Teatro Colón: en Il turco in Italia, Rossini recibió una necesaria modernización con una puesta en escena rutilante
Gracias a un director escénico creativo y un elenco que, además de cantar bien, dispuso de un compromiso y una capacidad actorales acordes, lo anticuado del libreto fue salvado y sus eternos valores musicales destacados ampliamente
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Il turco in Italia, ópera de Gioacchino Rossini. Elenco: Erwin Schrott (Selim), Irina Lungu (Fiorilla), Fabio Capitanucci (Geronio), Santiago Ballerini (Narciso), Germán Alcántara (Prosdocimo), Francesca di Sauro (Zaida), Santiago Martínez (Albazar). Coro y Orquesta Estables del Teatro Colón. Dirección musical: Jordi Bernàcer. Director de escena: Pablo Maritano. Escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez. Diseño de video: Matías Otálora. Función del Abono Nocturno Nuevo. Nuestra opinión: muy bueno.
Dentro de las representación operísticas se plantea una eterna disputa entre los defensores de las puestas tradicionales (que consideran pecaminosas a las visiones que se apartan de los cánones de época y/o de espacio) y los amantes de las nuevas propuestas escénicas, que proponen otras miradas a dramas escritos, como en este caso, hace más de doscientos años. Podría asumirse, sin riesgo de mayores desavenencias, que Il turco in Italia es una comedia dramática anticuada con un libreto construido sobre estereotipos largamente perimidos y con situaciones que –vistas desde el siglo XXI– bordean lo ridículo y no son pasibles de ningún tipo de relectura que permita algún acercamiento emocional o intelectual.
En este sentido, la libérrima recreación que encabezó Pablo Maritano ofició de imprescindible salvavidas como para poder tolerar o disfrutar (táchese lo que no corresponda) de una ópera en la cual, hasta el mismo Rossini, adoleció de poca fantasía y de reiteraciones musicales que volvían impertérritas una tras de otra. Si en la anterior La italiana en Argel o la posterior El barbero de Sevilla, Rossini elaboró comedias magistrales que, por sí mismas, pueden sostenerse por sus indudables valores musicales, para Il turco en Italia son imperiosos los aportes que provengan de un director escénico creativo y de un elenco que, además de cantar bien, disponga de un compromiso y una capacidad actorales acordes. En esta representación del Colón, estos requerimientos, afortunadamente, estuvieron claramente presentes.
Maritano recreó a la Nápoles del 1800 en el Gran Hotel Vesubio, cuyo nombre remite al monte que está ahí, cerquita de la ciudad. En él se desarrolla toda la acción. Sobre el escenario giratorio del Colón, montó cuatro espacios del hotel, el lobby, el patio, habitaciones y recámaras por doquier, la cocina y hasta un ascensor. Con giros permanentes de un espacio a otro, Maritano logró darle movimiento a una ópera estática por donde se la mire. Además, toque original –muy bien concretado por Matías Otálora– le dio a toda la acción cierta idea cinematográfica al proyectar los anuncios de la ópera como si fueran los de una película mientras sonaba la obertura (que no tuvo la prolijidad y las certezas de una banda de sonido) en tanto que aportó otra idea brillante al mostrar, en el comienzo del segundo acto, el plano del hotel con sus cuatro cuadrantes, y los encontronazos que sobre él tenían los siete personajes de la ópera quienes, sobre el escenario y no como circulitos proyectados en la pantalla, tuvieron, en general, muy buenas actuaciones.
Por merecimientos vocales, y no por las extensiones de sus apariciones, los cantantes más destacados fueron Erwin Schrottt, un turco de vestuario occidental y turístico, cuya voz tan sólida y atractiva se desplegó, protagónicamente, de principio a fin, y la joven y talentosa mezzosoprano italiana Francesca di Sauto, cuya gitana nigromante y agorera, lamentablemente, tiene pocas apariciones a lo largo de la ópera. Pero en esas pocas ocasiones en las que cantó en soledad, ofreció una voz cálida, amplia y con un legato admirable. Ante la voluptuosa y volátil Fiorilla, Zaida es un personaje secundario. Pero su canto sonó estupendo y Selim, el turco en cuestión, hizo muy bien en quedarse con ella. La soprano moldava Irina Lunga desplegó todas las coloraturas que Rossini le escribió a Fiorilla con absoluta precisión. Con todo, su voz sonó un tanto escasa en “Squalida veste”, la única aria dramática que debe entonar, cuando, en el final, su esposo la expulsa de su casa.
Con solvencia y muy buenas aptitudes vocales y actorales también se destacaron Fabio Capitanucci, un veterano barítono que tuvo que darle vida a un personaje tan insustancial y grotesco como Don Geronio, y los tres cantantes vernáculos, Germán Alcántara, construyendo un muy activo Prosdocimo, Santiago Ballerini, un gran tenor belcantista, haciendo de Narciso, otro personaje solo necesario para denotar las aventuras y engaños de Fiorilla, y Santiago Martínez, cuyo Albazar, Maritano mediante, dejó de ser el confidente de Selim para pasar a ser un simple (y muy logrado) botones del hotel. Del mismo modo, también fueron meritorias las participaciones del director Jordi Bernàcer y de los músicos y cantantes de la orquesta y del coro.
Si al final los aplausos fueron relativamente moderados, sin efusiones de ningún tipo, las razones no hay que buscarlas en las actuaciones o en la puesta sino en la soserías y puerilidades de una comedia que, conforme los años van pasando, cada vez suena menos vigente y menos interesante. Después de todo, dejando de lado la incondicionalidad de los amantes devotos de la música clásica y de Rossini en particular, es difícil imaginar que el envejecido argumento de Il turco in Italia pudiera interpelar o despertar inquietudes a un habitante de este tiempo.
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