Una noche con la magia del brasileño Gilberto Gil en el Teatro Colón
Además de ser el nombre de una de las bandas más populares del Brasil en época de carnaval, "Chicletes com Banana" es el título de una canción de Gilberto Gil . La letra carga con cierta ironía. Allí dice que quiere ver una gran confusión en esa mezcla de los chicles del Tío Sam con las bananas del Brasil. Rock y Samba. Miami y Copacabana. Pero cuando se trata de un artista como Gilberto Gil hasta lo confuso se vuelve claro.
Queda claro que el que está arriba del escenario del Teatro Colón es un hombre de 76 años que mantiene la vitalidad que otorga la curiosidad por seguir haciendo música (creándola, no solo recreándola). Queda claro que sigue siendo uno de los grandes embajadores de esa mixtura de influencias culturales que los brasileños, como pocos, saben combinar. Queda claro que Gil es uno de los que han trasladado al modernista Movimiento Antropofágico, nacido a principios del siglo pasado, a su propia época y lo ha convertido en un verdadero arte musical. Queda claro que aunque a él se le note (como a cualquier mortal) el paso del tiempo, rejuvenece en muchas de sus canciones. Queda claro que su concierto es de lo mejor que se ha visto en el ciclo de espectáculos que realiza LN Cultura en el Teatro Colón.
Veintidos canciones (18 de programa, una que se cuela sin permiso y tres bises) y unas poca palabras que sirven de introducción a los temas; o de bienvenida: "Qué placer, que honor estar acá, en este teatro mítico, con un público tan querido por nosotros, los brasileños". El afecto es mutuo, ya sea por los gritos del público (muchos hablan portugués y probablemente sean sus compatriotas) o por el silencio que se va adueñando del concierto entre un tema y el otro. La voz de Gil, gastada y un tanto imprecisa de los primeros temas, se va templando a medida que avanza su actuación. Es un hombre que sabe de mixturas y de como plantear un concierto de estas características. Comenzar con "Loco por tí, América" y despedirse con "Toda menina baiana", dos éxitos de su carrera, es la mejor opción. Reservar para el último de los bises "Aquele abraço" es la manera de dejar al público con una sonrisa en los labios. Darle un descanso a la música del Brasil para meterse en el reggae de Bob Marley con "Three Little Birds" o en el bolero cubano con "Tres palabras" es un modo de ir pincelando los matices de un repertorio de temas muy conocidos.
Pero no todo es complaciente y conocido en este paseo de música, de tiempo y de ideas. También hay canciones nuevas, esas que ya se pueden escuchar en formato digital. "Ok ok ok" es una de las primeras que canta y con la que confiesa una situación. La propia, la de ser una persona famosa a la que le piden opinión acerca de la actualidad de Brasil. Y él elige la canción para expresarse. Para decir y sentir, porque "Ok ok ok" es, ante todo un estado de ánimo que, sobre el escenario, se transmite al público. "Ya sé que quieren mi opinión. Una charla directa sobre lo que pienso. Como interpreto la vil situación. Penuria, furia, clamor, desencanto. Sustantivos duros de roer, mientras las ratas roen la energía, los corazones de la multitud a los llantos. Algunos sugieren que salga en el grito. Otros que me quede quieto y mudo. Y he aquí que alguien me pide encarne el mito. Sea nuestro héroe, resuelva todo."
La consigna es Voz y Guitarra. Solo eso. No hay una banda que lo acompañe. Suenan "É Luxo Só" -que Joao Gilberto grabó en el legendario Chega da Saudade, hace casi cinco décadas-, luego un baião nordestino, "Expresso 2222". El tarareo errado del público que está en los palcos lo lleva a otra canción que está fuera de programa. No la anuncia pero es inconfundible, se trata del reggae "A novedade". El amaturismo coral, ese que surge espontáneamente en plateas y teatros, es el que toma algunas notas de esta canción y se las coloca a la alegre "Nos barracos da cidade" (aquella que, por más alegre que sean sus melodías, dice: "Gente estúpida, gente hipócrita. El gobernador promete, pero el sistema dice no.")
También es una noche de estrenos, por eso en seguida suenan, de su nuevo disco, la exquisita "Lia e Deia" y "Yamandú", un choro que le dedicó a un guitarrista. Aunque no menciona su apellido seguramente se trate del virtuoso músico gaúcho Yamandú Costa. Que en una misma noche interprete un tema de su admirado Bob Marley y estrene una pieza que le dedicó a un guitarrista que tiene menos de la mitad de su edad habla de un hombre que sabe rendir tributo a ciertas tradiciones y es un especie de radar que está atento a lo nuevo. Roberta Sá es aún mucho más joven y fue la invitada de Gil para el tema "Afogamento", de su nuevo disco, que también es parte de este recital.
De hecho, la lenta "Afogamento" propone un clima que sintetiza, de algún modo, la estética de esta función. Hace diez años Gilberto Gil pasó por Buenos Aires con un concierto similar, pero no igual. Era la misma propuesta orgánica, de voz y guitarra, pero no estética. Mientras que en aquel marcó los contrastes de la razón y la pasión, con un concierto de pura extraversión y, a la vez, con mucha reflexión, para este privilegia cierta introspección, ya sea por una cuestión personal (así es como hoy le sale mejor) o por esa intimidad tan singular que se puede lograr, contradictoriamente, con 3000 personas que lo escuchan en el Teatro Colón. Esta sala tiene esa cualidad que es la ópera misma (se puede decir bajito lo que en otro lugar se debe decir gritando; y todo el mundo escucha).
"Não tenho medo da morte" abre el último tramo; el de los bises. Es ese "hablar bajito", casi como un susurro, un hálito, que se acompasa con el golpe de las manos de Gil sobre la guitarra. Es la voz gastada de un hombre que ve a la vejez en su presente ( a eso se refirió en una extensa charla que semanas atrás mantuvo con LA NACION); pero es también una juventud que la doblega, gracias a la vitalidad de sus canciones.
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