Una ráfaga de pasión por el canto
"La traviata" , de Giuseppe Verdi. Libreto de Francesco Maria Piave, basado en "La dama de las camelias", de Alejandro Dumas (hijo). Elenco: María José Dulin (Violeta), Santiago Bürgi (Alfredo), Fernando Santiago (Giorgio Germont), Soledad Espona (Flora), Cecilia Pastawski (Aninna), Duilio Smiriglia (Gastón), Emiliano Rodríguez (D´Obigni), Alejandro Spies (Barón Duophol), Roman Moztelewski (Grenvil). Régie: Boris. Diseño de escena: Hugo Ciciro. Vestuario: Teatro Argentino de La Plata. Iluminación: Oscar Moreli y Boris. Coro del Instituto Municipal preparado por Ricardo Barrera. Orquesta Sinfónica Municipal de Avellaneda. Concertación musical: Roberto Luvini. Teatro Roma.
Nuestra opinión: muy bueno
Efusión, voluntad, profundo amor por la ópera y superior capacidad de trabajo son algunas de las virtudes que se palparon en el Teatro Roma a lo largo de "La traviata", título que no requiere de ningún análisis. Es que se escuchó una propuesta sin los cortes tradicionales en una versión de excelentes cantantes actores en todos los personajes.
La soprano María José Dulin fue una Violeta de cautivante temple, que rayó a gran altura en razón de la nobleza de su canto y la excelsitud de su trabajo de actriz. Fue tanta su naturalidad en las reacciones, gestos, miradas e inflexiones en el decir, que su encarnación fue ideal y casi cinematográfica. Como su voz es firme en el centro y de zona grave, fue lógico que las notas extremas agudas del primer acto surgieran con cierta distorsión. Pero esto no es novedad, porque Verdi escribió un acto para soprano de agilidad, otro para lírica neta y un tercero para una melodramática. De todos modos, Dulin, con naturalidad, trazó una Violeta de primer orden, no sólo por su buen fraseo y musicalidad, sino también por la gama de detalles en su desempeño como intérprete.
Otro aspecto positivo del espectáculo fue la posibilidad de escuchar a un tenor dotado para una carrera que seguramente será brillante, el muy joven Santiago Bürgi, que cantó con nobleza y entrega. Acaso Alfredo haya sido un peldaño apresurado, ya que encierra pasajes más arduos de lo que parece y con mayor razón en una versión completa, detalle que debió ser evaluado en su justa medida. Pero el cantante salió triunfante porque exhibió perfecta musicalidad, timbre y color sonoro sumamente grato y honestidad en su preparación.
Excelente resultó el Germont de Fernando Santiago, con impecable fraseo, segura afinación, sobriedad y nobleza en el decir. Su trabajo fue ideal porque hizo recordar a los pocos ilustres artistas que no renegaron de su condición de barítonos líricos, entre ellos, Carlos Galeffi. Por fin, la Aninna de Cecilia Pastawski adquirió relieve por su natural imagen junto a una Flora trazada con sobriedad por Soledad Espona, un Gastón de Duilio Smiriglia que de la historia de Piquillo hizo una personificación original y graciosa, y un impecable Alejandro Spies que dio vida a un barón Douphol temperamental, como quedó evidenciado en la gresca con Alfredo en una propuesta de gran impacto que a Verdi seguramente le hubiera entusiasmado para una obra que resultaba audaz en su tiempo.
La puesta escénica de Boris es realmente válida por el logro de una acción de enorme naturalidad, audaz para caracterizar sentimientos, pero sin traicionar a la obra, ajustada con rigor a una visión tradicional, pero rica en detalles y matices. Sólo fueron debilidades dos momentos cumbre de la partitura, durante el aria del final del primer acto y el concertante del tercero. En ambos pasajes, la idea de una acción escénica resultó forzada, ingrata y hasta vulgar para la protagonista y superflua durante el conjunto, generando distracción para los intérpretes y el público. No obstante, el director de escena logró plasmar un espectáculo intenso, cargado de atmósferas sugerentes en el que contribuyó el magnífico vestuario del Argentino de La Plata.
Si bien fue deslucida y muy elemental la intervención de la orquesta y del coro, la propuesta, signada por la sinceridad del trabajo de los responsables, el ardor y la adhesión del público, nos hizo imaginar estar viviendo una noche en un entrañable teatro de Italia que, en vida de Verdi lograba, con escasos recursos, una efervescente ráfaga de pasión por el canto, contagiosa e inolvidable.
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