Teatro Colón: Martha Argerich, con un Quinteto de Schumann sublime y arrasador, inauguró el festival que lleva su nombre
El concierto inaugural fue de menor a mayor, con un Noneto de Rheinberger poco interesante y sin la máxima estrella en el escenario, que dejó paso a la apoteosis cuando interpretó junto a cuatro excelentes músicos de la Orquesta Estable la segunda parte del programa
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Festival Argerich. Concierto de apertura. Martha Argerich, piano; Freddy Varela Montero y Tatiana Glava, violines; Fernando Rojas Huespe, viola; Stanimir Todorov, chelo. Programa: Rheinberger: Noneto para vientos y cuerdas, Ob inter p.139; Schumann: Quinteto con piano en Mi bemol Mayor, Op.44. Teatro Colón. Nuestra opinión: muy bueno
Comenzó el Festival Argerich en el Colón y, exactamente como era de suponer, el teatro estuvo atiborrado de este a oeste y de platea a paraíso. El amor intenso e incondicional que el público argentino siente por la gran pianista se mantiene incólume y, aunque sea imposible de dimensionar, pareciera que, incluso, año a año, va creciendo. Con todo, para recibirla y para que la explosión de bienvenida pudiera surgir completa y espontáneamente –en términos futboleros– hubo que esperar un tiempo y el entretiempo subsiguiente. En todas las artes performáticas existen distintos cánones que prescriben cómo manejar los tiempos iniciales para que la apertura irrumpa incontenible ante la aparición de la gran estrella. En 2022, en el primer concierto del Festival, Martha ingresó al escenario con Dutoit para hacer, junto con la Filarmónica de Buenos Aires, el Concierto para piano y orquesta de Ravel, y la ovación, el griterío y el frenesí estallaron conmovedores. En la segunda parte, con mano maestra, Dutoit dirigió la Sinfonía fantástica, de Berlioz. Fiesta completa. La misma obra cerró la velada de apertura del recientísimo Festival Argerich que tuvo lugar en Hamburgo pero, en la primera parte, Martha participó en la Fantasía coral, de Beethoven. La eficacia de la fórmula está comprobada.
En esta ocasión, el concierto de apertura fue con un recital de cámara y se programó a Martha para interpretar, en la segunda parte, el maravilloso Quinteto con piano, de Schumann, junto a cuatro excelentes músicos de la Orquesta Estable del Teatro Colón. Pero en la primera parte, y a lo largo de algo más de cuarenta minutos, insustancial, insípido y casi como contingente obra de relleno, se escuchó el Noneto para flauta, oboe, clarinete, fagot, corno, violín, viola, chelo y contrabajo, Op.139, de Josef Rheinberger. En un gran recital de música popular, el grupo soporte, en la previa, está para que el público se vaya moviendo y entrando en calor para llegar hasta el punto de exacto de ansiedad para entregarse al gran grupo o al gran solista. Acá, las ansias por ver a la gran convocante se iban aplacando con una obra de cámara de un compositor que aún habiendo nacido en 1839, nunca abandonó los preceptos del clasicismo y dejó obras poco originales, como este Noneto, con pocas ideas llamativas o atrayentes. Los nueve integrantes, también ellos integrantes de la Orquesta Estable, muy concentrados, tocaron correctamente. Sin embargo, no había elementos que, desde la partitura, ayudaran a despertar alguna emoción, algún interés. Entre aquella Sinfonía fantástica y este Noneto no hubo comparación posible. El partido del primer tiempo, en este Festival, fue un muy aburrido 0–0, sin situaciones de gol.
Y después sí, pasadas las 21, con su inconfundible cabellera blanca, Martha Argerich apareció junto a Freddy Varela Montero, Tatiana Glava, Fernando Rojas Huespe y Stanimir Todorov, cuatro músicos excelentes, también ellos de la misma Estable, y estalló el Teatro Colón. El amor que el público argentino le dispensa a Martha es inconmensurable. Las razones son múltiples. Su decisión de volver y seguir volviendo a su país es una de ellas, por supuesto. Pero más allá de esta cercanía, el factor central de esa idolatría por Martha estriba en que todos saben y entienden que ella es una artista completa, superior, irrepetible, una auténtica (y merecida) leyenda que, a los 82 años, pareciera que toca mejor que nunca. Sencillamente, con ella como presencia esencial y como generadora primaria, el Quinteto de Schumann tuvo una realización sublime.
Por sus peculiaridades expresivas y por una comprensión del texto diferente a otros enormísimos pianistas, Martha transmite sus ideas de un modo contundente. Desde la mismísima apertura del Quinteto, afloran toda su solvencia y su potencia. E, inmediatamente, es capaz de expresar un canto íntimo, casi impalpable. En el segundo movimiento, desde sus pianísimos etéreos y también profundos, se contagiaron, mágicamente, sus cuatro cómplices para ofrecer una cuasimarcha fúnebre enternecedora. También desde el teclado sobrevino una irrefrenable tromba huracanada para que el scherzo, el tercer movimiento, fuera musicalmente arrasador. Por último, el cuarto movimiento, con sus sabores populares y sus aires danzantes, también tuvo una realización impecable y categórica. El mejor elogio que se les puede dispensar a Varela Montero, Glava, Rojas Huespe y Todorov es que, al lado de Martha Argerich, no quedaron pequeños y no fueron meros partenaires. El quinteto, en su totalidad, sonó homogéneo, intenso y sintonizando las mismas ideas. Después de los aplausos y los gritos, tras una deliberación colectiva que tuvo lugar en el mismo escenario, Martha y sus amigos repitieron el scherzo que, para que no quedaran dudas, sonó tan tremendamente avasallante y artístico como antes.
La única razón para que este concierto, mera matemática, no está antecedido por la máxima calificación estriba en ese Noneto cuya presencia y su insulsez estuvieron solo para restar, se insiste, aun más allá de su muy correcta interpretación. Existen innumerables obras de cámara de muchos tiempos diferentes que podrían haber conformado un recital extraordinario de principio a fin. Porque lo vivido en la segunda parte, con el Quinteto Op.44, de Schumann fue, decididamente, extraordinario. Y así quedará en el recuerdo.
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