Un niño octogenario, un dadaísta del tropicalismo
Presentación de Tom Zé / Músicos: Daniel Maia y Jarbas Mariz (guitarras), Cristina Carneiro (teclados), Felipe Alves (bajo) y Rogério Bastos (batería) / Sala: la Usina del Arte / Nuestra opinión: muy bueno
Si Caetano Veloso fue el rey del tropicalismo, el movimiento que renovó a la música brasileña a fines de los 60, Tom Zé era el dadaísta del grupo. O para decirlo con precisión, el músico que hizo ver como una construcción algo que parecía natural. En Estudando O Samba, su clásico álbum de 1976, tomó al género como un cubo Rubik y lo desarmó por completo. Al rearmarlo tuvo distintos resultados, y cada uno fue una canción. A veces quedó a mitad de camino, un experimento; por lo general estuvo cerca de completarlo y rara vez restauró a un samba original. Esa distancia lúdica fue la que enloqueció a David Byrne en los 80, hasta el punto de publicarle el álbum Com Defeito de Fabricação (1998), por su sello Luaka Bop. Como el ex Talking Heads, Zé buscaba similar relectura "posmoderna", pero en el mismo lugar de los hechos, y con mucho más sentido del humor. Hoy, con 80 años recién cumplidos, el brasileño publica cada nuevo disco por su cuenta y entró a promocionarlos a mitad de su show en la Usina del Arte, el primero que dio en nuestro país tras diez años. Para entonces, con su inigualable carisma, Zé tenía al público en el bolsillo, y una asistenta liquidó la larga pila de vinilos y CD a una turba energizada y hambrienta que salía del recital.
Más de una hora antes, con el público impaciente, el veterano multiinstrumentista y cantautor salió a escena vistiendo un piloto rojo y dando golpes al aire, como un pugilista camino al ringside; inmediatamente presentó a su banda, cuyos integrantes salieron uno por uno, y siguió un largo monólogo antes de darle arranque, como un líder a su big band. Hay que decir que para quien no habla portugués (Zé no hace concesión al portuñol) seguir el show del bahiano no fue tarea fácil. Más que presentar cada tema parecería que Zé hace una especie de continuum entre canción y monólogo; detiene "Augusta, Angelica e Consolação" en pleno riff para contar alguna anécdota invariablemente chistosa, y cuando le entran ganas sigue cantando. En algún punto, esta especie de deconstrucción de show en vivo recuerda al registro Live - Take No Prisoners, de Lou Reed, sin aquella bilis y mucho más divertido.
Tom Zé es como un niño en el cuerpo de un favorecido octogenario. Su ánimo es demoledor; su energía es implacable. Versátil, cuando no encara al público sostenido en el ritmo del baterista Rogério Bastos, a la James Brown, se enfrenta cara a cara con sus músicos y da instrucciones como un director de cámara. Puede pasar de la energía del rock a un ritmo de samba o pagode con un interludio típico de Zappa en un solo tema (en ese sentido, notable el aporte de la tecladista Cristina Carneiro). Con sus dos veteranos guitarristas forma un triángulo de energía que recuerda a Neil Young con Crazy Horse.
El repertorio fue igualmente variado: del genial y vibrante "Hein?", de Estudando O Samba, al ritmo afrobeat con efectos electrónicos de "Salva humanidade" (de su último disco, Vira Lata na Via Láctea), pasando por la densidad rockera de "Ogode, Ano 2000" (con un riff rockabillesco, primo hermano de "Bremen Nacht", de The Fall). En el medio, Tom se burló de los americanos que lo llaman Tom Zí, de los organizadores de las Olimpíadas en Río y de los europeos que confunden nuestro mapa político, con lo que dio puntapié a "Brasil, capital Buenos Aires". Así cerró, con ingenio, humor e inventiva musical. ¿Hay mejor manera de terminar un domingo a la noche?
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