Travis Scott: un rapero poco convencional, un escenario distinto y un público que vibró de principio a fin
El músico de hip hop se presentó por segunda vez entre nosotros; su debut se había producido en 2022, en el primer Primavera Sound porteño
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Presentación de Travis Scott. Músicos: Travis Scott y DJ Chase B. Función: lunes 9 de septiembre. Lugar: Movistar Arena. Calificación: bueno:
Una voz femenina en off da por comenzado el recital con una frase que podría traducirse de la siguiente manera: “Saludos desde Utopia. Antes de que comience el show, abre esa mierda”. Y entonces Travis Scott emerge desde el subsuelo hacia un escenario que no es técnicamente un escenario para dar comienzo a un repertorio de algo así como 30 canciones que no son técnicamente canciones ni son técnicamente 30.
Pero las cosas no solo se definen por lo que no son. Lo de Travis Scott en vivo es otro tipo de performance, una puesta en escena del shock (y el shot). Los temas se suceden como fragmentos sonoros, finalizados siempre por un efecto que emula una explosión. Así, cada tema puede extenderse apenas un estribillo (”BUTTERFLY EFFECT”, “90210″, “TOPIA TWINS”) antes de ser dinamitado por Chase B, el DJ que acompaña a Travis Scott con un buzo que en sus espaldas deja ver el nombre de la ciudad a la que le deben su sonido y esencia: Atlanta.
Si alguno sabe como se supera esta entrada me avisa? Hace 15 horas pensando en esto pic.twitter.com/Q2L195kPPo
— Cactus Jack Arg🌵🇦🇷 (@Cactusjackarg_) September 10, 2024
De gafas y guantes rojos, zapatillas y pantalón negros más una especie de chaleco con hombreras ajustado a puro velcro, como una armadura retrofuturista, Travis Scott parece salido del Fortnite, el mismo videojuego al que “entró” para dar un show en 2020 y para el que también se convirtió en skin (piel). Deshumanización, rehumanización y posthumanización. Desde su personificación hasta su voz, todo es atravesado por filtros digitales. La música se vuelve más física que audible. Los graves (sub lows) saturados se sienten en el cuerpo como una vibración. Lo bombos dejan de ser percusivos y los bajos dejan de escucharse como notas diferenciables en tanto alturas, todo es un sacudón de aire. El dubstep de Skrillex y el nü metal de Slipknot resuenan en el vivo de Travis Scott por encima de Eminen o cualquier otro rapero ajustado a la tradición del hip hop.
Sin escenario convencional, la pasarela que emulaba construcciones cavernícolas, repleta de escaleras, plataformas y desvíos, obligaron a Travis Scott a correr y saltar como si estuviese intentando pasar a otra pantalla, algo que logró con destreza física pero sin perder el objetivo final: arengar a un público dispuesto a devolver el mismo nivel de entrega. Todo siempre en escala de grises y en un clima de opresión, en la pasarela y en la pantalla. “Has sido seleccionado”, dijo la voz en off una vez que el rapero nacido en Texas eligió a cinco personas del público para que lo acompañen en la seguidilla “sdp interlude”-“Mo City Flexologist”-”BACKR00MS”. Para ese entonces, el característico pasamontañas verde flúo con el que se identifican los fanáticos más intensos del cantante, se divisaban en el campo como posibles focos de pogo e insurgencia.
Si “GOD’S COUNTRY” fue uno de los tantos raptos abreviados del show, el siguiente tema, “MY EYES”, sobresalió por ser todo lo contrario. “Es una de mis canciones favoritas”, anticipó Travis Scott, antes de que la plataforma lo elevara, los lasers lo encerraran metafóricamente y el se dispusiera a cantar, con su voz bañada de autotune, sobre zapatillas de miles de dólares pero también sobre no encontrar el mapa de su alma y las dicotomías entre la llegada de Cupido y dormir con un martillo. Una balada para los tiempos que corren, en donde todo parece jugarse en el mismo plano, con posesiones, vacíos, ansiedades y un sonido tan virtual que es menos escapismo que descenso a la introspección psíquica. La voz de Travis Scott es la de un cuerpo en pleno proceso de deslibinidización. Una vela que se derrite y lucha por sostener ese fuego que la vuelve lumínica al mismo tiempo que la lleva a desintegrarse.
“BUTTERFLY EFFECT” volvió a poner en la mesa el juego de fragmentos. Travis Scott cortó el tema para mostrar sus respetos a un joven, que originalmente estaba sentado en una silla de ruedas, que era sostenido por sus amigos (uno de ellos, el freestyler MKS) para que pueda disfrutar el show abrazado a ellos. Interrupciones similares vendrían para un fanático en la última fila y para un hombre de 44 años que había ido con su hijo a disfrutar, los dos por igual, del concierto.
“I KNOW” y “Mamacita” fueron lo más cercano a un groove disparado desde la consola, uno extendido con momentos a capella y el otro reducido a una viñeta. Porque el estímulo es constante pero no continuo, tal vez ahí la gran diferencia con un set de música electrónica. Mientras la propuesta de un DJ pasa por la capacidad para mezclar y generar un continuum sonoro que atraviese una o varias emociones pero siempre con un fluir ininterrumpido, para Travis Scott la cosa pasa por el micromomento extremo. Tampoco hay una idea de desarrollo, ni de la canción como devenir. Acá el estímulo puede durar 15 segundos para frenar a cero y volver a atacar. Generar una reacción, cuanto más intempestuosa mejor, de eso se trata. Y entonces “FE!N” llegó como el segmento esperado. La canción sonó una vez, luego se repitió un fragmento, luego otra vez, luego otra. Y así hasta llegar a seis. A veces cantó él, a veces dejó que el público hiciera lo suyo, a veces el grito fue en sociedad. En cada caso, ante cada repetición todo se volvía más intenso, desde el pogo hasta la performance vocal de Travis Scott, que terminó con gritos guturales en estilo hardcore. Los cuerpos, acostumbrados a su dosis de placer, exigiendo más para generar la misma cantidad de dopamina. La música como condicionamiento pavloviano.
“SICKO MODE” y “goosebumps”, dos de los hits más transversales del músico, sobresalieron en el final. El primero es una colaboración con Drake y el segundo con Kendrick Lamar, dos que se odian y protagonizaron un ida y vuelta de canciones dedicadas que se convirtieron en el gran beef del hip hop en el último tiempo. Paradójicamente, o quizás en verdad sea sensato y hasta natural, Travis Scott quedó en el medio de ambos. Tomar un poco de cada cosa. Llevarla al extremo. Eliminar todo raciocinio. Volverse primal. Volver a la caverna. Que las sombras arrojen respuestas. Y buscar la luz.
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