Un Tannhäuser para la polémica
La puesta de Sasha Waltz y Daniel Barenboim revolucionó a la Staatsoper de Berlín
BERLÍN.- Fue una "explosión de energías" para unos y "un fracaso" de la dirección para otros. Lo que queda claro tras el estreno del Tannhäuser de Richard Wagner, que veía el debut de la coreógrafa Sasha Waltz en la dirección y Daniel Barenboim al frente de la orquesta, es que se hablará mucho de esta puesta. La colaboración de lujo entre la figura más relevante de la danza contemporánea en Europa con el director estrella argentino puso a la capital alemana a hacer cola para conseguir entradas para la obra, estrenada en el marco del tradicional festival de Pascua de la Staatsoper de Berlín (el año último ambos habían colaborado en La consagración de la primavera).
Una hora antes del comienzo se podía medir el interés de la ciudad por el número de señores distinguidos que se habían instalado al lado de las dos estaciones de metro más cercanas al teatro Schiller -sede provisional de la Staatsoper durante la renovación del edificio de Unter den Linden- con carteles que rezaban "Busco entradas".
¿De qué manera integraría la coreógrafa alemana la gran obra romántica con su cuerpo de baile? ¿Habría provocación? Estas fueron algunas de las preguntas que se intercambiaron los presentes en el foyer, ya que hasta entonces la producción había sido guardada en el mayor secretismo. Se sabía que cantantes -encabezados por Peter Seiffert en el papel de Heinrich Tannhäuser-, orquesta y coro estarían acompañados por 18 bailarines. "Es la idea de una obra de arte total", dijo Barenboim en la rueda de prensa.
Desde luego, este coloso musical compuesto y escrito por Richard Wagner en 1845 se prestaba para el desafío. La obra en tres actos sigue la historia de quien solía ser cantor en la corte de Hermann, el landgrave de Turingia. La escena inicial se abre en la montaña de Venus, donde Tannhäuser vive con la diosa en la cueva de ésta. Allí descubrió los goces del amor carnal, y sin embargo añora volver a su vida anterior. Su antiguo amor por Elisabeth lo lleva hasta el castillo de Wartburg, donde se celebra una competición de cantores. A pesar del amor, la tarea no es fácil para el protagonista, que sigue dividido entre lo carnal y lo espiritual. Por su tema y por su provocadora escena inicial de carácter orgiástico, Tannhäuser fue siempre una obra discutida, que tuvo entre sus mayores aficionados a Oscar Wilde, Sigmund Freud y Charles Baudelaire.
La puesta en escena de Sasha Waltz abre con un triunfo de vertiginosas coreografías eróticas del cuerpo de baile semidesnudo, que se mueve en el interior de una cueva circular y blanca colocada a un metro y medio del suelo.
El diálogo entre Tannhäuser y Venus -la bellísima Marina Prudenskaya- tiene lugar en este mundo de perdición, y es quizás el momento donde la integración entre la ópera tradicional y el ballet funciona mejor. En el resto de la obra, la escenografía está reducida a lo esencial, también para dejar espacio a majestuosas escenas corales, como la competición de canto, donde los bailarines se mezclan y dialogan con el coro. En particular a lo largo del segundo acto, la composición de la escena alcanza un alto grado de complejidad. Al final, los aplausos fueron en particular para René Pape (Hermann) y para Seiffert. Una ovación saludó también a Daniel Barenboim y la orquesta, mientras que para la directora Sasha Waltz la reacción fue ambivalente: aplausos, sí, pero con alguna queja. A Barenboim lo espera otra colaboración destacada en pocos días: compartirá un dúo de piano junto a Martha Argerich.
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