La cantante expuso en el escenario el trastorno de ansiedad que le diagnosticaron; cuánto ha influido el mecanismo de una industria que maneja tiempos y agendas humanamente imposibles de sostener
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Rosalía está transitando la primera media hora de su show. Se trata de un set medido, bien guionado y cronometrado. Es el mismo show que vimos en dos ocasiones en Buenos Aires y el mismo que presenta por segunda vez en Madrid. De pronto, algo se sale de lo planeado y es ella y su discurso. “Es un año y medio que llevo de gira y una ya siente el peso. Echo de menos a amigos, pareja, familia”.
En tiempos donde todo se dice y se vive por las redes sociales –lo real y lo otro también-, algunas figuras del amplio espectro del pop actual han elegido el escenario para descargarse, para abrirse ante su público, para mostrarse vulnerables. Esas estrellas que brillan en los festivales, en los videoclips, en la tele, en las publicidades; esas estrellas que entregan cifras astronómicas de visualizaciones, escuchas y de ceros en sus cuentas bancarias; esas estrellas tienen mucho en común con el ciudadano de a pie: cansancio, vida personal, inseguridades y mucho miedo a fracasar.
En la serie de HBO The Idol, la niña mimada de la industria que compone Lily-Rose Depp se encuentra tan en lo alto que se ve y se siente al borde del precipicio. La nueva canción que está por salir será un éxito, dice su entorno, pero ella siente que no la representa. No quiere seguir con la inercia, no quiere seguir vendiéndose como objeto sexual en los videos. Quiere tomar sus decisiones. Como Martina “Tini” Stoessel, que toma el micrófono para decir basta, para llorar y para contarle a sus fans lo que le pasa. Parece ser solo una pequeña porción de todo lo que viene experimentando desde que empezó a trabajar, aun en su niñez y con sus padres convertidos también en managers.
“Hace tres semanas veía muy, muy lejano poder volver a subirme a un escenario y fue una meta que me puse en mi cabeza”, le dijo la ex Violetta a su público días atrás, en pleno recital, en la ciudad de Barcelona. Con la voz entrecortada y al borde de las lágrimas que no tardarían en llegar, se refirió a los ataques de pánico que experimentó en los últimos tiempos. “Poder estar acá es un gran logro y en gran parte también es gracias a ustedes por todo el amor que me brindan. Muchas gracias, de verdad, muchas gracias”.
Que la industria del entretenimiento es una “picadora de carne”, no hay ninguna novedad. Detectadas las figuras promisorias, los jóvenes talentos con “más proyección”, la maquinaria se dispone íntegra a trabajar en busca de un único objetivo: que todos escuchemos, veamos, hablemos y repliquemos en nuestras redes sus productos.
La nueva era dorada del single, de la canción suelta, es muy distinta a la que en los años 60 conocieron The Beatles y The Rolling Stones. En aquella época se sacaba un simple con un tema en el lado A y otro en el lado B, en algunos casos un segundo simple y luego venía el disco, que por lo general contaba con esos cuatro temas ya difundidos (algunas caras B no, quedaban ahí como joyitas únicas y luego reaparecían en compilaciones) y cuatro, seis o como mucho ocho temas más.
En la actualidad, la dinámica del simple es parecida a la de aquel entonces, pero con muchas más aristas que la acompañan. La salida de una nueva canción, en el amplio universo de la música pop, implica un videoclip que la acompañe, la promoción de la discográfica, pero también del artista (entrevistas, acciones para redes sociales, eventos de lanzamiento) y en muchos casos esto sucede en medio de extensas giras, sin siquiera que medie el descanso necesario o tiempo suficiente para sacarse un chip y ponerse otro.
Con solo observar el perfil de Spotify de María Becerra veremos que la cantante lanzó siete tracks en lo que va del año: el muy reciente “Corazón vacío”, “Te Cura” (de la banda de sonido de Rápidos y Furiosos 10), la canción de Pablo Alborán en la que hace un feat, “Amigos”; la versión en vivo de “Desafiando el destino”, “Perfecta”, el clásico de Miranda!, en una nueva versión con ellos y FMK; “Adiós” (también en vivo) y “Berlin”, con Rony Seikaly y Zion & Lennox. Más que suficiente para un semestre, ¿no?
La dinámica del streaming, de ese matrimonio por conveniencia que componen Spotify y Youtube, requiere de nuevos contenidos en forma permanente. Los lanzamientos ya no se realizan una o dos veces a la semana, sino que pueden suceder en cualquier momento. Y figuras que evidencian un lento ascenso de golpe pueden explotar y dejar sin aire a su entorno y a ellas mismas. Tal el caso de La Joaqui.
Joaquinha Lerena de la Riva es una exponente de un subgénero de la música urbana conocido como RKT, algo así como la cruza del reggaetón con la cumbia villera. L-Gante, el mayor representante de esta movida, acaba de salir de la cárcel; El Noba, muy amigo de La Joaqui, murió tras accidentarse con su moto (conducía sin casco, hacía “wheelie”, tenía 25 años) y ella se convirtió en la artista de más proyección de la escena.
Ni bien salió su EP Barbie copiloto, en noviembre del año pasado, canciones como “Butakera” no dejaron de sonar. Requerida para cientos de shows privados, en boliches, en fiestas de fin de año de empresas, en eventos municipales, provinciales y en shows propios y de festivales, Joaquinha, que contó en los medios su dura historia de vida, pareció haberse quedado sin combustible.
“Espero que todos estén bien. Hoy quiero compartirles una noticia personal. Debido a motivos de estrés traumático, he decidido tomarme un tiempo para cuidar mi salud y mi bienestar. Por esta razón, lamentablemente, no podré realizar más shows hasta nuevo aviso”, explicó a través de unas historias de Instagram.
El caso de La Joaqui no es tan distinto al de alguien muy experimentado como Ale Sanz;. Es evidente que hay puntos en común en lo que le pasa a ellos con lo que les sucede a Nicki Nicole y Tini (trastorno de ansiedad, depresión, ataques de pánico).
Los daños colaterales han quedado expuestos y son sus mismos protagonistas quienes se decidieron a contarlo. “Desde la pandemia toqué fondo y ahora voy día a día. Puedo ser sincera porque estoy trabajando mucho por dentro, mi cuerpo me lo pidió solito. Empecé a tener ataques de pánico. Son temas de los que nunca había hablado y no había sanado”, contó recientemente Tini en una entrevista con el diario El País de España.
Lo que no se hubiera animado a contar en los días en que era una chica Disney, de esas que debían siempre sonreír, evitar temas polémicos y personales, finalmente salió de su boca. Eso sí, no se corre del rol de vocera generacional y en la misma nota lanza un mensaje que arranca los aplausos de los artistas de generaciones anteriores que no pudieron lidiar con dilemas similares. “Me parece interesante que nos llamen la generación de cristal. Lo somos porque nos animamos a hablar de las cosas, a sentirlas, a planteárnoslas. A pensar que, quizá, ese ataque de pánico que tenés, viene de tal cosa, y no llegar a los 50 sin haber hablado nada”.
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