Summer of Soul: el festival que se hizo el mismo año que Woodstock, que estuvo “perdido” 50 años y que ahora es un éxito
Ganador del Oscar como Mejor documental, está disponible en Star+ y hoy puede verse como el “lado B” del famoso festival
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Nadie había oído del Festival Cultural de Harlem. Nadie hubiera creído que ocurrió. Y había un océano de gente negra. “¡Y ahora, señores y señoras, el joven hermano del soul, Stevie Wonder!”, vitorea en el arranque el locutor Tony Lawrence -que ocupó el rol fundamental de ponerse la producción del festival al hombro-, y un fuerte aguacero cae sobre el hormigueo de gente, que permanece en el parque saltando y sin ánimo de retirarse. “Afinen el ritmo. Lo único que tienen que hacer es lo que les dice Stevie. Ahora todos junten las palmas. Quiero oírlos aplaudir”, arenga Stevie micrófono en mano, de camisa amarilla y pantalones ajustados, bigotes y anteojos negros, y poco después se sienta en la batería en un solo furioso y político, pidiendo que el cumpleaños de Martin Luther King se convierta en festival nacional. Son las primeras escenas de “Summer of Soul (...o cuando la revolución no pudo ser televisada)”, dirigido por Questlove -integrante de The Roots-, notable documental que este año ganó el Oscar y que rescata una cinta olvidada durante medio siglo, como ocurriera también con “Get Back”, de Peter Jackson, su joya audiovisual sobre los Beatles. Está disponible en Star+.
En 1969, durante el mismo verano de Woodstock, a 160 kilómetros de distancia y en el Mount Morris Park de Harlem, Nueva York, acontecía otro masivo festival de música. Más de 300 mil personas pasaron por allí durante seis domingos, libre y gratis para todos. El festival se filmó: cuarenta horas de material audiovisual registradas en cintas de video de dos pulgadas. Pero después de ese verano caluroso y agitado, el metraje se guardó en un sótano por más de cincuenta años. Nunca se había visto. Hasta que ahora, como testimonio desempolvado del pasado reciente, salió milagrosamente del olvido.
Eran tiempos turbulentos. En 1969, la comunidad negra estaba dividida entre los que abogaban por la no violencia y los que querían usarla en nombre de la liberación. Hay quienes piensan, incluso, que el festival, apoyado por la alcaldía local -con el gobernador blanco John Lindsay como aliado de la causa-, fue una pantalla musical para que no se incendiara la ciudad. “Los negros hemos perdido la fe. Han matado o encarcelado a muchos de nuestros líderes. Malcolm X, Martin Luther King. Y existe un desproporcionado número de negros en Vietnam”, proclama una voz desilusionada en el documental. No todo es color negro, también se canta por John Kennedy. A pesar del desencanto, sobreviene un cambio de época, una revolución social y cultural en ciernes. Una nueva vida, un mundo nuevo. El Black Power. Harlem, corazón del soul. Los Panteras Negras como encargados de la seguridad en el festival, reemplazando a la policía.
“Es nuestro tiempo. Nuestro momento. Queremos el cambio”. La lucha por los derechos civiles en Norteamérica con ecos del apartheid sudafricano y las revoluciones políticas en Latinoamérica: Harlem como epicentro mundial, rayo magnético de la historia. Nadie mejor que la jovencita Nina Simone, la princesa africana que golpeaba las teclas del piano con “Blues de represalia”, para expresarlo con su energía dionisíaca. Un ícono popular entre los negros, la que rompía todo tipo de barreras como mujer, la que cantaba frases como “hay un mundo esperándote, tu misión acaba de comenzar” y al mismo tiempo arengaba en mente y cuerpo: “¿Están listos para destruir edificios blancos? ¿Están listos para convertirse en estupendas personas negras?”. No por nada un espectador la definió como una rosa que crecía en medio del cemento.
“Harlem, el paraíso para nosotros. Era un lugar donde estaba a salvo, era feliz e hice amistades de por vida. Harlem era donde todo ocurría”, comenta Bárbara Bland-Acosta en su recuerdo como asistente al festival. Casas abarrotadas, miseria, discriminación y gueto. Y en el medio del nido de pobreza, la creación negra a flor de piel -con la memoria de sus ancestros esclavos como herencia de orgullo y dolor-: la gente, las fiestas, la comida, los centros nocturnos. El pastor Jesse Jackson subiendo al escenario y recitando plegarias con el público. “Y Motown se traslada a Harlem…con ustedes, el gran David Ruffin”, anuncia el carismático Tony Lawrence, porque el show debe continuar.
“No sólo se trataba de música. Queríamos progreso, que nuestra gente nos inspirara”, precisa la cantante Gladys Knight. Eran tiempos donde, por primera vez, el The New York Times usaba la palabra negro sin tintes despectivos. No habían pasado muchos años donde, por primera vez, pocos estudiantes negros entraron a estudiar a una universidad pública dominada por los blancos.
Por el escenario pasaron The Chambers Brothers, Hugh Masekela, The 5TH Dimension, Ben Branch, Sly & The Family Stone, Gladys Knight, Herbie Mann, Abbey Lincoln y Max Roach -la pareja irreverente y genial del Black Power-. Elegantemente vestido de traje, B.B. King canta unos conmovedores versos: “Señores y señoras, ya he pasado el derecho de piso. He vivido en el gueto, pasando frío y adormecido. He oído a las ratas y a las chinches charlando con las cucarachas. Y todos quieren saber por qué canto blues”.
No sólo suena blues: el Festival Cultural de Harlem es un dream team del soul, rhythm and blues, jazz, funky, gospel, ritmos caribeños y otros sonidos psicodélicos. Un inmenso groove abraza el parque. La cautivante presencia de Mahalia Jackson, en uno de sus últimos shows antes de morir. El dashiki y la moda afro. Mongo Santamaría como nexo entre las comunidades afro y latinas interpretando “Watermelon Man”, de Hancock, mítico cruce entre la música cubana y el jazz. En otro número, la irrupción de Ray Barretto, el New Yorican, la fusión entre Nueva York y Puerto Rico. El colorido de los vestuarios en el escenario, a tono con el frenesí de Ray en los tambores, la muñeca más dúctil entre los parches que agitan a la multitud.
El Black Pride no estaba exento de peligros: la persecución policial, el acoso de la justicia y la prensa y adicciones como la heroína que causaban estragos en los barrios más pobres. Décadas después, la historia a veces parece repetirse: crímenes recientes como los de George Floyd reviven un pasado que en la música encuentra una gesta de redención y alegato político; porque, en definitiva, Summer of Soul no es simplemente un notable documental de música sino un fresco cultural del fin de una época, sin que el ritmo de sangre africana deje de callar sus latidos.
“Summer of Soul (...o cuando la revolución no pudo ser televisada)”, dirigido por Questlove. Disponible en Star+.
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