Una Juana de Arco en la cima, con Charles Dutoit al frente de la Filarmónica y la admirable austeridad de Annie Dutoit Argerich
El oratorio de Arthur Honegger sobre el poema de Paul Claudel contó también con las voces de Axel Blind, Dominic Rouville, Laura Pisani y Marina Silva
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Obra: Juana de Arco en la hoguera (Jeanne d’Arc au bûcher, 1935), oratorio dramático de Arthur Honegger sobre el poema de Paul Claudel. Director: Charles Dutoit. Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Elenco: Juana de Arco, Annie Dutoit Argerich; Hermano Dominico, Axel Blind; El Recitante, Dominic Rouville; La Virgen y Voz del Prólogo, Laura Pisani; Margarita, Marina Silva; Catalina, Alejandra Malvino; El Puerco, Santiago Martínez; Primer Heraldo y una voz, Carlos Ullán; Clérigo, Gabriel Renaud; Segundo Heraldo y una voz, Leonardo Fontana; Madre de los Barriles, Magdalena Dodds. Ensamble Vocal Cámara XXI (director, Miguel Ángel Pesce). Coro de Niños del Teatro Colón (director, César Bustamante). Teatro: Colón. Nuestra opinión: muy bueno.
En la nota que publicó en la revista Sur sobre el estreno argentino de Juana de Arco en la hoguera, en 1947, el crítico Fernando Emery señalaba que, hasta el oratorio dramático de Arthur Honegger y Paul Claudel, la música “estaba en deuda con la Amazona de Dios” porque todo lo que se había intentado estaba muy lejos de su “aureola mística y patriótica”. La constatación es exacta, pero no explica la causa por la que esta vez la música pudo saldar su deuda. La explicación podría encontrarse en las palabras de Claudel que hacen de prefacio a su drama: “Para comprender una vida como para comprender un paisaje, hay que elegir el punto de vista y ninguno mejor que la cima. La cima de la vida de Juana de Arco es su muerte, es la hoguera de Ruán”. La cima es, real y metafóricamente, una situación intermedia entre la tierra y el cielo: Juana está así entre la patria terrenal (la historia, y más precisamente la historia de Francia) y la patria celestial. Esa condición dúplice se prolonga en otras, y la primera de esas otras es el personaje mismo de Jeanne, su intimidad, que participa -también doblemente pero en una figura única- del heroísmo y de la santidad. Esas luchas son de naturaleza diferente: la primera, por la libertad de la patria, es contra los hombres; la segunda, por la santidad propia, contra Dios, porque -habla aquí de nuevo Claudel- “la santidad no es sino la victoria del amor sobre nuestra mortalidad humana”. En la primera, el éxito consiste en vencer; en la segunda, en ser vencido.
Estas consideraciones, muy propias del drama genial de Claudel -en toda su escritura dramática Claudel siguió siendo siempre un poeta-, determinaron la invención musical de Honegger, solicitada, sin estrías, por fuerzas diversas: parodias del barroco (como en la escena VI), el jazz, pasajes contrapuntísticos, canciones populares (como “Trimazo” en la escena X). A su vez, vuelven sumamente ardua la ejecución. La claridad, según sabía el filósofo Hamann, es una distribución acertada de las luces y las sombras.
Para empezar, está el personaje de Juana, destinado a una recitante. La privación del recurso del canto (privación implicada en el origen de la obra, un encargo de Ida Rubinstein, que no cantaba) vuelve todavía más difícil la resolución del personaje en agonía, debatido entre la evocación y la visión. Annie Dutoit Argerich hizo una Juana de admirable austeridad, y austeridad no quiere decir en modo alguno distancia. Juana de Arco no admite ni desesperación ni sensiblería, y solamente así, de una pieza, puede dejar ver su doble lucha. Esa contención prepara el efecto del único pasaje en el que el énfasis es inescapable, en la escena XI, cuando Jeanne dice: “...et je suis seule”. Incluso aquí Annie Dutoit confió sabiamente en la fuerza que ya acumulaban las palabras de Claudel en esa estrofa. En su papel de Fray Domingo, Axel Blind se mantuvo en la línea de Dutoit, aunque tal vez su personaje pedía mayores inflexiones; en cambio, Dominic Rouville instiló en cada una de sus intervenciones un histrionismo que equilibró la balanza. Los heraldos (Carlos Ullán y Leonardo Fontana) cumplieron, aunque quedaron, en varios pasajes, desfavorecidos y cubiertos por la orquesta, lo mismo que Santiago Martínez en el papel de Le Cochon. Las voces femeninas estuvieron un escalón más arriba: Marina Silva y Alejandra Malvino hicieron una Margarita y una Catalina de contundencia vocal y expresiva, y Laura Pisani administró maravillosamente las dinámicas en un diálogo con Juana que fue más allá de las palabras. Fue además sobresaliente el rendimiento de los coros dirigidos por Miguel Ángel Pesce y César Bustamante.
Charles Dutoit, ahora al frente de la Filarmónica, volvió a mostrar, como por lo demás todas estas últimas semanas en el Colón, el enorme director que es. Ningún detalle, ningún color quedó sin el relieve necesario; en especial, la calculadísima recurrencia temática que imaginó Honegger.
En el ensayo que le dedicó a Honegger en su libro L’oeil écoute, Claudel observó que la poesía nos sometía a su sistema razonado, a su entendimiento y su sensibilidad, pero que la música nos llevaba de la mano. Contó también Claudel que la primera imagen que tuvo de Juana de Arco -la primera imagen antes de saber qué palabras usaría- fue la de dos manos atadas que formaban la Cruz, dos manos que había que reunir. Otra reunión -la de la música y el poema- se consumó en esta versión que dirigió Dutoit.
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