos previos a morir? ¿Cómo se suceden en nuestra mente los recuerdos? Me sitúo en ese 24 de diciembre de 2002, cuando muere. Es muy fuerte que ella haya muerto en esa fecha. Ella habló sobre las Navidades que pasó sola y que la tristeza aparece cuando uno adivina la felicidad que nunca va a poder tener. Hay una película, Viva la vida, de Enrique Carreras, que tiene una escena mítica donde ella habla por teléfono y dice, aunque está sola, que está pasando ese 24 en familia, festejando. Entonces, fantaseando, pensé en esas estampas del recuerdo, ese devenir antes de la muerte. Ese orden está respetado en el disco, como un concepto bastante cinematográfico. Voy y vengo en el tiempo, la viejita, la chica de 16 años en sus inicios, la picaresca, el teatro de revistas, cuando Luis Sandrini la dejó y ella canta “Llamarada pasional”, que es el único tango que escribió, con música de Atilio Stamponi. También cuando fue proscripta por su ideología política, cuando lee la carta que dejó René Favaloro al suicidarse. Todas las canciones suenan desde un estado anímico muy fuerte. Me gusta trabajar desde un concepto, un cuento que quiero contar y las canciones las uso como texto dramático.
–Igual que Tita, sos intérprete de canciones y de personajes. ¿Por qué todavía el público te asocia más con la actriz que con la cantante?
–Cada vez menos, pero es cierto que la mayoría de la gente me conoce porque me he metido en sus casas desde muy jovencita a través de la televisión. Llevo 40 años como actriz en cine, en teatro, en televisión. Y como cantante, la mitad: llevo 24 años cantando en vivo y hace 20 salió mi primer disco. Tuve la posibilidad de trabajar con grandes directores y hacer personajes que la gente recuerda. Trabajé con Leonardo Favio, en teatro interpreté a La Maga, en la única vez que se hizo una versión de Rayuela, de Cortázar, cosas que son fuertes.
–La dramaturgia la hizo Ricardo Monti, autor también de una obra que dirigiste.
–Monti me amaba. Le propuse dirigir La oscuridad de la razón, su obra más querida. No se había vuelto a representar desde que la estrenamos en los noventa con Leonardo Sbaraglia y Rita Cortese, dirigidos por Jaime Kogan. Más de veinte años después la dirigí, con música de Maia Mónaco.
–También suelen asociarte a personajes de villanas, quizás por haber sido la antagónica de Andrea del Boca en Antonella (1992). La última que hiciste fue Libertad, en ATAV.
–Me interesa construir estos seres con complejidad -que es lo que nos suele suceder a todos- y salir del personaje bueno y el malo; eso es muy superficial, ¿no? Ese era el deseo para Dijeron de mí, mostrar la complejidad de Tita Merello.
–Ficciones en televisión abierta ya no hay pero ¿te llaman para actuar en producciones para plataformas?
–No, no me están convocando. La verdad que después de semejante camino recorrido, tener que hacer un casting para esas producciones, no sé, tiene que ser un proyecto al que me convoquen, que me interese muchísimo, muchísimo. Tengo muchas ganas de hacer cine. Si aparece algo en cine, sí, pero, bueno, estamos en un caos.
–Y autogestionás tus proyectos, como tantos artistas.
–Sí, porque me ofrecieron muchísimas cosas de teatro, pero para subirme al escenario prefiero subirme a hacer lo que yo misma escribo, porque es hermoso aunque muy desgastante también. Salvo excepciones, como fue Doña Rosita la soltera, en 2016, con música de Alberto Favero y dirección de Hugo Urquijo, en el Regio.
–¿Qué podría llegar a interesarte como propuesta, aparte de tu propia escritura, de tus ideas, de tus ganas?
–Tiene que ser algo que me seduzca muchísimo. Por ahora no pasó. Me han ofrecido varias obras de teatro comercial, pero mi alma necesita otra cosa. Vengo de muchos duelos: mis padres, mi amigo querido y admirado Gabo Ferro, mi perra, el accidente que tuve el año pasado –y que me salvé de milagro- )... Estoy volviendo como de a poquito con cosas que me revitalicen, que me rearmen, que me den amor y que sean, a su vez, mi manera de comunicarme y darle amor a los otros.
–Mencionaste a Favio, el director de Gatica, el Mono (1993), donde trabajaste. ¿Qué recuerdo tenés de esa experiencia?
–Fue un maestro, yo aprendí muchísimo de él y ha sido muy generoso conmigo porque incorporó muchísimas cosas. Era alguien muy observador y muy creativo. Hay muchas cosas del personaje de Gatica que incorporó por verme bailar. Estábamos esperando con Miguelito Fernández Alonso -que falleció, el que interpretó a Miguel de Molina- para filmar, los dos producidos. Habíamos sido compañeros de danza, de tango, en la película Cipayos. Favio siempre ponía música en el set, no trabajábamos con sonido directo. Después nos doblábamos porque le gustaba dar indicaciones mientras estabas en cámara, le gustaba ir diciéndote cosas para que vos incorporaras. Y entonces nos pusimos a bailar mambo y a jugar porque estábamos aburridos. Y justo pasa Favio con Rodolfo Mórtola, el director de arte, y se quedaron mirando. Y cambió toda la puesta: “primero vas a bailar el mambo con la cara”, me dijo, e hizo un corralito de sillas para que yo pudiese girar en primerísimo primer plano sin salirme de foco. Con Favio hablábamos mucho de lo importante que era estar presente en el momento de actuar, la clave de toda buena interpretación, estar ahí habitando el momento, siendo consciente de lo que la palabra dice, de lo que estás contando; tener esas imágenes, dejarte atravesar por esas palabras, por esos sonidos.
–¿Das clases a actores y actrices?
–Sí, doy clases a artistas, porque también hago seguimiento de proyectos de bailarines. Son tutorías personalizadas. A veces doy seminarios sobre herramientas en el arte de la interpretación, para cantantes, bailarines, actores, para cualquiera que quiera subirse a un escenario y decir algo.
–¿El feminismo y las canciones de amor romántico cómo se llevan?
–Son cuestiones distintas. Y todos tenemos que deconstruirnos, varones y mujeres, porque nosotras también estamos formateadas en un código de correspondencia afectiva que no nos hace bien. Y es un trabajo personal muy difícil que te deje de gustar lo que te hace daño. Porque estamos criadas para eso. Estamos en un sistema patriarcal que nos ha hecho percha tanto a los varones como a las mujeres, porque también ellos tienen una cantidad de mandatos tremendos. Y es muy difícil para ambos salirnos de ahí.
–Como pasa en Herida absurda, el espectáculo musical que hiciste este año con Hernán Lucero...
-Claro -y espero que lo repongamos pronto-, justamente, ahí hay una mirada crítica, con humor, sobre un vínculo típico heterosexual con un macho argentino hecho y derecho, cantante de tango y seductor. Ella se enamora perdidamente hasta que le dice que eso ya no lo quiere más. Muchas de las canciones que canto en Herida absurda están escritas por varones, interpretadas por varones y dedicadas a las mujeres, pero se las canto al personaje de Hernán. Es un poco el guiño de actualidad. Decirle al varón “solo, fané y descangayado”.
–¿Qué recordás de Confesiones de mujeres de 30, que estrenaste en 1994 con Andrea Politti y Alejandra Flechner?
–Adaptamos mucho el texto original. Porque nos parecía machista la obra, a pesar de todo. Pusimos mucho de nuestra pluma ahí. Fue un boom eso, como unas Titas Merellos en ese género, fue algo muy popular y las mujeres de distintos estratos sociales se sentían identificadas masivamente.
–En Herida absurda decís que “cantar es el antídoto para el alma rota”. ¿Cantar todavía sería más sanador que actuar?
–Sí, sin duda.
–¿Y cuáles son esas heridas?
–Todos tenemos la inocencia herida. Esas son las heridas. De eso se trata estar vivo, ¿no? Y estar caminando por este mundo.
–¿A quién extrañás?
–Creo que lo que uno extraña son esos pocos instantes de la infancia en los que uno se sintió un ratito en el paraíso. A veces me pregunto si después, el resto de nuestra vida, lo intentamos reproducir. Yo trato de mantener mi niña viva y creo que estoy jugando. Mis compañeras de colegio me dicen que siempre fui así. Creo que eso es lo que me mantiene viva. Y extrañar... A veces me agarra una cosa que me gustaría juntarme con todos mis amigos y mis amigas queridas y mi familia, los vivos y los que ya no están.
–Como en Coco...
–Claro, sí, yo soy re Coco.
–¿Sos muy familiera?
–Lo he sido mucho, ahora no tanto; al no estar mis padres es más difícil. Me encanta. Mi mejor plan es juntarme con un mate a conversar con mis amigos y escucharlos y que me escuchen.
Dijeron de mí. Virginia Innocenti canta a Tita Merello. Piano: Julián Caeiro. Sábado 12, a las 20.30, en Café Berlín (San Martín 6656). Entradas por la web de Café Berlín y en LIVE PASS. $ 15.000
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