Sobreactuar amistad, la nueva fórmula de las estrellas de la música para mantenerse del lado “correcto” frente a sus fans
Durante la última ceremonia de la entrega de los premios Grammy, el domingo pasado, las dos cantantes se mostraron juntas, aunque hubo escenas incómodas; Taylor Swift ganó todo y Lana del Rey se quedó sin nada y las redes sociales explotaron, dos perspectivas artísticas distintas que conviven en el espectro de la industria musical
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El paso de Taylor Swift (34) por los premios Grammy dejó una estela brumosa. Desde que ingresó al teatro Crypto.com Arena, sonriente e hiperactiva, algo imperceptible deformó toda la escena. La belleza hegemónica de Taylor, enfundada en un impecable vestido marfil, contrastaba de manera liminal con el look de la presencia que la secundaba y que casi era arrastrada por la “alfombra roja”. Esa presencia toda de negro, con un vestido vintage hasta la rodilla de cuello barco y detalles florales de terciopelo, era nada menos que la de Lana del Rey (38). Caminaba tímida, totalmente apabullada por la exuberancia de su amiga, la desbordante Taylor, y con una mirada algo vulnerable frente a las cámaras.
Ambas cantantes norteamericanas representan hoy el Ying y el Yang de la música pop más consumida a nivel global. Y, por supuesto, como en cualquier película pop el Yang (Taylor) ganó todo, mientras que el Ying (Lana) se quedó sin nada. No hubo justicia poética. Y las redes sociales explotaron para criticar semejante parcialidad.
Taylor, al parecer, admira sinceramente a Lana. Su histrionismo frente al gran público en los Grammy para consentir todo el tiempo a su amiga llegó a niveles paródicos (hasta se tomó el trabajo de arreglarle el moño coquette). Lana parecía halagada por eso, le seguía el juego, pero hace tiempo que su perspectiva artística se escindió del patrón de las swifties, ese colectivo indeterminado, de pulsiones adolescentes, que honran con símbolos al ciervo sagrado del pop.
Lana y Taylor más que competidores serían algo así como “convivientes” del mismo espectro musical siglo XXI, pero al mismo tiempo representan cosas distintas. Muy diferentes. Antípodas del pop. Lana es más prestigiosa artísticamente, pero menos exitosa comercialmente -y en las entregas de premios un fracaso, cabe añadir-. Sus canciones adoptaron una profundidad y madurez crepuscular que la asocian a artistas de la talla de Leonard Cohen, Nancy Sinatra, Nina Simone, Cat Power, íconos de la canción country, Julie London, Julee Cruise y a Billie Holiday sin caer en la tentación pretenciosa del antipop de melodías crípticas.
Una narrativa distinta
Desde las nociones que deja caer en el tema “No todos los que deambulan están perdidos” hasta la estética del video de “Ride”, abundan las referencias a la salvación y a Dios, las armas, la américa profunda, el dolor. Una música estilizada con cierta calidad cinematográfica, viñetas retro y la exploración del romance trágico, el glamour y la melancolía, con los hilos conectados a la cultura pop norteamericana de los años 1950 y 1960. O sea, algo sustancialmente más existencialista que las tediosas canciones sobre novios de la secundaria que atravesaron al pop femenino desde tiempos inmemoriales.
Taylor lo intenta también. Busca la fórmula pop que trascienda. Pero no llega al nivel. Hay en ella limitaciones musicales y poéticas que no pueden compensar la invalorable ayuda del productor Jack Antonoff y Aaron Dessner, del grupo de rock The National. En sus últimos discos (desde Folklore hasta Midnights, con el que ganó todo) apeló a una mezcla analógica que la acercara a la mística honesta, sin tiempo ni espacio, que ofrece la canción tradicional americana. Un giro que claramente significa un acercamiento al espíritu de Lana del Rey, su musa.
A tal punto llega esta fascinación de Taylor por Lana que la invitó a colaborar en el tema “Snow on the Beach” incluido en su último disco con el que obtuvo su cuarto Grammy al mejor álbum del año, una categoría en la que también competía Lana del Rey con Did you know that there’s a tunnel under Ocean Blvd? En una escena algo bizarra, Taylor le insisitió a Lana para que subiera junto a ella a recibir el premio que, en realidad, Lana había perdido. Y hasta le dedicó una parte de su agradecimiento: “Es una artista de legado, una leyenda en su mejor momento… Tengo mucha suerte de conocerte y ser tu amiga”.
Lo curioso, es que la canción que cantaron juntas, recibió críticas al momento de su publicación, porque la voz de Lana del Rey aparece balbuceante, muy por debajo de la de Taylor Swift. “Primero que todo, no tenía idea que yo iba a ser la única colaboración en esa canción”, comentó Lana al explicar qué fue lo que ocurrió. “De haberlo sabido, habría cantando el segundo verso entero, como ella quería”, agregó con la intención de desmentir los rumores de que Swift la había dejado en un segundo plano. La controversia no pasó a mayores. Se imaginan qué hubiera ocurrido en tiempos de Madonna vs. Cyndi Lauper o Prince vs. Michael Jackson. Guerra mundial.
Sin embargo, a los tres días de la fiesta de los Grammy, Lana del Rey publicó una inocente selfie en su cuenta de Instagram (@honeymoon) donde aparece frente al espejo con un detalle perturbador: en su mano derecha empuña una pistola Glock. ¿Mensaje cifrado? Quién sabe.
En su afán de controlar cada destello personal, Taylor Swift, es un prodigio en el manejo de este mundo de pixeles, filtros y construcciones subjetivas. Nada “es” ni deja de “ser”. Las cosas flotan. Todo depende del prisma personal con que cada uno analice las relaciones humanas, las ideas o los estímulos que, constantemente, llegan a las costas de nuestras redes sociales. Nada es verdad ni mentira. Y si existe una rivalidad de perspectiva existencial con Lana del Rey nunca debe notarse, sería un pecado mortal. Taylor siempre queda ubicada del “lado correcto” de la historia.
Sino pregúntenle al bueno de Damon Albarn (Blur, Gorillaz, The Good, the Bad & the Queen). Casi lo crucifican cuando deslizó que no le gustaba Taylor Swift porque, según él, ni siquiera escribía sus canciones. Hasta Gabriel Boric, presidente de Chile, salió a criticarlo por X (ex Twitter) en un arrebato de conciencia de clase swiftie. Pero Albarn, que oficio de pianista de Lana de Rey y Bobby Womack para interpretar “Dayglo Reflection” en 2012, no fue nada inocente al arrojar esa piedra. Luego escondió la mano ante la andanada de críticas, es cierto, aunque ya había sacudido al blanco.
“Damon Albarn, era una gran fan tuya hasta que vi esto -le escribió Taylor Swift por X al cantante inglés-. Escribo todas mis canciones. Tu declaración en el calor del momento es completamente falsa y tan dañina. No te tienen que gustar mis canciones pero es muy jodido intentar desacreditar lo que escribo”. Swift tiene un ejército de 95 millones de seguidores en esa red social, aunque no sigue a nadie.
Otro de los aspectos que diferencia a Taylor Swift de Lana del Rey es el origen de cada una. Elizabeth Woolridge Grant (Lana) proviene de un hogar acomodado de Manhattan, estudio en la universidad y se curtió cantando en los bares de Brooklyn, mientras que Taylor, nacida en Pensilvania, remó una carrera de country girl en Nashville, donde se mudó a los 14 años. Del Rey, hay sospechas, simpatiza -o al menos se contonea irónicamente- con ciertos símbolos de la alt right americana, aunque nunca quedó explicitado. En cambio, Swift es una fervorosa artista militante demócrata, obsesionada con la figura de Donald Trump. Sus mensajes políticos que bajan en cascada por sus redes sociales, son adoptados por las swifties de todo el mundo sin demasiada reflexión. Y se crean espejismos sobre monstruos y ángeles. Durante sus 10 recitales en River, el año pasado, Milei encarnó a Trump para las fanáticas de Taylor, que llamaron a votar contra el libertario. En esa entrega de premios Taylor perdió.
Una paradoja es que a pesar de todo, Taylor Swift logró convalidar sus credenciales más allá del placer culposo que podría representar escuchar su música. Desde el discurso sobreactuado, canciones pretensiosas y estrategia de marketing monumental logró saltar el cerco del mero producto comercial para entronizarse como una figura comprometida y talentosa. Taylor está construida metódicamente para ser amada y glorificada.
Del otro lado, Lana del Rey, no parece tan segura de sí misma, una transgresión para la industria pop. No ganó ni un premio en estos últimos Grammy, pero quizá ese sea el indicador de que su música tiene aspiraciones de trascender, transfomarse y madurar en su inestabilidad para interpelar a distintas generaciones. Como ocurre, en definitiva, con el verdadero y mejor pop.
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