The Cure: una historia de película y el recuerdo de su caótico debut en la Argentina
Tenía 13 años y dos días antes del show habíamos decidido con un amigo que era el momento de completar nuestra discografía compartida de The Cure y nos fuimos a comprar Faith a un local de la calle Lavalle que vendía casetes grabados, con la fotocopia de la tapa en blanco y negro. Ahora sí estábamos preparados para "el" show. Pocos meses antes se había anunciado sorpresivamente que la banda de Robert Smith llegaría por primera vez al país, en su punto justo, en medio del suceso mundial que había logrado con su último álbum, The Head On The Door. Serían dos conciertos, el 17 y 18 de marzo de 1987, en el estadio de Ferro Carril Oeste.
Iba a ser también mi primer recital y por eso mis padres me impusieron una única condición: tenía que ir con mi hermano mayor. Adrián aceptó acompañarnos a mi amigo Chelo y a mí en aquella primera noche de The Cure en Buenos Aires, sin imaginar ni la mitad de lo que iba a suceder. Aunque en rigor, nadie esperaba algo siquiera similar.
Aquel martes ingresamos temprano a la cancha y nos instalamos en la platea techada de Ferro. El escenario había sido armado sobre una cabecera, dejando así a más de cien metros a quienes habían comprado las entradas más accesibles, ubicados en la popular. De pronto, un muchacho se las ingenia para saltar el alambrado e ingresar al campo. Enseguida otro lo imitó y otro y otro más. Al verlos, diez policías armaron un cordón entre la popular y el escenario para que nadie más pasara. La amenaza no surtió efecto. Desde las gradas comenzaron a pasar más chicos que, como si se tratara de un partido de rugby, corrían intentando esquivar el tacle de los policías. Cuando alguno lograba sortearlos y mezclarse con la multitud que ya estaba frente al escenario esperando el show, el público de la platea festejaba como si fuera un gol.
La policía sumó oficiales y perros a su cordón. La represión fue brutal y entonces sí, estalló una batalla que se extendió por más de una hora, hasta que los agentes tuvieron que replegarse y esconderse en un gimnasio del club. El saldo fue decenas de heridos y varios perros muertos. En medio de ese caos, Smith y compañía subieron a escena y ofrecieron un show impactante, de mal sonido, pero de exquisita técnica y con la urgencia de una noche que el mismo Robert Smith recordaría años más tarde: "En la Argentina alguien murió por culpa de un show nuestro, pero fue fuera del estadio. Los edificios temblaban y los promotores vendieron entradas de más sin sospechar que éramos tan populares. Hubo una especie de motín y asesinaron a un vendedor de perros calientes [panchos]. Y enseguida hubo perros calientes de verdad, porque la gente les prendió fuego a los perros de policía que les tiraron encima. Pensé que no íbamos a salir vivos de allí".