Este viernes sale El pozo brillante, el nuevo disco solista de Vicentico; el cantante habla de su identidad, de los comienzos con Los Fabulosos Cadillacs y del proceso de composición y grabación de su flamante obra
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“¡¿Ese es Vicentico?! ¡Me muero! Soy fanático de él”. El cantante acaba de saludar al cronista en la puerta de su antigua casa de Boedo. La distancia que hay entre él y el taxista que, de tan perplejo, no atina a bajar y sacarse una foto con su ídolo, es la misma que persiste entre Gabriel Fernández Capello y su alter ego artístico. Este viernes sale su nuevo disco solista, El pozo brillante (Sony Music), aquél que, en un punto, empezó a sonar en la primavera de 2019, cuando soltó la primera canción: “Freak”.
Un amplio jardín, una mesa de madera larga, dos parlantes potentes y una laptop con las nuevas canciones para ser degustadas: “Freak” abre el juego, “No tengo”, su versión del clásico de Nina Simone, “Ain’t Got No, I Got Life” lo continúa y entre el tercer track, “Quien sabe” y el último, “El Plan” (una canción que quedó afuera de la película que dirigieron su esposa, Valeria Bertuccelli y Fabiana Tiscornia se termina de desplegar el cuadro que hace casi dos años empezó a imaginar el cantante de Los Fabulosos Cadillacs, el crooner porteño que cristaliza su séptimo disco solista.
–Al escuchar ahora “Freak” con el resto de los temas del disco, la sensación es que se trata de una canción que marca el rumbo sonoro de El pozo brillante. ¿Lo ves así?
–Sí... El proceso del disco fue raro porque tuve una primera etapa que duró mucho, en la que el disco iba para un lado. Compuse muchas canciones y empezamos a grabar en Nueva York y también en Buenos Aires. En ese momento era un disco de rock. Un día, ya con ocho o nueve canciones listas, escuchamos todo el material y empecé a dudar. Me di cuenta que por ahí no era la cosa. Me gustaban las canciones, pero sentía que había algo que no funcionaba. Con Héctor Castillo (productor de Fuerza natural, de Gustavo Cerati; La salvación de Solo y Juan, de Los Fabulosos Cadillacs y el reciente Luz, de No Te Va Gustar) nos re manijeamos los dos. Paramos un tiempo, empezamos a repensar, a escuchar música y después arranqué de vuelta a componer solo. Desde ese momento todo fluyó. “Freak” y otra que se llama “Solo para mí” (una balada abolerada, “fantasmagórica”) quedaron de esa primera etapa. El disco, para mí, tiene dos tipos de canciones, unas que son bien de big band y otras más de máquina, que surgieron de buscar capas en la compu. La versión de “Ahora” , el corte que va a salir, también es de la primera época, cuando era un disco más de guitarras. A mí la canción en sí me gustaba, hicimos seis versiones más y al final nos amigamos con la primera. También está en el disco otra versión acústica del tema. Lo que me pasó es que sentí que no era el momento para sacar un disco de canciones pop tocadas por una banda de rock. Me empezó a aburrir eso.
–¿Por qué no era el momento?
–Es algo caprichoso. No era el momento para mí. Pero hay cosas que guardé que están buenísimas. Lo que siento es que básicamente me interesan más los procesos. Prefiero pasarla muy bien durante el tiempo que estamos grabando que el disco en sí mismo. El disco me importa, pero el momento de grabar es copado y eso ya pasó. Ahora tiene que venir otra cosa.
Esa otra cosa es poder salir a tocar en vivo las nuevas canciones. Pero la respuesta no la tiene el papá de Florián (26) y Vicente (14), el fanático de San Lorenzo. Sí sabe, y lo cuenta con asombro, que en agosto tocará en Chicago con Los Fabulosos Cadillacs, en un festival latino que se llama Ruido Fest y que ya los tuvo un puñado de años atrás como cabezas de cartel.
“A mí me gusta grabar discos”, remarca y va más allá: “Entiendo que no va a ser escuchado entero por mucha gente, pero esto es algo que ya nos viene pasando desde hace bastante. Con el último de los Cadillacs ya sabíamos que era así (La salvación...). Yo todavía escucho discos enteros y hago lo que me gusta, busco un camino, unas imágenes en mi cabeza”.
–¿Cómo empieza el proceso que desencadena en un disco?
–En general tengo unas ideas que quiero llevar adelante. Es raro de explicar. Pero voy detrás de esas ideas y trato de que todo esté teñido de eso. En general nadie se da cuenta hasta que aparece alguien que sí lo nota y eso me da una gran alegría. Es empatizar con alguien de un modo rarísimo. Fabían Casas hace un tiempo escribió una serie de notas sobre tapas de discos. Un día me mandó lo que escribió sobre la tapa de Solo un momento (2010). En la imagen estoy yo con un perro y me acuerdo lo que yo pensaba de la tapa, por qué sacamos esa foto, todo. Era sobre alguien que se salvaba a sí mismo salvando a una criatura, un ser vivo y Fabián escribió en esa línea. ¡Me agarró una alegría! Hay una logia secreta de limados que nos entendemos a través de las imágenes y de la música. Por eso pienso que con alguien me voy a comunicar con este nuevo disco. Me entusiasma mucho la idea de comunicarnos. Mientras afuera está sucediendo el mundo del trap, de las plataformas digitales y de todos los que, si le quitan Instagram por una semana no sé que hacen, nosotros pasamos a la clandestinidad.
–Freak, un término que para muchos es despectivo para vos tiene connotaciones elogiosas...
-Sí, es así.
–Y fantasmas, siempre aparecen fantasmas, espectros…
–Me interesa el esoterismo y lo que está oculto. El problema es que uno puede sonar pretencioso hablando de esto cuando después hace un disco de canciones. Pero por eso también los temas tienen muchas capas y cosas para descubrir, como los discos que a mi me gustan, que la décima vez que lo escucho sigo descubriendo cosas. O esos discos que me siguen afectando del mismo modo treinta años después de haberlos escuchado por primera vez.
-¿Te sentís productor?
-En un punto sí. Los últimos discos que grabé están bastante producidos por mí y por la persona con la que estoy. Yo elegí a Héctor (Castillo) y él acepta trabajar conmigo porque hay un claro pensamiento de lo que queremos de la música. Distinto es cuando laburás con un productor- productor, como Cachorro (López), por ejemplo, donde tal vez no tengo ni posibilidad de pelear por grabar una guitarra. Es otro mundo. Me re interesa también, pero en este caso preferí otra cosa.
–Héctor Castillo es tu nuevo socio, ¿tu nuevo Flavio?
–No, nuevo Flavio no. Héctor es un re amigo, un gran talento y en esta etapa mía hago una buena sociedad con él. Flavio (Cianciarulo) es un compañero de toda la vida y va a seguir siéndolo. Nos remanijeamos para seguir haciendo cosas juntos. Hay un grupo de WhatsApp con los Cadillacs. Hablamos pero no estamos tan activos, porque cuando sí activamos es porque ya estamos laburando juntos de nuevo.
–¿Se te dio por alguna otra actividad en este tiempo de pandemia?
–Sí, se me da todo el tiempo, lo que pasa que después no las hago. Todo el año pasado fue de vagancia extrema. Lo disfruté un montón pero ahora estoy extrañando tocar. Me dieron ganas. Se cortó algo que estaba buenísimo. Se cortó la adrenalina del concierto, la energía del día del show. Ojalá se pueda pronto volver a tocar. Y viajar, tomarse un avión, contactarse con otras culturas. Tampoco hace tanto que no viajo, pero ya pasó un tiempo y estamos muy acostumbrados a estar una vez por mes en un lugar distinto, salir a conocer una ciudad lejana en bicicleta.
Como David Byrne, quien le dedicó un libro a su pasión por el cicloturismo (Diarios de bicicleta), a donde vaya Gabriel sale a andar en dos ruedas. “Cuando salgo de gira, mi única exigencia es que haya una bicicleta en cada parada”, cuenta.
–¿Qué extrañás de los shows y de las giras?
–Todo. Los días de los conciertos, en general, uno está todo el día concentrado. No es una concentración heavy. Cuidás tu cabeza, tu ánimo, tratás de estar bien predispuesto, abierto y, después, en el momento del concierto, se van los pensamientos. Por eso hay que jugar mucho al fútbol o hacer actividades físicas que te saquen la cabeza de todo. No es meditativo, pero la cabeza funciona de otro modo cuando canto. Cuando estoy tocando siempre estoy pensando en el momento de subir al escenario, de llegar con la emoción correcta. Algo empieza a fluir en ese instante y es muy lindo.
–Volviendo al disco, ¿por qué se llama El pozo brillante?
–Siempre sentí que los discos están limitados por uno mismo. Las ideas de uno mismo, los formatos. En las canciones hay un límite y ese límite es como si fuera un pozo que tiene profundidad. Para abajo no hay ningún tipo de límite, pero sí para los costados. Y es un pozo que brilla y brilla, en el que hay de todo. Yo le encuentro un montón de lucecitas. Tiene más que ver con viajes psicodélicos. No digo que los haya experimentado pero me interesa el tema de ir para adentro. Ahí hay un mundo inabarcable y el título del disco tiene que ver con eso.
–El adentro asusta, ¿no?
–Asusta un montón y a la vez es lo único que hay. A donde duele, a donde molesta es a donde hay que ir.
–¿Viste tu perfil de wikipedia? En la información personal figura tu mamá, Adelaida Mangani y tus dos padres, Manuel Fernández Capello y Ariel Bufano.
–¿En serio? No, no lo vi.
–¿Te acordás cómo viviste esa etapa de dudas, cuando no estabas tan seguro de quién era tu papá?
–Lo viví como algo normal, conviví de chico con eso. Igual empecé a transitar un camino cuando mis hijos empezaron a ir a la escuela. Una vez, en el jardín, a Florián le pidieron un árbol genealógico. Lo estábamos armando en casa y, cuando llegó la parte del abuelo paterno dudé. ¿Acá qué se pone? Y ahí empezó un camino de averiguar, de buscar respuestas. Lo viví con bastante alegría. No siento que nadie haya hecho nada malo, sino que la vida es como es. Es más, demasiado valientes fueron mis viejos de encarar la vida de ese modo y llevarla adelante. Es la que vivieron. Pero sí tuve una bronca conmigo mismo. Yo siempre tuve muchos problemas con los documentos, perdía seguido el DNI. Terminaba de sacar uno nuevo y ya lo volvía a perder. ¡¿Quién soy?! Con los años lo solucioné, es muy jungiano lo que voy a decir, pero son importantes los símbolos. Mientras yo esté pila en no perder los documentos hay algo que me tiene atado, que no me permite ser tan volátil.
En las profundidades de ese pozo brillante hay de todo. Por caso, un pasado artístico que se resignifica y que se activa cada vez que la rueda vuelve a brillar para Los Fabulosos Cadillacs, la banda de su vida. Los caprichos del almanaque indican que en este 2021 se cumplen 35 años de Bares y fondas, el primer disco de la banda que quería morir tocando ska.
–¿Te acordás de los comienzos de los Cadillacs?
–Me acuerdo perfecto de todo lo de los 80. Me gusta mucho esa época de nosotros como pibes. Estaba buenísimo lo que pasaba en todos lados, lo que sentíamos al ir a tocar a esos lugares del under, a los bares... la adrenalina, la efervescencia, el sacar la voz. La grabación del primer disco me la acuerdo perfecto. No sabíamos nada de nada y a la vez era como si supiéramos. El disco es cualquier cosa. Teníamos mucha idea de lo que queríamos, sin tener la menor idea, a la vez. Era una mezcla de seguridad e inseguridad juntas.
–Después llegaron las primeras críticas y los primeros motes. ¿Te acordás cuando los describieron como una banda de rugbiers?
–Me acuerdo perfecto. Ese fue (Carlos) Polimeni. Qué raro cuando alguien ve algo y no se lo puede sacar de la cabeza por más que lo tenga adelante. ¡Al contrario! Éramos unos gordos nerds copados con la música. Andá a saber qué es lo que vio. Otra fue: “jóvenes alcoholizados con actitudes masturbatorias”. Hicimos nuestro primer teatro solos, el Astros, y a este periodista le habrá parecido un horror. Era justo el cambio de época, de generación. Él venía de escuchar a Serú Girán, a (Luis Alberto) Spinetta, a los grandes eruditos de la música argentina. Lo entiendo. Fue a ver a esta banda nueva y le pareció Vilma Palma. Y se encontró con eso, con “jóvenes alcoholizados con actitudes masturbatorias”.
–¿Qué te acordás del reviente de los 80, de la experimentación con las drogas?
–Los 80 fueron un delirio. Nunca tuve mucho problema con la cocaína, por suerte. Me habrá durado menos de un año el enrosque y se me fue, por suerte. No fuimos muy drogones; sí recreativamente. Siempre fuimos muy tranquilos, no nos interesó nunca el delirio del músico de rock drogado. La pasamos sanos la década. Y había una mezcla de influencias musicales tremenda, la parte 2 Tone-rude boy-ska-reggae y también el after punk, los 80 new romantics cocainómanos; todos pálidos. Antes de empezar a tocar ya éramos una banda de amigos. A veces nos agarraba una cosa medio dark, íbamos a una discoteca, Fire, frente a River. Mi viejo, director de teatro (Ariel Bufano, prestigioso titiritero como su mamá, Adelaida Mangani) tenía un gran guardarropas en casa. Había unas capas negras de terciopelo con fondo rojo, re Drácula. Yo sacaba una de esas, me pintaba los ojos y me encontraba con Flavio. Íbamos disfrazados de vampiros dark, deprimidos. De ahí pasamos a ser unos inglesitos de los 80. Ridículos.
–¿Viste el documental sobre el Stud Free Pub, uno de los lugares obligados del under de aquella época?
–¡¡Qué bueno eso!! Tocamos ahí varias veces. Me acuerdo que nuestro nivel de borrachera era muy alto. Una vez dijimos: “hoy tomemos cerveza con ginebra”. No era rico, era para descerebrarse. No me acuerdo nada del show, obvio. Sí me acuerdo que se rompió el escenario, se partió para adentro y Flavio quedó más abajo que el resto. Siguió tocando... Ahí sí tengo una nebulosa.
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