Se presentan los domingos en la sala Carlos Carella, donde un repertorio encantador invita a tararear a toda la platea; la curiosa historia de esta pareja de artistas con el mismo apellido y unidos por más de una coincidencia
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Los caminos suelen deparar sorpresas, atravesar por lugares que inspiran y el cruce con personas que modifican los destinos. A los cantantes Carolina Gómez y a Marcelo Gómez les sucedió. El sitio fue el teatro Maipo y el productor Lino Patalano fue ese padrino que impulsó y marcó un rumbo.
En la sala de la calle Esmeralda primero compartieron el trabajo en las obras Sweeney Todd, con Julio Chávez y Karina K, y luego Master Class, protagonizada por Norma Aleandro. Allí germinó el vínculo con Patalano, quien les insistía con generar un proyecto compartido.
Claro que esta historia comenzó antes, porque los artistas, además, comparten la vida, acaso la consecuencia de una sucesión de causalidades y casualidades -empezando por el mismo apellido- que parecen un complot muy bien diseñado para unir sus existencias.
Hoy, el resumen de ese camino se conjuga en Sr. y Sra. Gómez, una comedia lírica, el precioso espectáculo que ofrecen cada domingo en la sala Carlos Carella, a pocas cuadras del Obelisco. “En una de las presentaciones que hacíamos, generalmente para el público de nuestro barrio, conocidos y familiares, vino a vernos mi hermano, quien fue el que definió nuestra propuesta como un stand up lírico”, comienza diciendo Carolina Gómez, buscando poner en palabras lo inusual de este concierto teatral de excelencia vocal y minado de anécdotas de la vida conyugal.
En el espectáculo, la pareja mientras va sacando sus trapitos al sol, deja boquiabierta a la platea con clásicos como el “Brindis” de La Traviata de Giuseppe Verdi o la famosa “aria de Fígaro” de El barbero de Sevilla, de Gioachino Rossini, que toda la platea tararea.
La primera vez que Lino Patalano vio el show de los Gómez fue en una celebración de su propio cumpleaños. A los pocos días del evento, el productor los convocó a una reunión para proponerles hacer algo en su espacio Castor y Pólux. “Era difícil explicarle eso que hacíamos”, sostiene Carolina.
Patalano les pidió una pasada del show para poder verlo completo, pero ellos se negaron y le pidieron hacer una función con público real. Los familiares, amigos y primeros seguidores llenaron el espacio para casi un centenar de personas y el productor entendió, de primera mano, el concepto del espectáculo, donde la música y el humor se dan la mano para desacralizar aquello que suele creerse vedado para un público masivo.
Lino Patalano y su mano derecha Elio Marchi se convirtieron en productores y padrinos, encontrando en ellos excelencia vocal y en su propuesta mucho de aquel café concert primigenio del que quien fuera el dueño del Maipo ha sido un impulsor. Con buen ojo, Elio Marchi quien los bautizó artísticamente, emulando al foráneo Mr. & Mrs. Smith.
La fórmula es muy curiosa. Los Gómez muestran sus escenas de la vida conyugal con mucho humor y con un repertorio lírico -clásico y pop-, hits del cine y el teatro musical y esas canzonetas napolitanas que saben todos. Sus voces maravillan, conmueven.
Desacralizar
“Hay un prejuicio que pesa sobre la música clásica, por eso nosotros queremos sacarle la formalidad para que llegue a todos”, sostiene Marcelo, mientras que Carolina recuerda que “más de una vez, al decir que cantamos ópera, nos preguntaban qué era; algo que no puede suceder y, justamente por eso, hay que salir a mostrar de qué se trata”. Tal es su compromiso en popularizar el género lírico que han ofrecido su arte en la calle o en plazas: “Queremos que un pibe que nos ve, por primera vez, pueda salir cantando ´Funiculi Funicula´”. Un hermoso desafío con mucho de inclusión. Los Gómez armaron comunidad con sus seguidores, quienes suelen acercarles videos donde se pueden ver a sus hijos cantando eso temas del acervo lírico del mundo. “Sembramos una semilla”, reconoce Carolina.
“No queremos imponer esta música, pero sí mostrarla. Que los chicos escuchen reggaetón, pero que también conozcan lo que nosotros hacemos”, sostienen. En tal sentido, de lunes a viernes, suelen recorrer las instituciones educativas con el proyecto, creado por ellos, Ópera en las escuelas. “Llevamos arias muy alegres o temas como el ´Bella Ciao´, para que los chicos puedan reconocer sus melodías”, explica Carolina. Ese tema, también forma parte del repertorio del espectáculo que ofrecen en la sala Carlos Carella y uno de los más festejados por el público. Cuando llega el turno de “Habanera”, no vuela una mosca en las escuelas ni en el teatro. “Por algo esta música sigue viva desde hace más de cuatrocientos años, tiene una belleza única que trasciende el tiempo y que no tiene que ver con este tiempo chato en el que vivimos, donde se impone el no sentir, porque nos quieren meter en un estado de ensueño”, reclama la dama.
La propuesta de Sr. y Sra. Gómez es tan particular que, en medio del “Nessun Dorma”, ellos pueden reclamarse mutuamente aquellas nimiedades que complican la convivencia. Él reconocerá que a su mujer le molestan los ruidos, por más insignificantes que sean, y ella criticará los gustos cinematográficos de su marido.
Vocaciones
El padre de Marcelo era camionero y su mamá, peluquera. Nacido y criado en Bernal, donde aún vive, ahora junto a Carolina, emigrada de Ramos Mejía. “Cuando era chico, en mi casa había un televisor de catorce pulgadas y no teníamos equipo de música, éramos una familia humilde”, explica el cantante, cuya vocación germinó fuera de las paredes de su hogar.
En 1989, fue un amigo de su padre quien les regaló un “minicomponente”, como se llamaban a los equipos que contaban con radio y reproductor de casetes y CDs. “No sabíamos qué era un compact disc”. Su padre, para darle utilidad al aparato, compró varios discos, entre ellos, uno grabado por Luciano Pavarotti: “No sé qué me pasó, pero ahí me enamoré de la música, a pesar que no entendía las letras”.
Luego llegaron las participaciones en el coro del colegio, mientras continuaba con su afición por el básquet, deporte que practicaba en un club ubicado a pocos metros de su casa. “En una fiesta de fin de año, llegó al club un coro de viejos que me deslumbró, al punto tal que le dije a mi mamá que me quería dedicar a cantar”. Marcelo cumplió, aunque recién estudió canto siendo adulto, cuando ingresó al Instituto del Teatro Colón. Autodidacta nato, es uno de los 106 integrantes del coro de nuestro primer coliseo.
Además, ha sido protagonista de Carmen, Turandot, I Pagliacci, Madama Butterfly y Cavalleria rusticana en los famosos ciclos del Teatro Avenida. “No es necesario ser culto para cantar, pero sí hay que entender la psicología de los personajes. A la música no la intelectualizo, sino que la siento en el cuerpo”, afirma el intérprete, que también estudió tres años de ingeniería electrónica en la UTN.
Carolina, en cambio, tuvo su vocación determinada desde más chica: “A los seis años pedí tocar el piano y también estudiar danza”. Reconoce que “llegó a puntas” en la técnica del baile, pero, en la adolescencia, tomó otro rumbo, “me distraje”, aunque esa “distracción” no la apartó del arte y, durante la secundaria, estudió teatro con el papá de un compañero, quien le decía “tenés pasta”. Su padre, gerente de una casa de electrodomésticos, y su madre, vendedora y cosmetóloga, la incentivaron.
Sin embargo, cuando tuvo que elegir una carrera universitaria se decidió por Ciencias Políticas, especialidad que cursó en la UBA durante tres años. “Estando en una parada de colectivos en Liniers vi un letrero que promocionaba clases de canto, me dije ´Si me aprendo el número de teléfono de memoria, voy´. Lo recordé, llamé y empecé a estudiar”.
La cantante, aunque de manera más amateur, nunca dejó de cantar. Incluso, cuando le tocó trabajar de camarera, lo hizo en un bar que solía llevar espectáculos, así que ese escenario fue su primera casa artística, afición que alternaba con el bandejeo. “No tuve que construir mi instrumento, es algo nato, aunque estudié para perfeccionarme, pero, la verdad es que no tenía demasiada conciencia de mis cualidades”.
Una tía escuchó un tema que había grabado en sus clases de canto y se sorprendió; cuando cantó en un bar de pool temas de Blacanblus le pedían bises; y en el casting para formar el grupo pop Bandana, quedó entre las cien finalistas. Era muy jovencita cuando incorporó un hit de Whitney Houston que no paraban de pedirle. De a poco, la universidad se transformó en un recuerdo.
Luego de cantar jazz en un bar de Ramos Mejía llamado Cucarachas Enojadas, llegó su primer musical de la mano de Pepe Cibrián, formando parte del ensamble de Las mil y una noches, durante la temporada porteña en el Teatro Ópera. “Estaba dentro del pequeño grupito que cobraba un cachet, no podía creer que me pagaran por hacer lo que me gustaba. Pepe Cibrián te abre puertas, le estoy muy agradecida, me tomó en una época donde no tenía ni polainas para ponerme”. Sus primeras polainas se las armó con las mangas de una polera vieja.
Más de una vez, la economía de Carolina flaqueó, pero jamás claudicó en su vocación: “Le encontré la vuelta, comencé a dar clases y comí arroz mucho tiempo, pero haciendo lo mío, se puede vivir del arte”, sostiene esta artista que forma parte del Coro Polifónico Nacional.
Coincidencias
La historia de los Gómez es bien particular. Hay que creer en el destino. O, al menos, intuirlo. Aunque ellos no lo sabían, más de una coincidencia los fue vinculando azarosamente. Sin saberlo, se seguían los pasos.
Acaso en ese mismo apellido que rubrica los documentos de ambos se encuentre algo del misterio de los caminos encontrados. Las familias Gómez veraneaban en San Bernardo y alquilaban sobre la calle Hernandarias, a una cuadra de distancia una de otra. De adolescentes se habrán cruzado más de una vez en la playa, sin notar la existencia uno del otro.
Las coincidencias no terminan ahí, ya que Neneca, una vecina de la infancia del padre de Carolina, que era oriunda de la ciudad de Goya, solía ser visitada por un sobrino. Ese sobrino no era otro que un tío de Marcelo.
Ya adultos, se empezaron a cruzar en audiciones. Se conocían del medio, pero no tenían mayor contacto hasta que ambos quedaron confirmados en el elenco del musical Sweeney Todd. “En esa experiencia no nos conectamos demasiado”, dice ella. Gracias a esa obra, pudieron audicionar para Master Class, otra de las producciones de Patalano. “En esa misma época, los dos entramos al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón”, dice Carolina, mientras que Marcelo es más enfático y afirma que “estábamos todo el día juntos”. Sin embargo, aún no se habían enamorado, aunque la carrera de cantante lírico les entreveró las agendas. Ambos estaban en pareja con convivencia, incluso Marcelo ya había sido padre.
Master Class, luego de la temporada en el Maipo, los llevó de gira por el país y por España. “Éramos muy amigos, pero todavía no pasaba nada, era una gran fraternidad fruto de la convivencia”, explica él. Las parejas mutuas se conocieron y la hija de Marcelo aún recuerda cuando se acercaba al camarín del Maipo para que Carolina la maquillara.
Cuando ambos se separaron, él se dio cuenta que su sentimiento hacia Carolina era mucho más que la amistad que genera el compañerismo laboral. “Tuve que trabajar mucho para conquistarla”, recuerda el cantante, mientras que su mujer se justifica con que “me tomó tiempo correr al amigo para darme cuenta que podía suceder otra cosa”.
Hace seis años que viven juntos y reconocen que compartir vida y trabajo no es tan fácil. “Compartimos tantas cosas laborales que, en los días libres, no compartimos nada. Él se va a pescar y a mí me gusta hacer tirolesa”. Marcelo reconoce que “también es bueno estar un tiempo solo”.
Antes de despedirse, Carolina recuerda aquella máxima de Pepe Cibrián, “la vocación no se elige, sino que te encuentra” y Marcelo sostiene que “el objetivo de la vida es saber darse cuenta quién se es y para hacer qué cosa uno está acá”. Ambos coinciden en que prefieren resignar bienestar a poder hacer los que les gusta, aunque, hace rato, ya encontraron esa tan difícil estabilidad económica del artista. “Hay que jugársela, no es suerte”, sentencia ella, con no poca razón.
Superaron prejuicios y la vocación compartida, a pesar de todo, es el gran denominador común que los une. Estaban destinados a unirse. Y con esa unión, hacer explorar los talentos. El espectáculo Sr. y Sra. Gómez, una comedia lírica es una de las perlas de la actual cartelera porteña. Un remanso excelso.
“Nos interesa sacarle formalidad a la música clásica y que sea accesible para todos”, finaliza esta pareja del sur del Conurbano que hizo del canto un estilo de vida y del matrimonio, una forma de hacer humor.
- Sr. y Sra. Gómez, los domingos, a las 20.30, en el Teatro Carlos Carella, Bartolomé Mitre 970. Entradas: 4500 pesos.
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