Teatro Colón: Anna Netrebko y Yusif Eyvazov, un matrimonio de artistas en su plenitud y más allá de toda polémica
Con un bello repertorio de canciones de cámara, una extraordinaria interpretación y una puesta en escena muy efectiva, la soprano rusa y el tenor azerbaiyano hicieron que este recital se distinguiera de todos y cada uno de los que lo antecedieron en este 2022
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Recital de Anna Netrebko, soprano, y Yusif Eyvazov, tenor, con Ángel Rodríguez, piano. Programa: canciones de Rimsky-Korsakov, Rachmaninov, Chaikovski, Garayev, Richard Strauss, Dvorák, Leoncavallo, Tosti, Gastaldón, Cilea y Ernesto de Curtis. Ciclo Grandes Intérpretes 2022. Teatro Colón. Nuestra opinión: excelente
Salvo algunas escasas excepciones, en el ciclo Grandes Intérpretes 2022 del Teatro Colón solo hubo recitales de excelencia. Sin embargo, el más notable de todos fue este, el último, ya que, más allá de la calidad y el arte ofrecidos, contó con un armado musical muy bien pensado y elaborado y con una propuesta escénica novedosa e impecable. El recital estuvo construido en dos partes absolutamente diferentes, la primera, sobresaliente por su coherencia, su continuidad y su amalgama; la segunda, casi una ofrenda amistosa de bellas músicas, muy diferentes unas de otras.
Para un gran teatro como es el Colón, Netrebko y Eyvazov armaron un recital con canciones, un género que, por lo general, los cantantes evitan al considerarlo inapropiado o menor en comparación con las grandes arias operísticas, de impacto seguro aun cuando se las haga con piano y no con orquesta. Las canciones quedan para los recitales de cámara, en ámbitos más reducidos, o para su registro en estudios. En contra de esa idea, en la primera parte –tal vez como una contundente reafirmación de identidad, en este momento en el cual la gran soprano ha sido cancelada en numerosos países occidentales–, Netrebko y Eyvazov presentaron un muestrario del mejor romanticismo ruso en el campo de la canción de cámara. Intercaladas y sumando equilibrio, contrastes y textos que se complementaban a la perfección, fueron desfilando canciones de Rimsky-Korsakov, de Rachmaninov, de Chaikovski y una hermosa perlita exógena del siglo XX del azerbaiyano Gara Garayev, la nacionalidad de Eyvazov. Y para que esa primera parte rusa del concierto alcanzara el Olimpo, confluyeron tres elementos: las bellezas propias de esas canciones, una extraordinaria interpretación artística y una puesta en escena que hizo que este recital se distinguiera de todos y cada uno de los que lo antecedieron en este 2022.
Rimsky, Chaikovksy y Rachmaninov escribieron óperas y dominaban perfectamente esa campo musical pero, para sus canciones, supieron encontrar otras maneras y otros modos para musicalizar el amor, la naturaleza, las desilusiones, las felicidades, los paisajes, la intimidad, las efusiones y los dolores. A lo largo de cincuenta minutos, Netrebko y Eyvazov desplegaron, en el Colón, un selección consumada de ese romanticismo ruso, tan único y tan diferente de los otros repertorios nacionales europeos. Y cuesta imaginar que otros cantantes pudieran haberlo hecho mejor.
Los rumores (siempre mal o bien intencionados, siempre dudosos) corren en todos los ámbitos de las actividades humanas y, desde hace no tanto tiempo, se puede leer por acá y por allá que la gran Anna Netrebko ya no es quien era y que su gran momento es tiempo pasado. Las pruebas al canto, en este concierto, Anna demostró con suficiencia que mantiene intactas todas su virtudes y su voz sonó plena, tersa, suave, envolvente, segura y constante a lo largo de todo el registro. Su afinación fue perfecta, la cantidad de colores y de matices exhibidos fueron infinitos y sus agudos (llegó hasta el do sostenido), impactantes tanto en pianísimos impalpables como en la máxima plenitud sonora. Pero si algo la ha caracterizado siempre a la gran soprano es su capacidad interpretativa. En su terreno –el ruso– supo actuar, vivir y hacer sentir a todo el público cada una de las sensaciones y pormenores de las historias que fue contando y cantando. Y si, gratuitamente, se pueden arrojar infundios sobre Netrebko, por qué no hacerlo también sobre Yusif Eyvazov. Injustas e infundadas son las declaraciones que sostienen que la mejor y única virtud de Eyvazov es ser el marido de Netrebko. El azerbaiyano es un gran tenor dramático que estuvo exactamente en el mismo y notable escalón que el de su esposa. Entre todas las canciones rusas que ofreció, se entrometió “Kuda, kuda”, un aria de Eugene Onieguin, la ópera de Chaikovski, cuando Lenski, antes del duelo en el que habrá de morir, se despide de la vida y de Olga. Ese momento fue sencillamente sublime. Las diferencias con respecto a Netrebko, pero estas, en realidad, extensibles para con todas las y los cantantes del planeta, radican en el domino escénico que la soprano despliega como nadie puede hacerlo.
En el comienzo, Anna, vaporosamente vestida con gasas y tules rosados, ingresó al escenario y la ovación que estalló en el Colón fue tan impresionante como extensa. A pura sonrisa, carismática y caminando por el proscenio, sentó presencia incluso antes de cantar. Y hubo una escenografía especial para esta ocasión. Por alrededor del piano, había un salón ruso con candelabros, algunos ramos de flores, una mesita, algún detalle y algún sillón. Lejos de apoltronarse en un sitio, ella fue actuando cada una de las canciones caminando a lo largo y ancho de ese salón. Se ubicó en distintos lugares y su felicidad o su desasosiego, sus entusiasmos o melancolías fueron cantados como solo ella puede hacerlo pero, además, manifestados con gestualidades, miradas, ademanes o remilgos delicados.
Rusia quedó atrás y la segunda parte fue muy ecléctica. Netrebko, ahora con un vestido de blancos, grises y negros, trajo canciones de Richard Strauss, Dvorák, Gustave Charpentier y Leoncavallo para demostrar que también puede cantar, y muy bien, en alemán, en francés, en checo y en italiano. Eyvazov, a continuación, se estacionó en Italia con canciones de amor de Francesco Paolo Tosti. Más allá de lo eventual o aleatorio de este repertorio, el nivel artístico de ambos cantantes, sostenido por ese estupendo pianista que es Ángel Rodríguez, no decayó en ningún instante. Por último, como despedida, entonaron juntos Non ti scordar di me, de Ernesto de Curtis, y hasta se permitieron bailar abrazados por delante del piano.
Después del tremendo estallido de aplausos y gritos, fuera de programa, descalza y bailando por todo el escenario, Anna cantó “Meine lippen sie küssen so heiss”, de la opereta Giuditta, de Franz Lehár, y, por último, Eyvazov, “Granada”, de Agustín Lara. En esta ocasión, así como también en otras dos oportunidades, se sumaron también Freddy Varela Montero y su violín. La velada concluyó con la felicidad pintada en los rostros tanto de quienes estaban en el escenario como de los que ocupaban la totalidad del Teatro Colón.
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