"Buenas canciones y hermandad, ¿sabés?", dice el baterista Eric Kretz sobre eso que sigue uniendo en la actualidad a Stone Temple Pilots. Y lo dice seguro y sereno, como un mantra de supervivencia, en el camarín subterráneo del Teatro Ópera donde el martes a la noche compartió fecha con Bush. La banda de San Diego resiste en sus casi treinta tumultuosos años de carrera, con su primer disco de canciones originales en cinco años (Stone Temple Pilots de 2018) y un cantante recién ingresado -Jeff Gutt- decidido a respetar el legado de Scott Weiland, pero con los pies en el presente. "Hay muchos factores que aparecen cuando formás una banda siendo joven, estúpido pero amando la música y tirándote de lleno encima de ese proyecto. Y lo interesante es que estamos sintiendo una longevidad con Robert y Dean. Eso es lo que nos mantuvo juntos", completa Kretz.
Durante una hora en el teatro de la calle Corrientes, STP modelo 2019 se apoya en las garantías de su sólido catálogo que, aún con cortes en el sonido (hubo en "Silvergun Superman" y "Big Bang Baby") sale airoso. Y es que esos desperfectos son aprovechados por Gutt como un comodín que lo suelta en aullidos a capela para una público que corea cada estrofa. Aunque las inevitables comparaciones físicas y sonoras con Weiland -que falleció en 2015- podrían poner en jaque a esta propuesta, su reemplazo no se trata solo de una performance digna: inyecta estridencia en una banda que ya de por si funciona al tope de sus capacidades. Dean Deleo toca como si 1992 hubiese terminado hace unos meses (en especial en "Big Empty", "Vasoline" y "Trippin a Hole In a Paper Heart"), intercambiando riffs y solos para que la base rítmica de su hermano Robert en bajo y Kretz definan eso que los hizo uno de los nombres esenciales de su generación.
"Canten esta conmigo por favor", ruega Gutt a la audiencia en la intro de "Plush" a solas con el guitarrista. El teatro se rinde a merced del coro de ese himno grunge, y también impone respeto y sorpresa ante los nuevos tracks (sonaron "Meadow" y "Roll Me Under"). Ambos parecen confirmar la noción de que hay Stone Temple Pilots para rato. "Sentí la pasión de ellos tres inclusive antes de entrar. Por eso estoy acá en primer lugar por ellos, en segundo por Scott y Chester [Bennington, ex Linkin Park y STP, que murió en 2017]", dice Gutt. "Mi trabajo es ayudarlos a recuperar esas oportunidades que como banda perdieron en su momento para seguir tocando. Es una forma de devolverles el tiempo."
¿Cómo fue el proceso de decodificar el estilo de Jeff Gutt para hacer canciones nuevas?
Eric Kretz: Fue genial [se ríen ambos y sacude varios CDs de la mesa]. Pienso en "Middle of Nowhere", la primera canción del disco, que es una de mis favoritas. La compusimos muy rápido. Dean ya tenía el riff de guitarra y Jeff puso esa melodía de voz y el tono con el que cantaba fue súper acertado, y me empujó a mi a tocar la batería en una manera muy específica.
"Thought She’d Be Mine" y "The Art of Letting Go" tienen un espíritu melancólico, pero al mismo tiempo suena como una versión alegre de Stone Temple Pilots. ¿Cuál fue el motor creativo detrás de esas ideas?
Jeff Gutt: "The Art of Letting Go" salió como en una hora. Estábamos en el estudio de Eric grabando otras cosas y Dean estaba en el cuarto de relax y se puso a tocar el inicio de ese tema y es algo que él y Robert ya tenían trabajado hace un tiempo. Lo escuché y pude soltarme y darles a ellos un contexto de cómo aplicar lo que tenía en mente. Sabía que si les mostraba mi pasión respecto a lo que tenía pensado para esa canción, iban a confiar en mí, y seguirme en eso.
¿En que se basó tu approach respecto al catálogo de STP?¿Tuviste momentos en los que pensaras que te estabas acercando demasiado al carácter interpretativo de Scott o Chester?
JG: El ejercicio que hice para poder evitar eso fue siempre ir a la base, pensar en cómo esas canciones me hicieron sentir la primera vez que las escuché y cómo me las acordaba. Hago mi mayor intento en no tener que ir a los discos a escucharlas, salvo cuando siento que me estoy distanciando demasiado. Ir desde mi memoria en vez de ir a lo exacto, eso me da poder y confío en que a la gente eso le llega.
Si hay algo que se puede recolectar históricamente de STP es la tensión histórica entre ustedes y Scott. Grabaron el último disco con él todos separados en distintos estudios y en No.4, él y Dean estaban muy metidos en sus respectivas adicciones. ¿Qué épocas recordás que fueran calmas?
EK: Aunque no lo creas, en cada uno de los discos que hicimos hay un poco de eso, y momentos especiales, sobre todo cuando recién empezábamos. Amo a Led Zeppelin y en nuestras primeras giras de Core, hicimos un par de shows abriendo a Robert Plant. Uno fue en San José, donde crecí en California, y encima mi padre y mis amigos pudieron conocerlo y charlar con él. Momentos como esos son especiales. A pesar de las razones obvias que hicieron que hubiera tensión con Scott, hubo momentos donde él era un ser espléndido, muy gracioso, cariñoso y... [suspira] compartimos historias musicales, o de viajes y siempre hubo algo en el medio que nos hizo seguir adelante. Y no es que desde un principio el era bueno y después empeoró. Siempre funcionó como una suerte de altibajo.
El decía que ustedes tenían un "modo Beatle" de hacer las cosas, sobre todo el trabajo en profundidad en el estudio.
EK: Nos encanta. Hay muchas canciones con Scott a lo largo de los años, por ejemplo "Trippin’ a Hole In a Paper Heart", que él no sabía que iba a cantar. La grabamos sin idea de cómo iba a ser la melodía. Lo mismo con "Silvergun Superman". Teníamos las líneas de guitarra ya grabadas, el llegaba de cenar, grababa su melodía, se iba corriendo a la casa a escribir la letra y quizás lo cerraba todo en una misma noche a la otra mañana.
Se cumplen 25 años de Purple, un disco de quiebre en muchos sentidos para ustedes. ¿Qué retenés de esa grabación con Brendan O’Brien?
EK: Fue súper rápido. Creo que 21 días entre grabación y mezcla. Todo salió en una primera o segunda toma. Pensá que ya veníamos girando durante un año y medio, y habíamos estado 3 o 4 semanas componiendo el disco, entonces cuando llegamos a Atlanta a trabajar con Brendan, fue una canción por día y después mezclábamos dos por día. Inclusive me pasó que muchas veces quería ir a hacer una toma de vuelta, por ejemplo de "Interstate Love Song", y Brendan me decía: "No, está bien". Y yo le respondía, "No, pero quiero hacerla de vuelta" (risas). Y bueno, una toma.
Pero imagino que sentían el peso de tener que hacer un segundo disco luego de cómo la crítica los dilapidó en el primero.
EK: Uf, claro que si. El segundo siempre es el más difícil, y en nuestro caso más porque el primero tuvo mucho éxito. Pero cuando terminamos de resolver temas como "Vasoline, "Interstate Love Song", sentimos que había algo muy bueno que nos estaba ocurriendo. Y desde ahí creció nuestra confianza en todo lo que hicimos. De hecho me acuerdo que las últimas mezclas las hicimos y de ahí volamos de vuelta a Los Ángeles. Me subí a un taxi en el aeropuerto y le pedí al chofer que pusiera el disco en el auto mientras viajábamos. Sonaron un par de canciones sin mucho alboroto, pero cuando llegó "Vasoline" lo veo al tipo sacudiendo de a poco la cabeza hacia adelante. Como no teníamos celulares entonces, llegué a casa y empecé a llamar a los gritos a todos, "¡‘Vasoline’ va a ser nuestro primer single! ¡Creanme lo que les digo!". Esa era toda la prueba que necesitaba.
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