La notable cantante, que se presenta los viernes en el Torquato Tasso, mantuvo una extensa charla con LA NACION en su piso de Belgrano, donde reveló algunos aspectos desconocidos de su vida
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“El volver a la vida se lo propone uno mismo, depende de la propia construcción”. Susana Rinaldi tiene claro que las consecuencias de la pandemia solo pueden revertirse con una férrea voluntad individual cimentada en el deseo.
En busca de esa propia construcción, “La Tana Rinaldi”, como muchos la llaman, emblema del tango exquisito y de la canción con ideas profundas bien alejadas de la liviandad, recuperó algunos de aquellos hábitos usuales antes de la aparición del Covid que todo lo cambiaría. En plan de recuperar ese tiempo perdido, los viernes de mayo se presenta en el Torquato Tasso, el icónico club de música de la calle Defensa al 1500, donde los conciertos se convierten en ritual de amigos.
“Elegir el repertorio es lo que me mantiene en pie”, no duda en reconocer cuando se la consulta sobre sus modos de selección de material a la hora de pensar en un nuevo concierto. Y si “Tinta roja” no falla, acaso “Milonga de mis amores” y “Uno” acompañen a “El corazón al sur”, el himno escrito por Eladia Blázquez que dibuja aquellos versos entrañables que van en busca del recuerdo clavado como un puñal que rememoran lo que ya no es. “Mi barrio fue una planta de jazmín, la sombra de mi vieja en el jardín, la dulce fiesta de las cosas más sencillas y la paz en la gramilla de cara al sol”, quizás diga la Rinaldi bajo las luces del Tasso.
Ya lo hizo en la terraza del teatro Picadero cuando el calor acompañaba. Ahora es el turno de volver a pisar la escena en ese reducto a metros del Parque Lezama, donde también estuvieron el Sexteto Mayor, Mariano Mores y Leopoldo Federico, entre tantos otros. Para una artista acostumbrada a la escena y al contacto con el público, el ostracismo la confinó a una inusual soledad que pudo sobrellevar refugiada entre libros, discos y los arrebatos de la garganta que desafiaban el silencio con alguna de esas ideas cantadas con potencia y respeto.
“Tengo la suerte de haber encontrado este lugar hace muchos años y de haberme quedado. Siempre sentí que todo lo que estaba acá había sido hecho para mí. Eso me sirvió muchísimo para no pensar todo el tiempo en la calle, en los lugares a los que me gusta ir. Además, me encontré en este edificio con gente maravillosa, lástima que muchos de ellos ya fallecieron. Incluso, algunos se fueron antes de tiempo y eso me complicaba conmigo misma”, sostiene la cantante en torno a ese piso de Belgrano en el que la vista al río y los atardeceres soñados del oeste despreciaron la sensación del encierro pandémico. “Leía mañana, tarde y noche”.
“Acá vivió Nicolás Avellaneda” se lee en el foyer del edificio de gran altura. Arriba, en el refugio de la Rinaldi, el living señorial delata la esencia musical de su propietaria. El piano cerca del ventanal por donde se escurre el sol, fotos donde se la ve cantar en diversos lugares del mundo, premios, reconocimientos y un sillón especial. “Ahí se sienta la señora”, aclara una colaboradora de la anfitriona. El butacón tiene varios almohadones que desafían algunas quejas de bandoneón de sus rodillas. “Si hay humedad es peor”, dice. Y uno entiende que es humana esa mujer que cuando se planta excelsa en el escenario hace creer que hay algo sobrenatural en ella.
“Nos hemos criado en Caballito. Mi papá falleció muy temprano, así que mi madre se quedó sola muy joven. Estuvimos muy juntas, mi hermana, mi madre, mi tía y mi abuela”, rememora. “Hoy Caballito es precioso, pero en aquel tiempo era otra cosa”.
En ese matriarcado se crió. Hoy, con su hermana Inés, también cantante, viviendo cerca y su cuñado Juan Carlos Cuacci atendiendo desde hace décadas la dirección musical de su carrera, la artista se rodea de los suyos para compartir la vida y el arte. “Siempre he estado rodeada de gente que me ha cuidado la garganta. La nuestra ha sido una familia musical, por eso pasa lo que pasa con nuestros hijos”.
-Herencia sagrada.
-Me hace muy bien que mis hijos, cuando están trabajando, me miren a mí trabajar, es la manera de aprender. La sencillez es imponente, pero, además, está el cuidado vocal que te hace trasladar lo que pensás con una delicadeza muy grande.
Fruto de su matrimonio con el bandoneonista Osvaldo Piro, figura trascendental del tango argentino, nacieron sus hijos Ligia y Alfredo. Ella es una cantante excepcional. Él, un músico que experimenta nuevas formas. Ambos siguen la vocación y el legado familiar.
Por qué cantamos
-Con el correr del tiempo, entiendo que deben aparecer deseos diferentes en torno a qué interpretar.
-Ah, sí. Quizás saco algún tema e incorporo otro, pero cuando elijo qué cantar lo hago con la misma fuerza que cuando tenía 25 años. Entonces, cada cosa que hago es algo nuevo para mí.
-¿Canta en su casa? ¿Entrena?
-Por supuesto. El perfeccionarse habla bien de esa persona. Además, es importante que los compañeros te vean cada vez mejor. No se trata de hacer algo estanco y no cambiarlo, sino de llegar al otro como se llega a uno mismo. El canto es eso, sino sería una cosa demasiado aburrida. Cantar no es un chiste, lo tomo con toda la seriedad porque es una historia que me corresponde y me parece que esa actitud es lo mejor que se le puede dejar a la gente joven.
-La sigue mucha gente joven.
-Así es. Y me gusta acercarme a los artistas que están empezando y que tienen grandes valores para ayudarlos.
Susana Rinaldi nació un 25 de diciembre, fecha que impuso a Natividad, su segundo nombre. Le faltan unos años para llegar a los 90 y se la ve coquetamente hermosa. “Que lindas manos”, la piropea el fotógrafo de LA NACION. La observación es atinada. Si su rostro está maquillado con suavidad y perfección, sus manos, que expresan tanto como su voz, son estilizadas, largas y cuidadas al extremo. Acaso en esa elegancia se digan cuestiones más interiores. Como ese tango que ella enarbola que es poderoso y refinado, alejado del mohín bruto y esa “cosa de hombres” que no hizo más que menospreciarlo.
“Si al tango lo sentís, no necesitás hacer artilugios ni esa cosa grosera que se usaba en una época. La gente que escribió los grandes tangos, eran de primera, así que no merecen que se bastardee su poesía. Hay un error cuando se piensa al tango de esa forma vulgar. Al tango hay que quitarle la guarangada, si no lo hago yo, quién lo va a hacer”.
-Las nuevas generaciones de artistas no recurren a eso.
-Los jóvenes se acercan al tango y lo cantan como merece ser cantado. En lo personal, antes de cantar cada tango, me encargo de hablarle a la gente y contarle de qué se trata, para que no quede flotando la idea que es algo que se inventó para ellos, sino que se trata de una obra de hace rato.
-Su repertorio siempre ha sido profundo y apartado de la vulgaridad.
-Quiero que se sepa lo que es el tango y que sus autores crearon desde un lugar de jerarquía. Aún me acuerdo de la cara de sorpresa de (Aníbal) Troilo cuando me conoció.
-¿Por qué?
-Porque llegaba impecable y no como una sátrapa que no se sabía de dónde había salido. Así me plantaba y nunca nadie me indicó cómo debía hacerse, no me impusieron nada.
-Usted se inició en una sociedad mucho más cerrada que la actual y extremadamente machista, aspectos que se acentuaban en el universo del tango. ¿Cómo hizo para insertarse en ese mundo de hombres?
-No lo sé. Una vez, un gran maestro me dijo: “que suerte que apareció alguien bien vestido”. Lo que me quería decir era que no había que imitar a la muchachada, que no había que dibujarse.
-Siempre lo hizo desde una autenticidad.
-Hay que hacerse cargo de lo que se está cantando. Y si lo que canto es verdad, desde qué lugar lo abordo con mí verdad. Por eso siempre invitaba a los jóvenes a que vieran lo que nosotros hacíamos, para que entendieran que el tango no es un mamarracho.
Herencias
“Mis dos hijos se metieron con la música. Buscan sus necesidades e intereses artísticos, se juegan todo, pero aprendiendo de su madre y entendiendo que esto no es un chiste”.
-¿Le consultan los pasos a seguir en sus respectivas carreras?
-Quieren que los vea cantar y tocar, pero, gracias a Dios, no tengo nada que corregirles. Alfredo y Ligia no son maravillosos por su madre, cantaron lo que quisieron cantar. Nunca les impuse nada y no les ha ido mal.
-Debe ser un peso para ellos ser los hijos de quienes son.
-Sí, pero la gente entendió que ellos habían elegido lo que habían elegido por iniciativa propia.
-No hubo mandato.
-Ellos eligieron la música que iban a presentar sin venir a pedirme ayuda. Tuvieron maestros fantásticos que los corregían si era necesario, yo no me metía. Si me hubiese metido a arreglar algo que a mí no me gustaba, hubiera estado loca. Además, los dos, por suerte, tienen una buena acogida de la gente. Jamás me han pedido nada para estar donde están y eso es muy importante.
-¿Tiene o tuvo alumnos, discípulos?
-Siendo la cantante que soy, jamás he querido tener alumnos. Soy incapacitada para decirle a alguien que el canto no es para él. Como soy frontal, al pan pan y al vino vino, entonces no podría decirle algo doloroso a un alumno. Ahora bien, cuando me crucé con artistas jóvenes muy buenos, los he estimulado.
-¿Usted es consciente de la envergadura de su nombre?
-No. En la manera en la que lo estás diciendo, no. No voy con la seguridad de alguien que hace las cosas de manera automática. No hago nada de taquito, mi público no me lo permitiría. Será por eso que el público nunca me falla. Ni el de acá, ni el del exterior.
Dolores
Los griegos estipularon el destierro como el peor castigo de un hombre hacia otro. El exilio es la versión contemporánea que busca acallar con la cancelación a aquellos que molestan a los sistemas autoritarios. De eso, la Rinaldi sabe. “Fue un momento muy malo y triste de la historia argentina”. Como una paradoja del destino, aquel dolor inconmensurable dio lugar a una carrera internacional prestigiosa y trascendente donde Francia la convirtió en una estrella y países como Finlandia la convocaron para ofrecer su arte. Acaso aquel dolor injusto fue el que, décadas después, la llevó a ejercer el cargo de legisladora en la ciudad de Buenos Aires.
-¿Cómo recuerda los tiempos del destierro?
-La mayoría de la gente no tenía las posibilidades de hacer lo que yo hice. De la noche a la mañana, les dejé mis dos hijos a mi madre y me fui. Hay que imaginarse lo que significó eso para ella y el cuidado que puso en no contarle nada a nadie. Si le consultaban sobre mi ausencia, ella decía que me había surgido una posibilidad artística en el exterior. Eran tiempos donde si decías algo que no convenía al poder, desaparecías al otro día. Mucha gente que conocí terminó de esa manera. Hubo gente a la que llevaron para una fiesta y terminó en el mar.
-Esa partida forzada, ¿cuánto se prolongó en el tiempo?
-Estuve afuera alrededor de veinte años.
-Mucho.
-Y con una familia que hacía lo imposible para llevarme a los chicos al lugar donde yo estaba.
-Su madre, ¿viajaba con sus hijos a visitarla?
-Siempre fue una santa y nunca me preguntó qué había hecho, qué había dicho ni por qué había pasado lo que había pasado. Jamás me preguntó nada. Al principio, lloró muchísimo y, en cuanto pudo venirse a vivir conmigo en el exterior fue una reina santa. Aprendimos que la historia nos había preparado este diseño de vida. Luego llegó la democracia al país, pero yo tardé en creer y entender que todo había cambiado.
-Eran tiempos donde usted viajaba permanentemente.
-Sí, me iba a Chile. Allí me quedaba.
-¿Le daba temor ingresar al país?
-Es que yo no sabía si al entrar no molestaba a alguno que no me quería y me pegaban un tiro.
-¿Se refiere al período democrático?
-Claro, acá pasaron muchas cosas terribles y yo tenía miedo.
-¿Lloraba en la desolación del exilio?
-Sí, claro. ¿Cómo no iba a llorar?
-Francia fue el país que la cobijó.
-Francia se portó muy bien con la Argentina y con los argentinos y eso nunca fue reconocido como se debía.
-¿Cuándo se fue al exilio?
-No lo recuerdo con exactitud.
-¿Fue durante la dictadura militar o durante el gobierno previo?
-Durante el gobierno anterior a la dictadura.
-Época de la presidencia de Isabel Perón.
-Esta mujer que mencionás fue a París y vivió la vergüenza más grande del mundo.
-¿Por qué?
-Pobre mujer, parecía una idiota. Ella esperaba que la fueran a recibir, pero nosotros nos encerramos para no verla. Estuvimos dos días adentro para no saludarla.
-Es decir que usted estuvo amenazada por la AAA.
-Son cosas que quedan a lo largo del tiempo.
-Usted fue legisladora y siempre comprometida con la realidad. ¿Cómo ve al país?
-Nuestro país está en un estupendo momento. No sé a dónde vamos, pero es un momento que deberíamos aprovechar. El actual presidente, digámosle presidente, pero, en realidad hoy se habla de otra manera, es una persona de bien. No creo que haya querido estar en el lugar en el que está, pero, por muchas razones que vienen de antaño, hace lo mejor que puede. Siempre vamos a encontrar dentro de nosotros a alguien que está preparándose para darte un cachetazo, es un mal argentino.
-La pobreza es el drama más urgente.
-Se han abierto muchas compuertas que dan a entender que hay cosas que van a aparecer y nosotros vamos a decir gracias a Dios. Es lo que yo creo. Le doy mucha importancia al chico que está...
-Alberto Fernández.
-Sí, porque es una excelente persona. No puedo decir más que eso, que no es poco. Trata de decirnos que los argentinos tenemos que trabajar conjuntamente. Hasta que eso no pase, no doy la seguridad de nada.
-La llamada grieta sería algo a solucionar.
-Esas son cosas que los estúpidos hacen de la noche a la mañana para asustar, para darse interés personal. No quiere decir nada eso. Desde ya, tenemos que mejorar, somos raros, nos peleamos entre nosotros mismos al divino botón, sin saber por qué.
-Azules y colorados, unitarios y federales, peronistas y antiperonistas.
-En una época si no eras peronista, eras un boludo. Nos costó demostrar lo contrario.
-¿Tiene trato con Cristina Kirchner?
-Sí.
-¿Cómo es ese vínculo?
-Me divierto con Cristina, tiene un tono de voz y una manera de hablar que al muchacho argentino no le gusta.
-¿Asusta?
-No quieren saber nada. No lo aceptan de la madre, menos lo aceptarán de ella.
Décadas
Tiempos de mal vivir se llamó uno de sus espectáculos más recordados. En la sala Martín Coronado del teatro San Martín desplegaba ese manojo de temas que se convertían en un tratado sobre el devenir de los años y el sentido de la vida de manera filosófica, anticipatoria.
-¿Cómo toma el paso del tiempo?
-Muy bien, ya que tengo la suerte de tener varios nietos que me abrazan y me dicen que soy muy linda. El mayor, que es hijo de Alfredo, ya tiene 22.
-Se ha separado muy joven.
-Con Osvaldo tuvimos la suerte de tener como padrino a Cátulo Castillo. Es una persona muy honesta y muy tirado para adentro, nunca quiso figurar. Hace un tiempo, estuvo muy mal de salud y nos dejó muy pensativos a muchos. Es un gran compañero y cuando hacemos algo juntos nos divertimos muchísimo.
-Aunque el amor terminó hace décadas.
-Dije basta, aunque hoy somos buenos amigos. Él, como todo varón, se ha casado nuevamente.
-A usted, ¿le hubiera gustado enamorarse nuevamente?
-Me hubiera encantado volver a enamorarme, pero, cuando uno ya vivió un amor, lo que busca es enamorarse como en esa ocasión. En mi caso, no se dio.
-Entonces, luego de Piro, ¿no hubo ningún otro amor?
-No, la cosa quedó ahí.
Aunque alguna vez insinuó otros amores, el bandoneonista es su única pareja conocida
-¿Piensa en el retiro?
-Estaba dispuesta a decir que mi vida de cantante terminaba, pero, pensándolo mucho, ¿por qué iba a decir eso? Si cantando no hago mal a nadie, al contrario.
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