Un Lavandera desconocido
HORACIO LAVANDERA / Programa: obras de Ludwig van Beethoven, Karlheinz Stockhausen y Astor Piazzolla / Organiza: Festivales Musicales / Sala: Teatro Colón
Nuestra opinión: bueno
Fue una sorpresa y causa de cierta curiosidad escuchar con sonido muy delicado el inmortal "Grave" que inicia la célebre sonata para piano apodada Patética por ese pasaje, y que es interrumpido en dos oportunidades por un enérgico Allegro di molto e con brio , admirablemente engarzados. Es que el talento del Beethoven creador de numerosas páginas hasta hoy inmortales hizo que el desarrollo del discurso fuera continuo y lógico, sumando, además, momentos que requieren del pianista poseer una digitación perfecta en ambas manos, con lo cual toda la composición, desde el primer instante y hasta el último, reclama del ejecutante perfección sin mácula, así como seguridad y claridad de mecanismo. Y, en ese sentido, Horacio Lavandera fue infalible.
Sin embargo, en el otro trascendente aspecto de un intérprete, al encarar el famoso Adagio cantabile , la sonoridad continuó siendo similar a la del primer movimiento y del mismo modo aún en los tramos finales cuando el clima se hace más denso. Y cuando el autor hace un agregado admirable, como si de pronto todo se iluminara con sonidos más brillantes uniéndose al gozoso Rondo , no fueron estos detalles bien logrados por el pianista, quien tampoco aportó las sutilezas, matices e intensidades que debieran ser cambiantes en sus repeticiones.
Luego Lavandera ofreció la famosa sonata dedicada por Beethoven al conde Ferdinand Ernst von Waldstein también conocida como La aurora , acaso por su insistente avance hacia una luminosidad, curiosamente ofrecida aquí por Lavandera sin remarcar en su justa intensidad la línea de la expresión o la nobleza de su melodía.
Después del intervalo, comenzó la anunciada propuesta de escuchar una pieza bautizada Klavierstück IX , del compositor alemán Stockhausen, que resultó anodina e intrascendente, pero a continuación se sumó la fútil y graciosa contribución del inefable Franz Liszt con su transcripción de la obertura de Tannhäuser, de Wagner. Aquí Lavandera ofreció la música wagneriana y de Liszt con seguridad y brillo.
Pero ya no quedaba en el programa elegido nada de mayor interés musical, salvo la reiterada insistencia de incluir "Adiós Nonino" y "Libertango", de Piazzolla, como si fueran las obras más valiosas del famoso maestro del bandoneón y compositor nacional o, en su defecto por causas acaso más injustas, como si no existieran otras partituras de autores nacionales tan ricas en sus ideas musicales. Pero éstas no se programan, acaso por causas atendibles, impidiendo así apreciarlas y valorarlas en su justa medida por el público melómano.
Frente al aplauso gentil y a que el músico se quedara junto al piano por varios minutos, se sumaron tres admirables obras de Chopin, motivo de un reencuentro con la belleza musical, así como -felizmente- con el talento de Lavandera, quien, recién ahí, pareció despertar al buen intérprete tantas veces aclamado.
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