La Casona fue un boliche clave de la noche de Zona Sur; el último día de 1988 Soda tocó en el lugar, dos días después de haberlo hecho para 150.000 personas en la 9 de Julio y con Virus en pleno duelo por la muerte de Federico Moura
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El show está completo en YouTube: se lo busca como “Chau 88″. A las figuras hay que adivinarlas en la oscuridad -las cámaras de la época no permitían mucho más- pero el sonido es fiel, seguramente grabado de consola: Soda Stereo empieza con “Juegos de seducción” un concierto que, visto a la distancia, parece fuera de lugar. Estaban en medio de la gira Doble Vida, la misma que los llevó a Bolivia, Colombia, México y Estados Unidos. Veinte días antes habían tocado para 25 mil personas en las canchas de rugby y hockey de Obras Sanitarias. Dos días después cerraron el Festival Tres Días por la Democracia en 9 de Julio y Libertador ante 150 mil espectadores. Habían pasado (y seguirían pasando: la gira se extendió hasta febrero del 89) por varios de los estadios más grandes del país: el Mundialista de Mendoza, el Chateau Carreras de Córdoba y varios más. Y, sin embargo, el 25 de diciembre de 1988 celebraron Navidad en un boliche de Lanús, con Virus -que había perdido a Federico Moura esa misma semana- como grupo invitado. Claro que ese boliche no era uno más: se trataba de La Casona, espacio de peregrinaje de la juventud fiestera del conurbano bonaerense durante buena parte de los 80, 90 y 2000.
Basta con nombrar la discoteca para que los ex jóvenes de la Zona Sur disparen recuerdos de madrugadas de marcha y recitales de rock, pop o cumbia -depende de la edad exacta de quien habla- vividos en el local de 25 de Mayo 79, Lanús Oeste. La lista de artistas que pasaron por aquellas pistas es eterna e inclasificable: Babasónicos, Rodrigo, Los Auténticos Decadentes, Los Leales, Kapanga, Repiola, Pericos, Leo Mattioli, Turf y un larguísimo etcétera. No tenía gran competencia en su área de influencia: tal vez Traxx, ubicado sobre la avenida Hipólito Yrigoyen a la altura de Gerli, podía llegar a disputarle una parte de la audiencia en alguna noche de show. Pero La Casona era algo más: un espacio tentador para las bandas, que lo veían como uno de los pocos spots para mostrarse ante el público al sur del Riachuelo. Cuando tocabas en La Casona, todo Lanús, Avellaneda, Lomas de Zamora, Adrogué y aledaños prestaba atención.
No sólo era importante para la música con “tracción a sangre”: también fue una gran vidriera para la música electrónica, que se pasaba en alguna de sus múltiples pistas, a veces en simultáneo con el show de turno. El staff de bailarines freaks del programa Much Dance (que se veía por la recordada señal Much Music) tenía residencia en La Casona. El mito habla de que Jessica Cirio hizo sus primeras armas en el show business contoneándose sobre las tarimas de La Casona al ritmo de la marcha.
Algo bastante más trascendente que el pasado de la primera dama de Lomas de Zamora también circuló como mito durante mucho tiempo, hasta que los involucrados lo confirmaron: aunque suene insólito, Prince fue a bailar a La Casona. En enero de 1991, el genio de Minneápolis vino a la Argentina para dar un concierto en River, recordado (no muy gratamente) porque duró sólo 77 minutos. Durante su estadía se le antojó una noche de dancing y como La Casona tenía pauta publicitaria con Rock & Pop (la radio de Daniel Grinbank, que organizaba el show) se hicieron los llamados correspondientes para que se le abrieran las puertas aunque fuera martes. Así las cosas, el músico cayó con su comitiva y se le llenó el boliche de invitados para que bailara hasta bien entrada la madrugada y luego volviera al hotel.
Quien cortaba el queso en La Casona era Atilio Amado. En un video subido a YouTube se lo ve justamente en Much Dance, abonando al estereotipo de “dueño de discoteca” en todo lo que estuviera a su alcance: camisa abierta hasta la mitad del pecho, pelo corto con gel, entre extrovertido y arrogante. “Empezaron mis padres ahí”, cuenta en la mini entrevista, y no miente: José Amado fundó La Casona y en 1989 la dejó en manos de Atilio y su hermano Eduardo (este último se retiró del negocio en 2000).
Atilio en persona solía recibir a la multitud en la puerta del boliche y ahí implementaba su particular sistema de discriminación a sola vista: distribuía tarjetas de colores que determinaban cuánto se pagaba la entrada según la apariencia. Si cumplías con los exigentes parámetros de belleza de Amado, se te daba un cartón blanco que te permitía entrar sin pagar. Si no era amarillo, rojo o de otro color: el tarifario iba subiendo para evitar el ingreso de “indeseables” morochos, gordos o lo que fuera que Atilio entendiera por feo.
La denuncia por violación de una menor que enfrentó Amado en 2003 fue el comienzo de la debacle de La Casona. Con miembros de su familia política en el Poder Judicial y contactos con la política municipal, el empresario superó las acusaciones y siguió con su actividad hasta que el 3 de diciembre de 2006 uno de los patovicas del boliche golpeó brutalmente al joven Martín Castellucci, causándole la muerte cuatro días después. La clausura de La Casona se dictó en forma inmediata y tanto Amado como José Segundo Lienqueo Catalán, el exboxeador que golpeó a Martín, enfrentaron a la Justicia.
Catalán fue condenado a once años y nueve meses de prisión por el asesinato, pero fue liberado en 2014 -cuatro años antes de cumplir la totalidad de su sentencia- bajo un régimen de “libertad asistida” por buena conducta.
Atilio Amado, en tanto, fue sobreseído de todo cargo en 2012 por un fallo del Tribunal de Casación Penal Bonaerense firmado por los jueces Fernando Mancini y Carlos Alberto Mahiques, este último ministro de Justicia de la Provincia durante la gobernación de María Eugenia Vidal. La Casona, su criatura, nunca volvió a abrir: muy lejos quedaron aquellos tiempos en los que Soda Stereo hacía un break en su gira continental para jugar un rato a la banda emergente en una disco del Conurbano.
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