Viña del Mar: el festival más tradicional del continente se actualiza
Por algo lo llaman “el Festival de Festivales”. En la era en la que los espectáculos priorizan la experiencia, la vivencia en movimiento con actividades que trascienden y completan el mero consumo musical, el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar parece erigirse como un bastión de la resistencia de la acepción más tradicional del concepto. Un anfiteatro, un escenario, dos números musicales y uno de humor son los componentes básicos del festejo que paraliza Chile durante una semana, todos los veranos hace casi 60 años.
“Es la gran fiesta de los chilenos, para nosotros es como el Carnaval: durante esta semana, todos los ojos del país están posados aquí”, asegura Marcelo Sandoval, Director de Comunicaciones de Chile Visión. Porque hace casi 60 años (esta es la edición número 59), Viña del Mar es este festival popular al que asisten 15 mil personas por noche pero principalmente es un cronometrado show televisivo (que transmite Chile Visión, y replica TNT y HTV en vivo para toda la región) al que sintonizan unos 150 millones desde cada rincón del continente. Año a año, la Quinta Vergara recibe a los artistas más renombrados de Latinoamérica junto a algunos representantes de la música angloparlante para sumar sus repertorios a un despliegue descomunal que se hace cada vez más imponente. Esta vez, la presencia de nombres fuertes como Luis Fonsi,Jamiroquai y Carlos Vives asegura el éxito dentro y fuera del predio: cada jornada, el pico de audiencia de la transmisión ronda los 50 puntos de rating.
Con un costo total de 11 millones de dólares (700 mil destinados a Fonsi y su “Despacito”, el artista más caro de esta edición), gran parte de la inversión tiene un doble objetivo: traer a los nombres del momento y alimentar el hambre voraz del “monstruo”, como se conoce al implacable público del festival, capaz de abuchear al menos querido hasta hacerlo estallar en lágrimas o vitorear a sus favoritos para que se lleven los premios simbólicos, la Gaviota de Plata y la Gaviota de Oro.
El monstruo mutó con los años, se hizo más inclusivo. “La constitución del público refleja el crecimiento sociocultural del país, la antigua rivalidad entre los países vecinos quedó en el pasado, por ejemplo”, dice Rafael Araneda, animador del espectáculo junto a Carolina de Moras. A pesar de continuar sentenciando de manera marcial, es verdad que el monstruo se muestra más abierto, sobre todo en lo que respecta a los humoristas, hasta hace no mucho tiempo exclusivamente chilenos. De Moras redobla, también refiriéndose a la competencia de talentos que se realiza entre número y número, donde se ven representados otros países de la región: “Es la principal fiesta de Latinoamérica, es única y por eso perdura: los artistas vienen a graduarse frente a un público que no es exclusivamente suyo.” De Sandro a Shakira, en sus seis décadas de existencia, una larga lista de cantantes y bandas buscó ese reconocimiento y logró catapultarse con éxito.
Más allá de la necesidad de mantener su reputación, el público tiene por lo menos una razón para ser exigente: asistir al Festival de Viña no es barato. A los costos de traslado se le suman los valores de las entradas: los palcos cuestan 225.000 chilenos (unos 7500 pesos argentinos) mientras que las plateas, de acuerdo a la ubicación, pueden salir entre 150.000 (5000 pesos) y 67.000 (poco más de 2000) por noche. Los valores se dimensionan cuando se los contrasta con este dato: el sueldo básico en Chile es de 280.000 pesos.
Para la familia Lobo Sánchez, sin embargo, el desembolso no representó un esfuerzo: “Mis hijos son profesionales así que cada uno se hizo cargo de su entrada y yo pagué la mía y la de mi mujer”, cuenta el padre de Caterina (30, fonoaudióloga) y Esteban (29, ingeniero), que asistieron por primera vez al festival para ver a Jamiroquai y al humorista local Stefan Kramer. Durante el show, los cuatro miembros del clan -las mujeres con coronas de flores decorando sus cabelleras- tiran pasos al ritmo del funk británico e inmortalizan el momento con una selfie. Una postal que no parece estar alejada de lo que sucede en el resto de los festivales del mundo donde el disfrute compartido (y viralizado) es parte fundamental de la experiencia. Aunque, sí, monstruo hay uno solo.
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