Teatro Colón: Javier Camarena hizo explotar la sala con su voz milagrosa
El tenor lírico mexicano, consumado intérprete del bel canto, exhibió un dominio vocal absoluto a lo largo y ancho de un repertorio tan ecléctico como eficaz para presentar su talento vocal, así como su consumadas dotes actorales, en la mejor luz
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Recital de Javier Camarena, tenor, con Alyson Rosales, soprano, y Ángel Rodríguez, piano. Arias y dúos de Bellini, Donizetti, Verdi, Lalo, Massenet, Gounod, Bizet y Puccini. Teatro Colón. Nuestra opinión: excelente
Javier Camarena es un tenor lírico de excelencia, un consumadísimo intérprete del repertorio del bel canto. Exhibe un dominio vocal absoluto y además, y ya lo había demostrado en Buenos Aires en 2017, es un recitalista insuperable. Para este concierto, que, lamentablemente no fue con orquesta, como en aquella ocasión, contó con la colaboración de Ángel Rodríguez, un muy buen pianista de cámara cubano, y de la muy joven soprano chilena Alyson Rosales. El recital se abrió con el ingreso del cantante mexicano al escenario y se descerrajó una ovación estruendosa e interminable. La primera. El mismo frenesí habría de continuar después de cada una de sus intervenciones, aquellas en las cuales alcanzó niveles extraordinarios y también aquellas en las cuales, a puro canto y con total entrega, el resultado puede no haber sido tan maravilloso, no por reproches a sus capacidades y talentos sino porque el repertorio escogido no era, tal vez, el más apropiado para su voz.
Conforme van pasando los años, vaya novedad, los cuerpos van cambiando, exactamente lo mismo que sucede con la laringe y sus cuerdas vocales. Si Mercedes Sosa, por poner un caso sumamente conocido, fue oscureciendo su voz con el paso del tiempo, un tenor lírico, ágil, preciso y delicadísimo, con otros espesores y mucha práctica, puede abordar arias que exigen otra densidad. Camarena demostró, sin ningún reparo ni objeción, que nadie puede cantar mejor que él las arias de Bellini y de Donizetti con las que abrió el concierto. Primero fue “È serbato a questo acciaro”, de I Capuleti e i Montecchi, de Bellini, y después “Spirto gentil”, de La favorita, de Donizetti. En particular, con esta romanza, pudo demostrar su versatilidad y sus capacidades actorales. Si bien el gran impacto sobre el público tiene lugar cuando alcanza ese Do agudo que todas las audiencias del planeta esperan con ansiedad, esta aria comienza con un recitativo en el que pudo demostrar que lo suyo no es sólo virtuosismo vocal sino un arte más completo. En esos primeros compases, Javier demostró sus inmensas dotes actorales y teatrales cuando, sólo con la voz y sus infinitas inflexiones, puso de relieve todas las dudas y los dramas de Fernando recordando a su amada.
Alyson Rosales se presentó con suficiencia, trayendo todas las melancolías y tristezas de Julieta de la misma ópera inicial de Bellini. Y luego, en dúo con Camarena, ofrecieron “Parigi, o cara, noi lasceremo”, del final de La traviata verdiana. Si bien el canto de ambos fue impecable, el espesor de la voz resultó un tanto liviano para lo que esta partitura de 1853 requiere. Dado que no hubo orquesta sino el atinadísimo piano de Ángel Rodríguez, la intensidad y las esperanzas de Alfredo y Violetta pudieron ser admiradas en plenitud.
En terreno todavía propio y sin menoscabos de ningún tipo, Camarena continuó cosechando griteríos y aplausos intensos con arias de I Lombardi alla prima crociata, también de Verdi y, ya en francés, en la segunda parte, con un aria de Le roi d’Ys, de Edouard Lalo. No pareció atinada la elección de “Je suis seul!...!”, de la ópera Manon, de Massenet, que requiere imprescindiblemente la intensidad de un tenor dramático. La emocionalidad, la claridad de cada nota y la entrega de Camarena, de todos modos y, fueron suficientes para que el fervor continuara intacto.
Pasaron un aria de la ópera Romeo et Juliette, de Gounod, en la cual Rosales denotó ciertas tensiones y algunos esfuerzos para superar los escollos de la partitura y un prescindible arreglo para piano de la célebre habanera de Carmen, de Bizet, del mismo Rodríguez, quien despojó al aria de la sensualidad de esta gitana temible para ofrecer una pieza de virtuosismo, llena de pasajes de bravura para lucimiento del pianista. Y en el final, metiéndose en un verismo no esperado, Camarena y Rodríguez trajeron el final del primer acto de La bohème, cuando Rodolfo y Mimi se conocen, se enamoran y concluyen yéndose cantando de la mano. Sin pedir permiso y con las mismas seguridades y capacidades que había exhibido en todo el recital, el bel canto de Camarena se metió dentro de la piel de Puccin. Obviamente, fue un Rodolfo diferente, cantado con una voz poco vigorosa pero con todas las precisiones necesarias. Pensando imposibles, Javier Camarena podría cantar algo del Tristán wagneriano y que, seguramente, le encontraría algún manera de hacerlo como para deleitar y gustar.
En medio de un griterío atronador, instalados en el escenario y sin esas rutinas de salir y entrar y otra vez salir y entrar, Camarena, por fuera de la ópera, ofreció cinco piezas fuera de programa. Pasaron “A vuchella”, de Tosti, y después, “Franqueza”, un bolero; “Volver”, un tango, y, “Muñequita linda”, una canción de María Grever, todos en arreglos para canto y piano muy similares y un tanto melosos de Ángel Rodríguez, en los cuales, en realidad, no sonaron ni pautas ni patrones de tangos ni de boleros. Camarena los cantó con todas sus certezas, fluctuando entre la lírica y lo popular. Y en el final, ya con todas las luces encendidas, Camarena se despidió cantando “Malagueña” con una exhibición de virtuosismo que incluyó un fiato interminable sobre el La agudo y con falsetes que, a puro salto, treparon hasta el Fa sobreagudo. Con el público de pie, la felicidad campeaba en los rostros de los tres artistas y en las del quienes pasaron un sábado inolvidable en el Colón.
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