Tres virtuosos en el Festival Argerich (y ninguno fue Martha Argerich)
Javier Perianes en piano, Fernando Cordella en clave y Sergei Nakariakov en trompeta se presentaron este jueves junto a la Camerata Bariloche, en el Colón
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Festival Argerich. Javier Perianes (piano), Fernando Cordella (clave), Sergei Nakariakov (trompeta). Camerata Bariloche. Dirección: César Bustamante. Obras: Concierto brandeburgués nº 5 en re mayor, BWV 1050, de Johann Sebastian Bach; Concierto para violonchelo en do mayor (transcripción para fliscorno), de Franz Joseph Haydn; Concierto para piano nº 21 en do mayor, K. 467, de W. A. Mozart. Nuestra opinión: excelente.
En el Festival Argerich, hay conciertos en los que Martha Argerich no está, y aunque a algún adorador marthiano pueda parecerle inconcebible, en esos conciertos no falta nada, aun cuando falte Martha Argerich. La explicación es que no es cosa de sustituciones: cada uno trae lo suyo y ella, Argerich, eligió lo que había que elegir. En este caso, fueron tres virtuosos fuera de serie: el clavecinista Fernando Cordella, el trompetista Sergei Nakariakov y el pianista Javier Perianes. Fueron tres virtuosismos diferentes, y ninguno de ellos, como hacían los exhibicionistas de historieta, se abrió el impermeable para mostrarse a sí mismo. Fueron virtuosismos al servicio de la obra.
El Concierto brandeburgués n°5, de Bach -la primera de las piezas que se escuchó en la noche- presenta la novedad de un cembalo concertato, y es por eso, casi sin más (aunque habría salvedades) un concierto para clave. En honor a la verdad, el clave cumple aquí dos funciones: acompaña (rellena) o es solista. En ambas, Cordella fue formidable. La cadenza del primer movimiento -esa genialidad de Bach- estuvo ya en su origen destinada al lucimiento, pero Cordella, de gestualidad expansiva, se tomó atribuciones personales, como el rubato, que administró sabiamente. La invención inacabable del “Allegro” podría opacar el “Affetuoso”. No fue el caso. Todo el movimiento es un trío de flauta, violín y clave, y en esa intimidad brillaron, además de Cordella, la flautista Claudia Nascimento y el violinista Freddy Varela Montero.
Hay que decir que escuchar el Concierto para cello en do mayor, de Haydn, en una transcripción para trompeta puede parecer una extravagancia. Lo es, no hay duda, pero es una extravagancia extraordinaria cuando quien la toca (en fliscorno) es Nakariakov. El suyo resultó un auténtico tour de force en el que todo transcurrió con la mayor facilidad, sin esfuerzo alguno, y con unas inflexiones clasicistas que, de haber tenido un ejecutante como él a mano, habrían hecho que Haydn escribiera aún más para trompeta. Cordella y Nakariakov se encontraron para un único encore: el “Aria para la cuerda de sol”, de Bach.
La dificultad del Concierto n° 21 en do mayor K. 467 consiste en que Mozart unió -en una forma concertante- la ópera con la música de cámara. Estas dos fuerzas, si se las entiende de un modo torcido, tienden a excluirse mutuamente. Quien haya escuchado al pianista Perianes (están los discos y tocó además en 2017 en el Colón) no ignora que lo suyo es la resolución de estas magnitudes excluyentes. Para decirlo en pocas palabras: Perianes sabe bien que Mozart no necesita ningún énfasis; todavía más: que el énfasis, en lugar de enaltecer, menoscaba. El Mozart de Perianes fue meridional, perspicuo, con todo a la vista, y esto incluye el misterio mozartiano, que se muestra pero no se agota. Un ejemplo: en el primer movimiento está agazapada la tentación de subrayar un poco demasiado la modulación sorpresiva (aún ahora) a modo menor. Perianes desestimó la anomalía y la tocó como si no pudiera ser de otro modo, y acaso (no podemos saberlo) también así la imaginó Mozart. Dirigida por César Bustamante, la Camerata Bariloche reconcilió aquí, y también antes, la precisión con la flexibilidad para acompañar a los solistas.
Hubo dos piezas fuera de programa, la Mazurka opus 17 n°4, de Chopin, y la “Danza ritual del fuego”, de El amor brujo, de Manuel de Falla. En la primera, Perianes -atento a vigilar cualquier desborde sensiblero- tuvo de nuevo la sobriedad y la inteligencia musical necesarias para transparentar el Mozart que habita en Chopin.
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