Taylor Hawkins: el sorpresivo adiós al baterista de Foo Fighters, un verdadero artista del rock
El músico murió en la noche del viernes, en Colombia, seis días después de su actuación en Buenos Aires; el deceso se produjo en medio de la gira latinoamericana de la banda liderada por Dave Grohl; Hawkins había cumplido 50 años en febrero pasado
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En la noche del viernes murió el baterista de Foo Fighters, Taylor Hawkins, cuando el grupo se encontraba en una gira sudamericana de conciertos. La banda comandada por el ex Nirvana Dave Grohl debía tocar esta noche en el Festival Estéreo Picnic, de Bogotá, y había pasado por la Argentina el último domingo, para el show que dio en el marco del Lollapalooza Argentina 2022, en el Hipódromo de San Isidro. Tanto por los antecedentes del músico como por las sustancias encontradas en los primeros análisis (diez distintas) la intoxicación por drogas habría sido la causa de la muerte. Sin embargo, la investigación todavía no ha dado ningún resultado que lo confirme. Taylor deja un lugar vacante en Foo Fighters, pero, sobre todo, su lugar en una familia integrada por Alison, su esposa, y los tres hijos de la pareja, de entre 16 y 8 años.
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— Secretaría Distrital de Salud (@SectorSalud) March 26, 2022
Con respecto al fallecimiento del músico estadounidense Taylor Hawkins en la localidad de Chapinero, que se produjo este viernes 25 de marzo en horas de la noche, informamos: pic.twitter.com/hdOJgGCxDi
La relevancia de los datos la establece quien los escucha, los mira o los lee en una pantalla. Para algunos fue el golpe durísimo porque se fue el “batero” de su banda favorita. Para otros, que viven en este Sur, se trata de la muerte del histriónico músico que vieron seis días atrás, absolutamente vital, enérgico, detrás de los parches, o jugando a ser frontman, como tantas veces lo había hecho con Foo Fighters, en otros escenarios, cuando llegaba el momento de cantar un cover.
Todavía queda en la retina y en los oídos de los argentinos el show que hace sólo seis días la banda dio en Buenos Aires. Dos horas y cuarto de concierto y un ida y vuelta continuo con el público. Eso que podría ser leído como demagogia, por esa franca relación que la banda tiene con la audiencia local, seguramente haya sido interpretado simplemente como un concierto de rock, muy al estilo argentino, frente a una banda que ya sabe de este público enérgico (”el mejor del mundo”). Fueron apenas 18 canciones (decimos apenas porque en 135 minutos de recital podrían haber sonado unas cuantas más), pero tuvieron esa esencia de un show rockero. Interacción con la gente, temas poderosos, nuevas versiones, covers diversos, sorpresas (como la llegada del fundador del Lollapalooza, Perry Farrell, para compartir con los Foo Fighters, al final del show, el tema “Been Caught Stealing” de su banda Jane’s Addiction) y algunos solos. Porque a diferencia de las músicas actuales, el rock todavía tiene solos instrumentales.
Y el carisma de los integrantes de una banda de rock, más allá de su posición en el escenario, es intrínseco a los conciertos. Taylor, con su larga cabellera heredada del grunge de los noventa, y su figura extensa y delgada, tenía ese carisma intacto. Así lo definía el cronista de LA NACION una semana atrás, en su comentario del recital: “La figura clave sigue siendo el baterista Taylor Hawkins, tan virtuoso como marcial y con el talento suficiente para imprimirle bestialidad a cada golpe sin alterar el esquema general”. Taylor era un músico de rock de pies a cabeza, desde la batería hasta la versión que dio, micrófono en mano, de “Somebody To Love”. “Olé, Olé, Olé, Teilór, Teilór”, le gritaba el público, mientras él corría enfundado en una remera negra y pantalones atigrados, en busca del proscenio, para cantar aquel clásico inoxidable de Queen.
Porque, aunque la aclaración no parezca necesaria, Taylor era músico de rock, que tocaba en una banda de rock, y que vivió buena parte de su vida como un rocker, especie que si bien no se encuentra en extinción, no estaría ofreciendo recambios demasiado evidentes en estos tiempos. Había nacido como Oliver Taylor Hawkins en Forth Worth, Texas, Estados Unidos, en 1972. Pero cuando tenía 4 años se mudó con su familia a California. Había cumplido 50 años el 17 de febrero de este año y la mitad de esa vida fue como integrante de Foo Fighters.
Al grupo que lidera Dave Grohl se unión en 1997, en reemplazo de William Goldsmith, que estuvo en Foo Fighters solo por dos años (1995-1997). La prehistoria de Hawkins antes de este lugar de privilegio en las grandes ligas fueron grupos como Sylvia, en su adolescencia. Ya insertado en la industria de la música como profesional, tocó la batería en giras de Sass Jordan y Alanis Morissette. También encaró proyectos en solitario, como Taylor Hawkins and the Coattail Riders, donde cantaba y tocaba la batería.
Su formación musical era amplia y había comenzado en su niñez. La percusión orquestal fue su primera escuela que tuvo sede en un conservatorio, pero también tocaba el piano, la guitarra y la batería. De hecho, este último instrumento fue el que marcó su destino, en las filas de Foo Fighters, y le valió reconocimientos como el de la revista especializada británica Rhythm, que lo consagró como Mejor baterista de rock, en 2005.
Las bandas de rock suelen ser bandas de amigos. Cuando se rompe la amistad se quiebra la banda. Así pasó entre Dave Grohl y William Goldsmith en 1996, cuando Foo Fighters estaba por grabar The Colour and the Shape (que salió en 1997). Como Grohl es también baterista (de hecho saltó a la fama por ocupar ese puesto en Nirvana) no hubo inconvenientes para grabar los tambores para aquel disco. El problema surgió llegado el momento de salir de gira. La historia oficial cuenta que Grohl llamó a Hawkins (quien por entonces tocaba en la banda Sexual Chocolate de Morissette, y estaba de gira por el disco Jagged Little Pill) para que le recomendara colegas para integrar Foo Fighters. Y Taylor dijo: “Yo”.
Franco en sus influencias (solía demostrar su admiración por bateristas como Stewart Copeland de The Police y Roger Taylor de Queen) se dio el gusto de trabajar con algunos de los músicos y las bandas que le marcaron el camino, al menos en sus comienzos. En paralelo a Foo Fighters grabó un algunos discos con su propia banda, The Coattail Riders: Taylor Hawkins and the Coattail Riders (2006), Red Light Fever (2010) y Get the Money (2019). Para el segundo tuvo la posibilidad de contar con invitados de lujo, como sus admirados Roger Taylor y Brian May de Queen). Entre otro lujos encarnó a Iggy Pop en la película documental sobre el local de música neoyorquino CBGB.
Una banda de rock es aquella que en sus ensayos o en las pruebas de sonido toca sus temas pero también las de otras bandas que admira. Y de esto, los Foo Fighters han hecho una verdadera especialidad que fue muy bien retribuida. Taylor ha podido darse el gusto de grandes zapadas frente al micrófono, cada vez que Grohl tomaba los palillos de la batería. Y también imitar la voz de Robert Plant, para un clásico de Led Zeppelin (”Rock & Roll”), mientras el que empuñaba la guitarra detrás de Hawkins era el mismismo Jimmy Page. Todo eso podía suceder en un bar de cualquier parte del mundo, en la noche libre de un tour. Pero sucedió en 2008, en un escenario ubicado en el medio del campo de juego del Wembley de Londres, y frente a una multitud que colmaba el estadio.
Gustos que Taylor se dio en vida. Claro que la vida de rocker también tiene otras sabores que este baterista nunca evitó. Incluso, sus excesos quedaron acreditados en internaciones como la de 2001, cuando estuvo en estado de coma por consumo de heroína. De ahí que la primera asociación con las causas de su muerte hayan estado relacionadas con las drogas. En las próximas horas, seguramente, habrá más detalles de su fallecimiento.
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