Tom Jones: el artista que se negó a ser una mueca de sí mismo
A los 76 años, el cantante galés brindó un potente show en el estadio Luna Park
Dicen que el zorro puede perder el pelo, pero no las mañas. Y Tom Jones llegó a Buenos Aires para darle la razón al viejo refrán.
A seis años de su última presentación en el país -que también se realizó en el Luna Park-, el cantante galés demostró que su voz se encuentra intacta y que su encanto ha trascendido el paso del tiempo. Porque, claramente, el joven que hacía enloquecer a las mujeres con su bronceado eterno, sus pantalones ajustados y su camisa semiabierta le ha cedido su lugar al hombre maduro que peina canas y necesita apenas de un gesto para generar suspiros. Y eso, el no haberse convertido en una mueca de lo que supo ser, es algo que también se le agradece.
Se podría decir que el artista ha crecido con su público. Y, en ese crecimiento, supo reinventarse, acomodarse, evolucionar, modernizarse, darle una nueva dimensión al mote de entertainer y hacer morir de envidia a los que consideraron el suyo un arte menor. Pararse sobre un escenario en Las Vegas, Tokio o Buenos Aires y ser Tom Jones no debe ser una tarea fácil, aún cuando él nos haga creer que sí lo es.
A las 21.15, con un estadio ansioso por verlo y escucharlo, parte de su banda comenzó a tocar los primeros acordes de "Burning Hell". Sí, eso sería un concierto de rock. Y de blues, jazz, pop, country, folk y funk, porque no hay género al que el "Tigre de Gales" le tema ni que le siente mal a su voz de trueno.
El primer tramo del show estuvo compuesto por canciones de sus tres últimos discos -Long Lost Suitcase, Spirit In The Room y Praise & Blame- y la gran sorpresa llegó con una versión jazzeada de "Sexbomb", ese gran éxito que lo trajo de regreso, en 1999. Apenas acompañado por un piano, fraseó la primera parte del hit como desnudándolo, mientras el resto de la banda escuchaba lo que el maestro tenía para decir. Luego, el éxtasis, que el público agradeció con palmas y cánticos.
El cambio de clima fue inmediato. "Quiero recordar esta noche a mi esposa. Ella escuchaba las canciones que grabé para cada disco y me ayudaba a elegir cuáles debía incluir", dijo evocando a la recientemente fallecida Linda Trenchard, la mujer con la que se casó a los 17 años. Para ella fue "Tomorrow night", que sonó particularmente profunda y emotiva.
Lejos de la demagogia, el artista británico se valió de su potente voz para reconfortar a sus seguidores. Y su potente voz encontró un apoyo fundamental en la banda que lo acompaña, que sonó impecable, atenta y ajustada.
Los momentos más altos de la velada llegaron sobre el final, cuando Tom Jones comenzó a sacar del cofre relecturas de sus grandes éxitos: desde la tan dramática como irresistible "Delilah" hasta una versión con aires circences de "What's new pussycat?". También sobrevoló el espíritu de ese rey que supo brindarle su amistad, a través de la canción “Elvis Presley Blues”.
Con "You can leave your hat on", llegó un amague de striptease que fue debidamente celebrado con aplausos y alaridos. Hubo tiempo para esparcir el sofisticado espíritu de James Bond por el estadio con "Thunderball" y de homenajear a Prince, con el paso funky de "Kiss". El final quedó en manos de “Strange things happening every day”, y nadie pudo ya seguir en su asiento.
Tras casi dos horas de show, sir Tom Jones se retiró entero, satisfecho y con la promesa de que habrá un pronto reencuentro. Si el hombre que parece hacerle zancadillas al paso de los años lo dice, habrá que creerle.
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