Lollapalooza 2017: treinta horas de música sin parar
De León Gieco a Metallica y de Martin Garrix a The Weeknd, un repaso por lo que dejó la cuarta edición local del festival, nuevamente en el Hipódromo de San Isidro, del encuentro creado por Perry Farrell
LA NACIONSebastián Ramos
- La cumbia de los Strokes. La salida a escena de Julian Casablancas y compañía se demoró unos minutos y la expectativa iba in crescendo. Finalmente, se apagaron las luces del escenario y a todo volumen un ritmo de cumbia hizo estallar al público, que agitaba las manos y comenzó a tirar pasos un tanto extrañado: Titiriti-titi, titiriti-titi. Se trataba de la versión cumbiera de "Reptilia", el tema de los Strokes hecho por un tal El Shulian K-sablan-k. Luego del simpático guiño, sí, la banda neoyorquina arrancó con los acordes de "The Modern Age" a puro rock.
- The Lost Weekend. Una de las figuras más esperadas por las nuevas generaciones fue The Weeknd, estrella del R&B alternativo por estos días. Pero, tras un inicio bien arriba con su último gran hit "Starboy", el joven cantante ofreció un show plano, sin matices, por momentos hasta aburrido, que apenas levantó en el cierre con temas como "Can't Feel My Face" y "The Hills". Abajo del escenario le fue mejor y durante toda la semana fue noticia por haber llegado al país con su novia, Selena Gómez.
- El León. Tras la falsa polémica tuitera, Gieco dejó en el Lollapalooza uno de los mejores sets de esta edición, acompañado por los jóvenes músicos de Infierno 18. Memoria, emoción y rock and roll sin vencimiento, con "Todos los caballos blancos", "Pensar en nada", "El fantasma de Canterville" y "La colina de la vida", entre otros clásicos. La única polémica, entonces, fue el horario designado para Gieco (el viernes, a las 15.30), cuando aún no había arribado al predio ni la mitad de los asistentes.
- El metal más convocante. Del casi centenar de shows que se llevaron a cabo durante las dos jornadas del festival, el de Metallica fue sin dudas el más convocante. Metaleros de ayer, de hoy y de siempre compartieron la electrizante actuación del cuarteto con curiosos y millennials por igual.
- Perry siempre está. Como en cada una de las cuatro ediciones, Perry Farrell, el hombre que creó este monstruo festivalero en 1991, se paseó por el Hipódromo de San Isidro y estuvo cerca de los detalles organizativos junto con su esposa, Etty Lau. Esta vez no subió a ningún escenario, pero el viernes a la noche, luego de la primera jornada, tuvo su momento protagónico: en el hotel Faena, Farrell festejó su cumpleaños número 58 y el cantante de Duran Duran, Simon Le Bon, y Charly García le cantaron "Ticket to Ride" para celebrarlo.
- Mucho para descubrir. Una vez más, el Lollapalooza sirvió para descubrir las propuestas musicales de varios artistas internacionales aún no tan conocidos por estas tierras: Glass Animals, la cantante danesa MØ, las hermanas Tegan and Sara, The 1975, Catfish and The Bottlemen y el ecuatoriano Nicola Cruz, entre otros, se destacaron y confirmaron que en el Lollapalooza no hay horarios para los buenos shows (la mayoría de ellos fue bien temprano).
- Viejitos piolas. El rubro leyenda estuvo ocupado esta vez en el line up por los británicos Duran Duran, con su formación original. Y no defraudaron. Por el contrario, la banda ofreció una versión hitera que hizo bailar a grandes y chicos, confirmando que hoy se posiciona aún mejor que en los años noventa, cuando parecían destinados a un final para el olvido.
- En vivo y rabioso. Una de las performances más efusivas y entregadas de este año fue la de Cage The Elephant, con su vocalista Matt Shultz en ebullición constante. El grupo norteamericano ya había dejado una gran impresión en 2012, en un Quilmes Rock con un show caliente de apenas siete temas, que había dejado al público con ganas de más. Volvieron y vencieron.
- Los niños saltaron los decorados del Kidzapalooza. El espacio para los más chicos ya es un clásico del festival, con shows, actividades, talleres y juegos. Edición tras edición, el Kidzapalooza crece en oferta y en metros cuadrados, para alegría de padres e hijos. Pero si cuatro años atrás la mayoría de los bajitos dejaba el predio una vez cerrado el espacio dedicado exclusivamente a ellos (a las 19), este año los niños tomaron el predio aquí, allá y en todas partes y se los pudo ver correteando hasta bien entrada la noche, ya sea saltando con Metallica o bailando con el DJ Martin Garrix.
- Deuda cancelada. La banda de punk-rock Rancid pisó suelo argentino por primera vez y saldó una deuda con los fans locales de más de 26 años al entregar uno de los sets más potentes del Lollapalooza. Por si fuera poco, no sólo llevaron su punk-rock-ska al predio de San Isidro, sino que un día antes, el jueves por la noche, dieron un show con entradas agotadas no bien se pusieron en venta en el teatro de Flores, con los Metallica como público de lujo.
- La miniestrella. El viernes por la tarde, muchos metaleros se acercaron hasta las puertas del Kidzapalooza para presenciar el set de una minibanda: The Helmets. Allí, Tye Trujillo, el hijo del bajista de Metallica, se llevó todas las miradas, con la misma postura de su padre y el pelo hasta la cintura. Robert, el papá baboso, lo acompañó y le hizo de asistente.
- Píntalo de negro. Los británicos The XX volvieron a presentarse en el país con su espíritu oscuro y sus melodías minimalistas ahora cada vez más cruzadas con la impronta electrónica de Jamie XX. Expresivamente contentos por el recibimiento del público, Oliver Sim y Romy Madley Croft hasta parecieron humanos.
- La legión argentina. Entre bandas en ascenso, como Joystick, Bestia Bebé, Huevo, Usted Señalemelo y Bándalos Chinos; fieles representantes del rock argentino, como Lisandro Aristimuño, Turf y Palo Pandolfo, y chicas de armas tomar, como Sara Hebe y La Yegros, la música local logró imponerse con identidad entre tanta oferta internacional.
- Más y mejor. Por primera vez en sus cuatro ediciones, el Lollapalooza se declaró con "entradas agotadas". Con cien mil personas cada día, el festival logró su récord de asistencia en 2017. Además, los organizadores corrigieron algunos de los errores de otros años (la nueva disposición de los escenarios principales funcionó mucho mejor y dejó circular más cómodamente al público) y se llevaron un más que aprobado en cuestiones de señalización, accesos y seguridad. Que se repita.
Por Sebastián Ramos
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