Trasnoches de boliche rural y una vida de campo, que trató de congeniar con los escenarios rockeros
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En 2010 se inauguró una peña llamada La Tranca, en el pago bonaerense de Cura Malal, un poblado de 100 habitantes al que se llega por camino de tierra desde Coronel Suárez. El músico Ricardo Iorio, que vivía en una chacra a media hora de allí, había sido invitado a la inauguración. No fue, pero tres días después golpeó a la puerta y se encariñó con ese lugar donde, más de una década después, dejó algunas de sus pertenencias, días antes de morir.
Aquella noche peñera de octubre de 2023, el gaucho metalero se sacó la remera que llevaba puesta y la dejó sobre el mostrador. Entonces miró a la dueña del lugar, Mercedes Resch, y le dijo: “Tal vez sea la última vez que nos veamos”. Luego fue hasta su camioneta y volvió a entrar en la pulpería con una foto suya, una estampita de la Virgen de Luján y un evangelio. A las tres, cuatro personas que quedaban, ya bien entrada la madrugada, les dijo que había que leer una página cualquiera, vivir el día y, al finalizar la jornada, reflexionar. Después apuró el cigarrillo, lo dejó caer y lo apagó con su pie descalzo contra el suelo.
Aunque conserva todas esas pertenencias –se las puede ver en una vitrina, en La Tranca–, Mercedes asegura que cuando alguien pregunta la manera de rendirle tributo a Iorio, ella dice que más que el peregrinaje hasta su pulpería prefiere que planten un árbol, porque eso es lo que le hubiera gustado a Ricardo.
Este jueves, al cumplirse un año de la muerte del cantor del heavy metal argentino, habrá un homenaje en Coronel Suárez y, más tarde, en Cura Malal. La Tranca abrirá sus puertas y presentará el diseño de un afiche que Mercedes imprimió con una frase que escuchó varias veces en una noche peñera, mientras iba y venía de la barra con pedidos. “Uno se mata para vivir”.
Dos imposibles
Su tío, Mingo Silvera, un famoso “jineteador” surero, se sentaba a una mesa a conversar con Iorio, entre ginebras y empanadas. Mercedes también escribió un largo posteo sobre la historia de amistad de Iorio con Mingo. “Sentados los dos a la mesa de la entrada en la pulpería. Dos extremos de la vida que se juntan. Dos imposibles. El más viejo con sus ropas gauchas, bombacha de corderoy marrón oscura, alpargatas, camisa blanca recién planchada, gorra vasca, pañuelo a rayas rojas al cuello y un poncho que al paso de los otros parroquianos era codiciado con la mirada o la palabra. Del otro lado su contrincante, una persona robusta, vestida de negro con la cabeza casi rapada y una cresta que rajaba como una línea de pelos puntiagudos hasta llegar a la frente. Su voz ronca era inconfundible. Cada tanto aparecía por el pueblo a buscar las bendiciones del viejo. Era sabido que el viejo tenía poderes para sanar y se le solicitaba por todos los medios alguna curación de empacho, insolación. Hasta a los males de amor se enfrentaba (…) Ya desde el vestuario se notaba que venían de dos mundos muy diferentes, pero en esa mesa había comunión, algo los igualaba, un hilo invisible los unía –había publicado Mercedes en su cuenta de Facebook en octubre del año pasado, horas después de enterarse de la muerte de Iorio-. Tal vez sería el coraje que cada uno supo cultivar y entregar a multitudes. Eso se notaba a simple vista, esa mesa era diferente al resto, una energía superior la cubría e iluminaba. Tenían un gusto compartido, cada uno apretaba entre sus manos un vaso de ginebra. (...) ¿De qué hablaban? Algo unía a estos dos hombres, una pasión o una quimera. (...) Pidieron unas empanadas recién horneadas y otro trago que consumieron de un saque. La charla continuó hasta muy tarde y bebieron como cosacos. De toda la conversación que logré escuchar quedó una frase que desde ese día repito como un mantra: ‘uno se mata para vivir’”.
Pequeñas acciones
“No acostumbramos a abrir los jueves”, dice Mercedes. Esta será la excepción. Hay pequeñas acciones rondando este primer aniversario de la muerte de Iorio. Otro de los que honra su memoria es Roppo Marsch, artista plástico que hizo varias esculturas de Ricardo. Además fue su amigo y se convirtió en su chofer en los momentos en que el músico, por alguna circunstancia, no podía manejar. En los últimos años un par de incidentes automovilísticos lo tuvieron como protagonista, ya fuera en la salida del campo donde vivía o en la zona de Sierra de la Ventana.
El cantante de Almafuerte había encontrado su lugar en el mundo, donde vivió las últimas décadas junto a su pareja, Fernanda García, en unas hectáreas que le había comprado a la familia Graff. El paraje es conocido como El Campamento. Cuando llegó, en los ámbitos rurales era simplemente el rockero que se había afincado en la zona. En cambio, muchos en Coronel Suárez conocían bien su historia como ícono metalero. Roppo, que es el responsable de la escultura de Isabel de Perón que llegó a manos de la vicepresidenta Victoria Villarruel a través del contacto de Iorio. También tiene varios trabajos hechos a partir de la figura de Ricardo.
Además, su hermano Jeremías Marsch le rinde tributo a Iorio. Cuando tocaba en la región, con su banda Instinto d.C. fue su soporte. Y luego de su muerte, el grupo decidió homenajearlo con acciones y recitales, como el que dará este jueves en el Mercado de las Artes, de Coronel Suárez. Allí tocarán la música del líder de Almafuerte. Se reencontrarán con las canciones de ese espíritu indomable.
Como en la casa de la abuela
Es tarde de viernes y en unas horas La Tranca volverá a abrir sus puertas; como cada viernes, una vez a la semana. Novena de diez hermanos y hermanas, Mercedes Resch es artista plástica y docente. Se crió en Cura Malal, viajó a Buenos Aires para estudiar Bellas Artes y luego regresó a ese territorio de llanura y sierras bajas, de noches estrelladas, vida rural y tradiciones que le fruncen el ceño a los antojos de culturas globales.
Compró una casa que estaba hecha una tapera, una que cuando ella era chica funcionaba como boliche. Con mucho esfuerzo la convirtió en un espacio cultural. Talleres de plástica y danza hasta que luego decidió convertirla en la pulpería La Tranca. “La gente viene a tomar algo, a charlar, a jugar a las cartas. El que quiere puede tocar y cantar. Desde el comienzo fue así. Acá todos se cruzan, comparten con el de la mesa de al lado. La diferencia con una confitería es que ahí no compartís con el de al lado. Supongo que la gente siente que es como entrar a la casa de su abuela”.
A pesar de que pasaron 14 años de aquel 2010, su recuerdo todavía sigue claro. Eran las 11 de la noche cuando alguien golpeó a la puerta con mucho ímpetu y pidió permiso para pasar. Mercedes acababa de servir el guiso de la cena. Iorio había llegado con uno de sus músicos y con un vecino. La charla y la música esa noche se extendieron hasta las 4 de la mañana. Recién después volvió al camino.
Como dice la canción que le dedicó a la “Ruta 76″: “Te estoy cantando y vos esperándome. Pues andarte debo, para llegar al rincón serrano del orgullo nacional. Para algunos es pasado, para otros es tradición. Corral de piedras, yo he levantado. Donde amargar mi sangre en tus márgenes barros, Ruta 76″.
“A La Tranca Ricardo venía muy temprano o muy tarde. Y siempre en los momentos que aparecía éramos pocos. La primera y la última vez fueron las únicas que cantó. El resto de las veces era un personaje más. Nos quedamos en silencio cuando se fue, no pudimos hablar por un largo rato”, recuerda Mercedes.
“Aunque no era su seguidora, hay canciones que me conmueven mucho. A veces, cuando voy a mi taller, pongo música de Ricardo. Me saca de toda realidad. Era un músico que atravesó la vida de mucha gente. Cada tanto vienen. A veces abro la ventana y veo a alguien sentado en la vereda de enfrente. Antes no entendía mucho esa pasión, pero ahora entiendo que hay gente que dice que con su música él les cambió la vida. ‘Me salvó la vida’, dicen. Veo a algunos que se emocionan hasta las lágrimas al ver su remera. Me parece que el tema pasa porque no hay un lugar específico para poder encontrarlo. El verano pasado había gente incluso de Uruguay que quería dejarle flores en algún lugar. Yo creo que tienen que plantar un árbol en el lugar de cada uno. Ahí lo van a ver a Ricardo. A él le gustaría eso. Una vez yo estaba haciendo un bosque y me dijo: ‘un día voy a venir a dibujar con vos’. Era un ser de otro planeta. Nunca sabías lo que iba a hacer en medio de la gente de acá”.
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