Teatro Colón: Károly Szemerédy, el nuevo Barbazul: “Soy el malo de la historia y ése es mi desafío”
El bajo barítono húngaro interpreta al atormentado duque de la única ópera de Béla Bartók, que llega al escenario del Primer Coliseo el martes, en un programa doble junto a Los siete pecados capitales
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“Yo no soy el chico bueno en el escenario, el tipo positivo que como el tenor se enamora de la soprano. Yo soy el malo de la historia y ése es mi desafío”. Con esa contundencia respecto de los personajes que encarna en escena por su oscuro registro vocal, así se presenta Károly Szemerédy, bajo-barítono húngaro que llega a la Argentina por primera vez para interpretar uno de sus roles icónicos: el del misterioso y atormentado duque de Barbazul.
“El bajo-barítono es una voz totalmente diferente de las otras. Es la más natural y la más masculina. En mi caso, que no empecé como un barítono buffo sino como un barítono heroico, evolucionando hacia el registro más grave, he transitado ese delgado corredor que es propio de esta cuerda y me he ido acostumbrando a esta especialidad que me encanta por el reto que implica interpretar la maldad en escena”, explica el cantante mientras repasa su repertorio operístico que comprende, además de esta música de Bartók, la de Wagner y Strauss, la de Janáĉek, Britten y Dvořák, Mozart y Beethoven, y los más tradicionales compositores líricos como Rossini, Verdi y Puccini.
Károly Szemerédy nació en Budapest hace 42 años. Completó sus estudios en Relaciones Internacionales mientras, paralelamente, se formaba como cantante lírico en el célebre teatro de la ópera de su ciudad. “A mí siempre me gustó cantar y nunca me aparté de eso. A los dieciocho años —cuenta— mis maestros de canto les dijeron a mis padres que tenía una voz importante, poco común, y que sería bueno trabajar en ello. Como en mi familia no hay músicos ni artistas, me apoyaron con la condición de que obtuviera un diploma universitario. Y así cumplí con ambas cosas”, explica.
Al poco tiempo, instalado en Madrid ya como integrante de la Opera Studio, tuvo oportunidad de trabajar bajo las órdenes del argentino Raúl Giménez, tenor lírico de gran trayectoria, reconocido como maestro y como exquisito intérprete de Mozart y del belcanto. “Raúl es un personaje fantástico, con una carrera extraordinaria, una técnica impecable y un gran talento como maestro. Con él no pasaba una sola nota que no estuviera en el sitio correcto. No lo permitía. A veces conmigo no era del todo amable, pero gracias a ese rigor, lograba extraer lo mejor de mí.”
La única ópera de Bartók
El castillo de Barbazul es la única ópera escrita por Béla Bartók, uno de los más grandes compositores del siglo XX quien, con esta obra maestra basada en un relato del francés Charles Perrault, en un solo acto de una hora de duración, dos personajes (un hombre y una mujer) y una estructura completamente atípica, ha creado un mundo dramático-musical único, de fuerte carácter simbólico, estilizado y austero, descripto por su contemporáneo, el también compositor y etnomusicólogo húngaro Zoltán Kodály como “una sinfonía de cuadros o un drama acompañado por una sinfonía”.
Junto a Los siete pecados capitales, obra cumbre de la dupla alemana de Kurt Weill y Bertolt Brecht, la ópera de Bartók subirá a escena en el Teatro Colón el próximo martes 27, bajo la dirección musical de Jan Latham-Koenig, dirección escénica de Sophie Hunter y escenografía de Samuel Wyer.
Respecto de la interpretación de Szemerédy, la prensa internacional ha elogiado su trabajo y la experimentada caracterización del rol en numerosas producciones europeas, destacando de su timbre, la belleza del color, la articulación y la suntuosidad de sus matices a la hora de personificar los extremos de un personaje complejo, un aristócrata introvertido y perverso que personifica dulzura y violencia, nobleza y agresividad en igual medida.
En su encuentro con LA NACION, el cantante húngaro ahondó en las particularidades de la obra, el sentido de su gran metáfora y del rol protagónico del que se ha convertido en un referente mundial.
“A propósito de esta historia de Barbazul y Judith, un argumento que bien se puede reducir a la relación de una pareja que es todas las parejas, creo que en la actualidad asistimos a un gran desencuentro entre el hombre y la mujer. La vida virtual ha contribuido al distanciamiento físico —comenta el cantante respecto de la vigencia de la obra—. Hoy ha desaparecido la comunicación real y humana, el acercamiento, el encuentro cara a cara, el interés real entre las personas. Los hombres ni siquiera se atreven a decirle a una mujer sanamente: ‘Estás hermosa, estás deslumbrante’. Creo que hemos perdido algo maravilloso que nos daba la vida para hacernos a todos un poco más felices.
–¿Cuál es tu valoración de esta ópera tan poco convencional, tan atrapante por lo opresivo del argumento y lo extraordinario del discurso musical?
–Mi primera valoración está dada por el hecho de que esta gran obra maestra es la única ópera húngara que recorre el mundo con una verdadera carrera internacional, a pesar de que hay muchas otras y muy buenas. Es una historia que se concentra en el vínculo de dos personajes: un hombre y una mujer. La música de Bartók se adentra en esa relación, sus conflictos y detalles, en cómo se entienden, se acercan y se alejan, dan un paso en una u otra dirección. De ese juego se trata esta música alucinante y poderosa, con momentos de mucho impacto. Hay sonidos impresionantes, como el pasaje de acordes en el órgano en modo mayor, que contrastan en su extremo más suave con una ternura triste y melancólica. Cuando todo termina, hay una idea al final que podemos interpretar como el secreto de la vida. Ese último acorde que nos deja abierta la posibilidad de reiniciarlo todo. En esa continuidad cabe una pregunta, un misterio, el gran tema de esta ópera.
–Siendo la única ópera en húngaro que trasciende internacionalmente, con una lengua difícil de pronunciar, de memorizar y de asociar con otras fonéticas ¿qué dirías desde el aspecto idiomático?
–Es una lengua que no tiene ninguna vinculación con otras, no viene de ningún origen conocido. No es latina, no es eslava, no tiene una raíz con la cual asociarse a nada. Se dice habitualmente que hay alguna similitud con el finlandés, pero en realidad, no. Tiene una lógica diferente. El húngaro es difícil: tiene quince vocales y muchas más consonantes que cualquier otro idioma. Cuando lo hablo en otro país, me dicen que suena a una cierta ternura, mezcla de japonés con alemán. El Barbazul se suele cantar en alemán, incluso en inglés, pero creo que debe ser interpretada en húngaro porque las palabras le dan un sonido único, un sabor que sólo se encuentra en esas vocales raras. Pero no hay que tenerle miedo al idioma porque habrá subtítulos (risas).
–Hablando de las palabras: el texto. ¿Cuál es la simbología que predomina en esta composición oscura, grave y enigmática?
–Sabemos que la historia transcurre en un castillo donde Barbazul vive solo y hay siete puertas prohibidas. Judith, su nueva esposa (la cuarta), deja todo por él. Ella está enamorada y le dice “te quiero” cuatro veces a lo largo de la ópera. Él en cambio, nunca le dice “te quiero”. Creo que más allá de la historia, los personajes representan a todos los hombres y a todas las mujeres. Ella, por un rasgo típicamente femenino, es curiosa, es incisiva y obstinada, entonces quiere saber y ver lo que hay detrás de esas puertas. Él le dice que no, que esas habitaciones están cerradas porque deben permanecer ocultas. Esa es la intimidad del hombre. Pero ella insiste e insiste… y lo logra. Y recién cuando consigue lo que tanto reclama, comienza la gran metáfora de El castillo de Barbazul.
–Una metáfora con varias interpretaciones posibles ¿Cuál es tu síntesis después de haber cantado y estudiado el rol en profundidad?
–Judith va abriendo esas siete puertas y va encontrando cosas. En la primera, la cámara de tortura, con todos los tormentos que agobian a Barbazul; en la segunda, las armas de las que se vale porque como todos los hombres, debe ser fuerte y agresivo para defender también a la mujer con toda su fortaleza; en la tercera puerta, encuentra los tesoros que hacen a su riqueza; en la cuarta, su costado suave y generoso, un colorido jardín de flores regado con sangre y dolor; en la quinta puerta, está el imperio de su territorio donde todo lo controla… Y así, a medida que Judith progresa, esas puertas, los muros y las estancias del castillo van adquiriendo un sentido figurado: ella está adentrándose en el interior de Barbazul, quiere ir más lejos y más profundo en el corazón del hombre que ama. Comienza desde afuera, desde lo viril que se exterioriza en él, los aspectos fuertes y crueles. Y con cada puerta que logra franquear, Judith va llegando a un rincón cada vez más íntimo y sensible de ese hombre. Pero en la sexta puerta, que él tanto se resiste a abrir, se encuentra con un inmenso lago, asombrosamente quieto. Le exige conocer de qué está hecha esa corriente de agua blanda y tranquila. Quiere saber qué hay en el fondo del lago. “¡Lágrimas, Judith! ¡Hay lágrimas!”, le dice. Yo creo que todos los hombres llevan consigo la experiencia oculta de haber llorado por una mujer. Si alguno dice lo contrario, miente. Por eso, cuando ella llega a ese punto de pena y oscuridad en el alma de Barbazul, se produce un vacío. Y en la séptima puerta, es tarde para todo.
–¿Qué representa ese final inspirado y sugerente musicalmente?
–Bartók deja abierto a la imaginación el significado de ese misterio. Para cada uno, esta obra representa algo distinto. Para mí, cuando Judith descubre que las anteriores esposas, que se creían muertas, en realidad están vivas, detrás de una puerta cerrada, ella se impresiona. Barbazul no la mata, la deja junto a esas otras mujeres que amó. Ella fue tan celosa de su intimidad, quiso llegar tan al fondo de su alma, quiso abrir tantas puertas de su corazón que al final, no quedaba nada para darle. Muere el amor, la esperanza de encontrar en ella lo que no ha encontrado en ninguna otra. Barbazul cierra esa última puerta para quedarse solo, en el silencio y la oscuridad.
–¿Encontrás en este clima asfixiante una correspondencia con la vida de Béla Bartók y su desdichado primer matrimonio, una adaptación escénica y musical de la distancia que lo separaba de su mujer?
–Creo que Bartók no pudo hablar el idioma de las mujeres en su vida personal. Él no supo hablar esa lengua sutil. Tuvo tres grandes amores, pero fue poco afortunado en el terreno romántico. Nunca tuvo suerte. En las cartas que les escribía se percibe una cierta tosquedad en el modo en que se dirige a ellas, muy seco y con un humor extraño, difícil. Era un hombre hermético que acarreaba los problemas de una salud frágil desde su infancia. De niño siempre estuvo aislado. Tuvo tuberculosis, vivía en los sanatorios, se internaba por largos períodos. Sus relaciones también fueron singulares y delicadas, porque todo le costaba mucho. Era apocado, pesaba 45 kilos, sentía vergüenza por una afección en la piel, fumaba todo el día y nunca vio en sí mismo la imagen masculina de un hombre apuesto y viril. Por otra parte, como perdió a su padre a los siete años, en cada una de sus relaciones buscaba la eterna figura de la madre.
–Siendo la única ópera que podés cantar en tu lengua y que pocos pueden aprender en el original por ese mismo motivo, contando con el perfecto registro vocal y el adecuado physique du rȏle ¿Sentís que naciste para ser Barbazul?
–Sin dudas es uno de mis papeles emblemáticos y me da orgullo poder cantarlo sobre todo fuera de mi país porque en cierta forma soy una suerte de embajador de la cultura húngara. He interpretado este personaje en Alemania, Inglaterra, Francia, Italia, en Hungría por supuesto ¡y ahora no puedo creer que lo hagamos en la Argentina! En cuanto al rol en sí, diría que vocalmente, como es breve, la voz no se cansa mucho y técnicamente no me implica dificultades ya que mi registro llega sin problemas a todas las notas de la partitura. Lo que sí me demanda Barbazul es un costo emocional enorme. Como decía al comienzo, es una historia que se reduce a la relación del hombre con la mujer, y eso implica que cada vez que empiezo a cantarlo a diario para una producción, debo bañarme de mi mismo, de mis emociones y mi pasado. El recorrido que va haciendo Barbazul, me confronta con mis fantasmas y eso me cuesta terriblemente porque como hombre me transporta a mis recuerdos, mis historias de amor, mis propios sueños con una mujer. Y finalmente con la soledad. Transitar este personaje es doloroso particularmente en dos momentos: al principio cuando le pido a Judith que no abra las puertas, que no intente conocerlo todo, que deje los secretos tranquilos en su lugar. Y el otro, en la sexta puerta, frente a los lagos de lágrimas, porque toca la tristeza de un hombre que ha llorado por amor.
Los siete pecados capitales y El castillo de Barbazul. Desde el martes 27 a las 20, en el Teatro Colón, Cerrito 628. Entradas desde 900 pesos.
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