Una Aida magnífica en la reapertura del Teatro Argentino de La Plata
Con la ópera de Verdi volvió a brillar la Sala Ginastera del teatro lírico platense; excelencia musical y magnífica dirección escénica
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Ópera: Aida, de Giuseppe Verdi. Producción: Teatro Argentino de La Plata. Dirección musical: Carlos Vieu. Dirección de escena: María Concepción Perre y María de la Paz Perre. Diseño escenográfico: María José Besozzi. Diseño de vestuario: Stella Maris Müller. Coreografía: María Colusi. Diseño lumínico: Gabriel Lorenti. Reparto: Eiko Senda (Aida), Gustavo López Manzitti (Radamés), Guadalupe Barrientos (Amneris), Leonardo López Linares (Amonasro), Hernán Iturralde (Ramfis), Emilio Bulacios (Faraón), Raúl Iriarte (Mensajero) y María del Rocío Giordano (Sacerdotisa). Ballet y Orquesta Estable del Teatro Argentino. Coro Estable del Teatro Argentino dirigido por Santiago Cano. Sala: Ginastera, del Teatro Argentino de La Plata. Nuestra opinión: excelente.
Si bien la mayoría de los teatros líricos tarde o temprano deben realizar obras que requieren el cierre de sus edificios por un período prolongado, la primera decisión que conlleva dicha clausura es la de habilitar una sede alternativa que permita la continuidad de la institución artística, esto es: mantener sus cuerpos estables en actividad y garantizar el desarrollo de sus temporadas. No fue el caso del Teatro Argentino de La Plata que mantuvo el cierre y la parálisis artística desde 2017 hasta mayo de este año. Este sábado 20, finalmente, tras más de seis años, la imponente sala bonaerense volvió a poner una ópera en escena y lo hizo con un magnífico espectáculo que significó la reapertura con esta esperada temporada.
También se inauguró con este estreno una extravagante modalidad de distribución de tickets: entradas gratuitas con reservas online sin ubicaciones (los asientos se asignan al momento de la función por orden de llegada), y para mayores de 65 años, un cupo con reserva presencial en días y horarios anunciados.
Mencionadas estas novedades, el elogio comienza por la selección del título: Aida de Giuseppe Verdi, obra monumental desde el punto de vista escénico pues convoca a todas las fuerzas del teatro (artísticas y técnicas); infalible en lo teatral porque el drama alterna el movimiento grande de la razón de Estado, la historia y el destino de los pueblos, con los movimientos interiores y los matices cambiantes en los sentimientos de los personajes que componen el triángulo amoroso y las tragedias en las que terminan víctimas de la trama colectiva; y, fundamentalmente, el elogio que refiere a la obra excelsa del arte musical por cuanto Aida es ópera por antonomasia.
La magnífica dirección escénica a cargo de María Concepción Perre y María de la Paz Perre ofreció una lograda mirada historicista, ambientando las antiguas ciudades de Menfis y Tebas en un contexto tradicional (vale decir que se trata de una ópera que difícilmente logra ser traspolada con éxito a lugares, situaciones o estéticas diversas a las del libreto). En la realización de este concepto, un único y sobrio decorado -proyecto de María José Besozzi y ejecución de los talleres del Argentino-, ocupó la extensión del escenario con tres columnas, una doble escalinata que sirvió para jerarquizar a los solistas en las gradas izquierdas y para ensanchar la presencia del coro en los peldaños de la derecha), y rematando la poderosa imagen de conjunto, un fondo liso de colores plenos. Alternativamente, un telón pintado bajó como divisorio para bloquear el plano general de lo público y crear intimidad en las escenas de lo privado. La composición fue realzada por el exquisito vestuario de Stella Maris Müller que con una fluida gama de grises, azules y turquesas etéreos enriqueció el aspecto visual con un destacado protagonismo. Fue eficaz la coreografía en el lenguaje de teatro-danza escogido por María Colusi para los números de ballet y fue esmerado el diseño lumínico de Gabriel Lorenti que creó variedad de climas oponiendo luces y sombras en los contrastes de monumentalidad e individualidad, pero produjo un exceso de penumbra a la hora de resaltar a los cantantes en momentos trascendentes.
Excelencia musical
El sólido elenco de solistas (de los que valdría la pena difundir sus trayectorias en los programas de mano recordando que son los artífices del género) dio vida al drama verdiano con voces bien proyectadas y con interpretaciones convincentes, realistas y emocionantes. Comenzando por una de las páginas implacables para el tenor lírico-spinto, la famosa Celeste Aida de Radamés —personificado por un solvente Gustavo López Manzitti, con la seguridad para abordar el desafío que representa cantar un aria tan exigente como definitoria apenas se levanta el telón (un recitativo de carácter marcial seguido de un cantabile romántico de línea ascendente que requiere un perfecto control del aire en su camino al agudo), el drama quedó instalado en toda su potencia. Desde ese inicio, la performance de Manzitti fue in crescendo hasta el aplauso del público que lo recompensó por el dominio demostrado. El bajo-barítono Hernán Iturralde, como el Sumo Sacerdote Ramfis, se lució con su presencia, su voz oscura y definida para corporizar el poder de juez que requiere el rol. El también bajo-barítono Emilio Bulacios, en el papel del Faraón, dio muestra vocal de la profundidad y seriedad acorde al rey egipcio. El tenor Raúl Iriarte como Mensajero y la soprano María del Rocío Giordano como Sacerdotisa cumplieron con sus partes. Sobresalió el barítono Leonardo López Linares en el papel de Amonasro, con impactante autoridad vocal, escénica e interpretativa en el más cultivado estilo de la dicción verdiana, aquí en las veces del rey etíope.
En el duelo femenino, la esclava Aida, uno de los roles más icónicos del repertorio verdiano, en la voz de Eiko Senda que fue brillante en su desempeño y recibió unas merecidas ovaciones en las dos grandes arias del rol: Ritorna vincitor y Qui Radamés verrá. El público premió las virtudes de las que hizo alarde la talentosa soprano dramática: su pertenencia al rol y la grandeza técnica y declamatoria para alcanzar en todo su registro y con unos legatos impecables, los extremos de un personaje que va de la dulzura, el deber y el amor hasta la furia y la resignación. Y Amneris, por su parte, que obtuvo una caracterización majestuosa en la voz de la mezzosoprano Guadalupe Barrientos. La figura rutilante de la hija del rey de Egipto se expandió hasta colmar la escena en toda su plenitud con la enorme riqueza de timbre, la voz grave y bella de Guadalupe Barrientos, su expresión dramática, los claroscuros, el magnetismo y la emoción que es capaz de transmitir esta extraordinaria cantante, una de las mejores que ha dado la Argentina en los últimos tiempos.
Para completar la representación: el realce del coro a cargo de Santiago Cano, con una actuación compacta y decisiva -“gloriosa” como canta el cuerpo en alabanza a Egipto-, y, finalmente, como broche de oro, el elogio a la excelencia musical alcanzada por la orquesta bajo la dirección de Carlos Vieu que condujo una ejecución nítida en las voces instrumentales, controlada en las dinámicas, precisa en los ataques, contundente en los finales. Un pequeño fallo en las trompetas del célebre (y esperado) motivo de la Marcha triunfal no opacó el extraordinario desempeño del cuerpo que logró delicadeza en los pasajes más finos, pasión en los encuentros románticos y vigor y solemnidad en las manifestaciones guerreras. Y, muy importante en Verdi: sin dejar de exhibir energía, potencia y volumen, no sucumbió la elegante batuta de Vieu ante la tentación del ritmo y la estridencia fácil.
Luego del grito vehemente de ¡Gloria y Guerra! en los primeros actos, resonó en este reestreno de la Sala Ginastera, la repetición de las silenciosas palabras finales del melodrama verdiano, suplicando, casi como un rezo a la conciencia del mundo en el tiempo actual: ¡Paz, paz, paz te imploro!
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