Te amo, te odio, ¿dame más?: el día que Charly García “decoró” la oficina de Daniel Grinbank y por qué el productor juró no volver a trabajar con el músico
El productor publicó recientemente su autobiografía, en la que pasa revista a los momentos destacados de su carrera y cuenta anécdotas hasta aquí desconocidas de Charly García, Prince y los Rolling Stones
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Fue el zar del rock. Comenzó siendo mánager de Sui Generis y de Serú Girán, luego produjo el retorno de Mercedes Sosa a la Argentina en tiempos de dictadura y más tarde fue quien inició la era de los festivales internacionales, con figuras como Nina Hagen, INXS, Prince, Billy Idol, Robert Plant y Joe Cocker. Fue el factótum de la innovadora e influyente radio FM Rock & Pop y el encargado de hacer realidad la llegada de los Rolling Stones a la Argentina. Por nombrar sólo algunos highlights de su carrera, claro. Hoy, Daniel Grinbank revalida su título original a través del management de artistas de la talla de Fito Páez, con quien llevó a cabo el último trimestre una seguidilla de 8 recitales sold out en el Movistar Arena. A la par, amplía su incidencia en la industria del entretenimiento a través de la organización de muestras pictóricas. De todo este amplio recorrido profesional, y mucho más, da cuenta su autobiografía Te amo, te odio, dame más (título extraído del tema “Peperina”, de Serú Girán), que editó editorial Planeta.
El libro está claramente escrito por el autor, sin ayuda de un ghost writter. Contiene todos sus modismos y muletillas y respira honestidad brutal, veracidad, rigor histórico y mucha autocrítica. Oficia no sólo como testimonio de una vida sino también de una época y de una generación, la que hoy promedia los sesenta y pico. Asimismo, cumple con la obligación de toda buena biografía: entretener. A lo largo de 355 páginas, divididas en 25 capítulos y una posdata, Grinbank logra concitar la atención en forma pareja con datos curiosos, anécdotas e historias variopintas. Y sorprende más de una vez con referencias a hechos hasta ahora desconocidos.
Su relación profesional con la música se inicia a los 16 años, cuando se convierte en disc jockey (“porque era una manera de enganchar chicas sin pasar por las pistas, ya que no me gustaba bailar”). Pero lo que lo marcó profundamente y le señaló el camino en la industria fue el encuentro en Los Ángeles con su tío materno, Herb Cohen, mánager de Frank Zappa & The Mothers of Invention, Bette Midler, Linda Ronstadt, Tom Waits y Alice Cooper. Siguiendo sus pasos, primero manejó el destino del dúo Vivencia, luego los de Sui Géneris y Alas y más tarde el de Serú Girán. Desde un principio tuvo en claro en qué consistía su rol y a lo que se exponía. “Soy el hijo de puta mercenario que está detrás del dinero. También el que toma las decisiones más traumáticas y duras. Así está planteado el juego y hay que aceptarlo de esa manera. Como mánager, siempre tuve claro que me tocaba hacer del malo de la película. Si uno no lo entiende, no puede trabajar de esto. Hay que saber que en este métier el rol del músico es el del artista impoluto al que hay que idolatrar y cuidar. El mánager… el mánager está para otra cosa”, admitirá sin titubeos.
Probablemente la importancia de su trabajo como mánager haya tomado notoriedad cuando asume el destino de Seru Girán (luego de una fallida presentación del grupo para una fundación que manejaba la mujer del militar y presidente de facto Jorge Rafael Videla) y, más tarde, acompaña a Charly García en el inicio de su carrera solista. La relación con el genio bicolor tuvo varias aristas y en el libro están bien desarrolladas. “No puedo negar que Charly fue siempre un genio. Por eso no solo trabajaba con él: me gustaba mucho lo que hacía. Era un artista brillante, y no únicamente desde lo creativo, tenía siempre una mirada distinta y muy interesante sobre las cosas”, comenta en un capítulo, luego de definirlo como a un amigo, para luego enumerar en otro los destrozos que provocó primero en un hotel neoyorquino, luego en otro de Los Ángeles, en tiempos de la grabación de Clics Modernos (de los que tuvo que hacerse cargo) y, por último, en su propia oficina, a la que Charly, aerosol en mano, “decoró” con grafitis, preso de un ataque de celos (“de otros artistas que yo producía y que vendían tanto o más que él”). En los dos primeros episodios de descontrol, Charly se habría inspirado para componer “Demoliendo hoteles”, tema incluido en su tercer disco solista: Piano bar.
Los capítulos dedicados a los 70 concluirán con una radiografía de “los tiempos de excesos”, de los cuales, según confiesa, él no escapó y podrían resumirse como “una rutina post shows por cabarets y antros varios, con mucha cocaína encima”. Eran épocas de un amor en cada provincia, “amores de FM, porque tenían un radio de alcance limitado y la frecuencia quedaba libre después de cierto kilometraje”. Entre esas relaciones había una especial en Córdoba con una chica llamada Patricia Perea (que oficiaba de corresponsal para la revista Expreso Imaginario), a la que más tarde Charly bautizaría con el nombre de “Peperina” y le dedicaría un tema irónico y crítico, con “una letra misógina que hoy los movimientos feministas la hubieran hecho pelota”, sostiene Grinbank.
Disuelto Serú Girán, se dio el gusto en 1982 de producir los históricos shows de Mercedes Sosa en el Teatro Opera, que marcaron el fin del exilio de la cantante y el comienzo de su relación con el mundo del rock y sus artistas. Para Grinbank fue también una forma de cumplir con el anhelo de su padre, Eugenio, fanático acérrimo de La Negra, quien llegó a pedir que en su funeral se escuchara su versión de “Gracias a la vida”. Esos 13 recitales, que se efectuaron bajo la presión diaria de amenazas de bomba, fueron, además de un acontecimiento artístico, un hecho político y cultural sin precedentes; y funcionaron como un acto de resistencia cívica en medio de la dictadura. Paradójicamente, hacia finales de ese mismo año –con la Guerra de Malvinas en su apogeo- Grinbank fue convocado por los militares (junto a otros dos famosos productores de aquella época, Alberto Ohanian y Pity Iñurrigarro) para organizar el Festival de la Solidaridad Latinoamericana en las canchas de rugby del Club Obras. Sabe que se trató de uno de los eventos más discutidos y controvertidos de la historia del rock nacional y en su libro se defiende de esta manera: “como el concierto se iba a televisar coincidimos en que era una oportunidad única de poder decir lo nuestro: no íbamos a hablar de soberanía, y, mucho menos, hacer algún comentario contra los ingleses. Lo nuestro era nada más que mandar un mensaje de paz y tirarle una onda a los colimbas que habían mandado a la guerra. Eso. Hacer algo así en ese momento era absolutamente subversivo y transgresor”.
A mediados de los 80 quiso incursionar en otro rubro, el de las comunicaciones, y “craneó” la Rock & Pop, la radio que revolucionó el universo de las FM y se convirtió en líder de audiencias (algo impensado hasta ese momento para una emisora dedicada a esos géneros musicales). A ese primer emprendimiento exitosísimo le seguirían –cada una sostenida en un concepto distinto- las radios Aspen, Metro, Spica y Kabul. La franquicia Rock & Pop también contó con una revista, un programa de TV y un festival que tuvo dos ediciones: la primera en 1985, en el Estadio de Vélez Sarsfield, con varios artistas locales (Charly García, Fito Páez, Sumo, Soda Stereo, Virus, Los Abuelos de la Nada, Juan Carlos Baglietto, Miguel Mateos y Zas y La Torre) y algunas talentos internacionales (Nina Hagen, INXS, los brasileños Blitz, los españoles La Unión). Fue el primer festival en un estadio de fútbol y, según palabras de Grinbank, “un festival de excesos en todo sentido”, que incluyó una jornada completa de lluvia, el piedrazo que recibió Miguel Abuelo, el rechazo violento del público a la actuación del grupo español (traducido en montañas de barro arrojadas al escenario) y los arrebatos de Charly García, que, encerrado en su camarín desde muy temprano, “tiró todo el catering por la ventana mientras gritaba (a la gente que estaba ingresando al estadio) ¡pobres, acá tienen, coman!”.
Después vendría la organización de varios recitales individuales, siendo el de Sting el más importante de todos. La gran noche fue el 10 de diciembre de 1987, en el estadio de River, y el hecho de que el cantante invitara al escenario a las Madres de Plaza de Mayo (momento que logró trascendencia a nivel global) significó el pasaporte para que al año siguiente Amnistía Internacional decidiera cerrar la gira de 20 conciertos por todo el mundo de “Human Rights Now” en Argentina. En el país se llevaron a cabo dos recitales: uno en el Estadio Mundialista de Mendoza (para que se acercaran hasta allí los chilenos que aún vivían bajo el terror de Pinochet) y otro en River, que fue transmitido para todo el planeta. Los cinco artistas internacionales que realizaron toda la gira fueron Bruce Springsteen, Peter Gabriel, Sting, Tracy Chapman y Youssou N´Dour. Los créditos locales en el último show fueron León Gieco y Charly García.
Esa noche todo anduvo sobre rieles, excepto por un ataque de divismo de García. Estaba pautado por cuestiones de la transmisión televisiva que los artistas nacionales sólo tocarían dos temas. Gieco lo aceptó desde el vamos, pero García no. Entonces, para calmar los ánimos, Gieco decidió interpretar sólo una canción y permitirle a García hacer un set de tres. Pero finalmente García hizo lo que quiso y extendió su participación a cinco. “Charly estaba prendido fuego –rememora Grinbank-. Le agarró un ataque nacionalista y empezó a decir “nosotros nos bancamos la dictadura y vienen estos yanquis a decirnos lo que tenemos que hacer”. Completamente detonado se acercó a Bruce Springsteen y le dijo en la cara “¡acá el jefe soy yo!”. Cuando vio el quilombo que estaba haciendo Charly en los camarines, Peter Gabriel se acercó y me preguntó: “¿cuántos años tiene este muchacho?”. Esa fue la gota que colmó mi tolerancia con García. Me juré y perjuré que nunca más en mi puta vida iba a hacer algo con él”, asegura en su libro. Y lo cumplió.
Otro festival importante a su cargo fue el que le pidió que organizara el gobierno de Raúl Alfonsín para festejar el primer lustro de la recuperación de la democracia, titulado “Tres días por la Democracia”. De la primera jornada participaron, entre otros, Julio Bocca y Les Luthiers; de la segunda, Luis Alberto Spinetta, Fito Páez, La Torre, Celeste Carballo, Los Enanitos Verdes, Soda Stereo y Virus (convocando a más de 150.000 personas) y de la tercera, Roberto Goyeneche, Mercedes Sosa, Horacio Guarany, Víctor Heredia y Los Chalchaleros.
En los 90, con el envión económico del 1 a 1, traería a todos los grandes: desde David Bowie y Eric Clapton hasta Bob Dylan y Madonna, pasando por Guns N´ Roses, Prince, Nirvana, Elton John, Metallica, Kiss y Paul McCartney. Algunos de ellos se presentaron solos, otros como parte de diversos festivales. Del segundo Festival Rock & Pop, realizado en 1991, Grinbank tiene recuerdos de un solo artista, y no necesariamente buenos… Como preámbulo a lo sucedido, comenta: “Prince siempre se caracterizó por ser una figura indomable para la industria. Y no sólo eso, sino también muy déspota con los que trabajaban con él, tanto músicos como empresarios”. Si bien el día del show, por la tarde, Prince había realizado un maratónico ensayo de tres horas, por la noche limitó su set a una. El público se enojó y le echó la culpa a Grinbank, suponiendo que no había pagado un cachet completo. “Pensaban que yo lo había contratado por canción, y que Prince me cobraba por las que tocara. La situación no me hizo mucha gracia. Yo estaba muy caliente. Le transmití todo esto a la gente de Prince, pero no hubo caso. Lo único que le interesaba al músico era ir cuanto antes a la fiesta que me habían pedido que le organizara para ese día”. Como represalia, Grinbank le canceló la fiesta a Prince, organizada en la discoteca Mix de Belgrano, propiedad de su hermano Pablo. Pero su mánager no se animaba a darle la noticia al músico de Minneapolis y como era un lunes de verano y estaba todo cerrado, terminaron en Shampoo, un reducto de la Recoleta “donde algunas chicas ofrecían lo suyo”. Terminó siendo una fiesta muy bizarra, “donde se mezclaban estas chicas con modelos y celebrities que querían estar cerca de Prince, que, a todo esto, nunca se enteró de que los planes originales se habían suspendido para terminar en un típico cabaret”. Pero ni el enojo ni la venganza de Grinbank terminaron ahí: al otro día no les hizo el “favor” a Prince y su troupe de resolverles los trámites para que en su vuelta salieran directamente por pista desde el VIP del aeropuerto hacia el avión.
En su autobiografía, Grinbank no lo disimula ni un poquito: de todas las contrataciones que llevó a cabo en todos estos años, las que le producen mayor orgullo son las de los Rolling Stones. La primera, de las cuatro que logró acordar con la histórica agrupación inglesa, fue en 1995. Los Rolling llegaron al país luego de años de espera en medio de su gira mundial Voodoo Lounge (la primera que bajaba hasta Latinoamérica), y colmaron a más no poder el estadio de River los días 9, 11, 12, 14 y 16 de febrero. “Los músicos se alojaron en el hotel Hyatt y estaban sorprendidos con la locura que se había generado, con la imposibilidad de salir de allí al estar rodeados de fans que los acechaban, y con el griterío constante que no los dejaba descansar del todo. Hacía muchas décadas que no veían fans como los de Buenos Aires”. Al concluir la seguidilla de shows, que hoy juzga como “noches épicas”, Grinbank reunió a sus asistentes en su oficina del estadio y propuso un brindis. “Festejemos –dijo- porque a partir de ahora sólo queda la decadencia”. Esto no fue así, aún le quedarían por delante la contratación de otros nombres importantes (U2, Coldplay, Roger Waters, Phil Collins, Ozzy Osbourne, Alice Cooper, Lou Reed y hasta de Luis Miguel, en su primera incursión como empresario en la música latina), la producción de grandes musicales de Broadway en la avenida Corrientes (La bella y la bestia, Los Miserables, Chicago y El fantasma de la ópera), ¡y hasta el gerenciamiento del zoológico capitalino y una incursión en el club de sus amores, Independiente, pero empezaba a darle vuelta la idea de retirarse de las grandes ligas por un tiempo.
Hoy, a los 68 años, aquel zar del rock volvió reciclado, o “reinventado” como prefiere decir, y está interesado en explorar a fondo las opciones del mundo audiovisual. En principio lo atrae la difusión masiva de obras pictóricas que hasta ahora estaban relegadas a los museos. Por eso a comienzos de este año inauguró en La Rural la exhibición inmersiva Imagine Van Gogh, que fue un suceso de público. Ahora está más atento que nunca a los nuevos hábitos de consumo de “lo cultural” –plataformas, redes-; y no duda en confesar: “Cambié mi chip mental, de analógico a digital”. Se rodeó de un equipo de trabajo joven y va por más, o directamente por todo. En la última página de su autobiografía asegura ser consciente de que toda nueva época trae nuevas oportunidades, “y con ellas el nervio y el desafío por descubrirlas”. En eso continúa.
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