Una salsa muy condimentada
Si se trataba de festejar como se debe los cincuenta años de Johnny Pacheco en la música, no existe lugar más apropiado para hacerlo que el Roseland Ballroom, el único salón que queda en Nueva York con tradición de baile latino, aunque ahora sólo abre esporádicamente. Por eso deben de haber elegido el Madison Square Garden para la celebración, que hace diez días comenzó como un concierto, con la reconstrucción de los tres conjuntos más famosos que encabezó -su Charanga, el Tumbao Añejo y los Fania All Stars- y terminó resultando un lamento por la gloria perdida del género llamado salsa.
Igual que tantos otros rótulos que se imponen de a poco sin que nadie quiera ser el primero en colgárselo ni se sepa bien a qué corresponde aplicarlos, la palabra "salsa" apareció por primera vez en 1963 designando Salsa na ma (Salsa, nada más) un disco de Charlie Palmieri, y quedó oficializada el año siguiente, cuando luego de participar en una grabación de Cal Tjader, Wille Bobo exclamó: "¡Es una música tan fuerte y excitante que parece salsa muy condimentada!".
A Tjader le pareció novedoso como título de su álbum; el productor Creed Taylor contribuyó una tapa con la clásica botellita de tabasco en la que la etiqueta aparecía cambiada por una de "Soul Sauce" y, desde entonces, radios y comentaristas -no tanto los músicos- comenzaron a denominar salsa a los ritmos latinos de costumbre.
En la intimidad, Machito, Cachao López, Tito Puente y demás reyes del mambo, de la guaracha, del chachachá o de lo que fuera se burlaban de la palabra y de un estilo que no era diferente ni traía más novedad que integrar ejecutantes cubanos, puertorriqueños, dominicanos y panameños que hasta entonces no se mezclaban, pero en cuanto se afirmó el éxito, no vacilaron en sumarse, con jerarquía de reyes, por supuesto.
La originalidad de la salsa no consistía en ser otro ritmo nuevo que se bailaba de manera distinta, sino en el cambio de estrategia para manejar la música latina. Se acabaron los discos caseros financiados por el vendedor de heladeras del barrio y en 1964 apareció Fania, fundado por Johnny Pacheco y el abogado Jerry Masucci, sello insignia que -igual que el Motown de Detroit- se caracterizó por acumular más jóvenes talentosos de los que podía manejar y presentarlos sin complejos de inferioridad, transformando lo que era considerado mal gusto de clases bajas en una estilizada y sensual expresión de inocencia musical.
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Una de las audacias de Pacheco fue llenar Fania Records y, por lo tanto, la salsa, de cantantes. Hombres preferentemente, porque luego de sobrevivir a la guerra de Celia Cruz, convertida en diosa cuando comenzó a grabar con él, contra La Lupe, una cubana tan feroz que Almodóvar se confesó incapaz de retratarla en cine, prefirió reclutar varones sin nada en común.
Héctor Lavoe, el favorito del sello, era un puertorriqueño pendenciero, todo lo contrario de su compatriota Cheo Feliciano, con inquietudes políticas que lo identificaban con Rubén Blades, el intelectual de Panamá que escribía canciones realistas como "Pedro Navaja" y "Plástico", en nada parecido a Adalberto Santiago, alto, rubio y colombiano; Santos Colón, ex crooner de Tito Rodríguez, o el cubano Justo Betancourt.
Lo notable es que todos participaban sin problemas y parecían disfrutar mucho en las giras de los Fania All Stars, unas maratones similares a Jazz at the Philharmonic ideadas por Johnny Pacheco en las que hacía de maestro de ceremonias, interpretaba en flauta "Sabor, sabor" y luego se sumaba a los demás virtuosos de la compañía, algunos de los cuales -Papo Lucca, Yomo Toro, Bobby Valentin- estuvieron en el homenaje del penúltimo viernes.
La salsa fue capaz de sobrevivir a calamidades mayores, como la debacle de Fania -pésimo administrador, Jerry Masucci quebró y se vino a vivir a Buenos Aires, donde murió hace nueve años- y la desaparición sucesiva de Celia, Tito y otros grandes, pero los gustos han cambiado y ahora se la baila menos y no se escucha tanto por radio.
No hay más que mirar los maniquíes cantantes que premian en televisión, o enterarse de que Marc Anthony y Jennifer López acaban de filmar la vida trágica de Héctor Lavoe, para aceptar que la decadencia finalmente ha llegado y Guillermo Cabrera Infante, que detestaba la salsa, puede descansar en paz.