Theodora, de oratorio handeliano a híbrido escénico
En la puesta se interpolan textos de la teóloga y escritora argentina Marcella Althaus-Reid que devienen en un espectáculo en el cual la Theodora original es apenas un disparador para la creación de una propuesta ambivalente y de resolución poco lograda
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Theodora, versión escénica sobre el oratorio de Handel para una actriz, cantantes y orquesta. Con: Mercedes Morán, Yun Jung Choi (Theodora), Martín Oro (Didymus), Florencia Machado (Irene), Santiago Martínez (Septimus), Víctor Torres (Valens) e Iván Maier (mensajero). Puesta en escena: Alejandro Tantanian. Orquesta Estable del Teatro Colón. Dirección: Johannes Pramsohler. Teatro Colón. Nuestra opinión: bueno.
Desde el Colón se anunciaba que estas funciones de Theodora implicaban el estreno del oratorio de Handel en nuestro país. En realidad, estrictamente hablando, Theodora, con sus longitudes y sus contenidos originales, aún no ha sido representada en el Colón porque lo que ofrece el teatro es una adaptación reducida, teatralizada y muy libre de una obra concebida para el concierto. La gran diferencia no estriba en los faltantes de la partitura original sino que en esta puesta se interpolan textos de la teóloga y escritora argentina Marcella Althaus-Reid que, en definitiva, devienen en un espectáculo en el cual la Theodora primigenia es apenas un disparador para la creación de una propuesta ambivalente y de resolución poco lograda. A la historia de la mártir cristiana asesinada por disposición de Diocleciano, en Antioquía, en el siglo IV, se le agregan, declamados o proyectados, todo tipo de alocuciones, alegatos y disertaciones. Sucesivamente se escuchan o se leen críticas a las concepciones patriarcales de la teología cristiana, arengas en defensa de la diversidad genérica y sexual, narraciones en primera persona sobre vivencias personales de la autora y hasta denuncias sobre delitos flagrantes cometidos en nuestro país en tiempos de la dictadura en contra de quienes habían escogido caminos genéricos no binarios. ¿Aceptables o compartibles? Mayormente sí. ¿Apropiados en este contexto? Mayormente no.
Aun aceptando la licitud creativa según la cual toda obra puede ser adaptada, reformulada y resignificada en una representación posterior a la de su tiempo de creación, esta Theodora del Colón es poco feliz. Peter Sellars, por ejemplo, la ha teatralizado admirablemente bien, ateniéndose a la obra original. Alejandro Tantanian propone un espectáculo forzado, críptico y discontinuo que introduce planteos ajenos a los de la historia de la Theodora de Handel y, tal vez lo más provocador, incluyendo, constantemente, estímulos visuales que distraen si no desmerecen a la música de Handel.
De principio a fin, en un único acto continuado, en lugar de los tres originales, la acción tiene lugar en un ámbito muy amplio y despojado sobre el cual se disponen algunas plataformas bajas y mínimos adminículos móviles, todo construido con líneas rectas, sin la más mínima ondulación, elemento que aporta una indudable rigidez. Por detrás, sobre varias pantallas, se suceden proyecciones constantes de videos preprogramados de significación imprecisa o de imágenes tomadas en vivo por un cronista que, cámara en mano y caminando por el escenario, capta rostros, manos, cuerpos y hasta el piso sobre el cual deambula, Con movimientos de sincronización exacta, los personajes de la trama ocupan sus espacios con desplazamientos mínimos.
El oratorio, planteado en escenas cerradas, con escasas participaciones corales y establecido sobre una sucesión constante de recitativos y arias, permite el fraccionamiento de la obra. Ahí es donde Mercedes Morán ingresa para traer los escritos de Althaus-Reid. Ocasionalmente, son proyectados mientras la música avanza. En esos momentos, la víctima principal es la música de Handel. Sobre las bellezas de la obertura inicial, se proyecta un extenso escrito cuya comprensión exige concentración. Así, Handel, de repente, pasó a ser apenas una subsidiaria música de fondo. Para abreviar el oratorio hubo omisiones de todo tipo. Con todo, esos faltantes podrían haber sido perdonados si la resultante hubiera sido una propuesta estéticamente superadora. Pero lo que aquí se vio no fue sino un híbrido poco venturoso.
El elenco se desenvolvió con una actuación general muy digna. Una mención especial se merece Martín Oro quien aprovechó y expuso de maravillas las vicisitudes de Didymus con sus intensos conflictos internos entre la obediencia y el amor. En el polo opuesto, debimos lamentar que toda la musicalidad y arte de Víctor Torres se vieran acorralados y sin posibilidades de expresión ante la reiteración monocorde de Valens, siempre duro, implacable, dictatorial e impiadoso. La única extranjera del elenco, la coreana Yun Jung Choi, no sobresalió por sobre la muy vernácula Florencia Machado, siempre atinada y expresiva. Un tanto altisonante y vehemente apareció el sexteto de cristianos cuyo fugado, en el final, adoleció de algún empastamiento innecesario. La Estable, acostumbrada a otros repertorios, trabajó correctamente bajo la conducción de Johannes Pramsohler, un director históricamente informado que acostumbra a trabajar con orquestas “modernas”. No es de imaginar que en alguna otra ocasión, en el Colón, se pueda ver en su totalidad la Theodora de Handel, un oratorio muy dramático y muy hermoso. En esta puesta que pasó por el Colón apenas si pudo ser intuido. En su reemplazo, muy bien cantado, interpretado y actuado, apareció un espectáculo poco atractivo.
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