La artista recibió a LA NACION en la presentación de Natural y contó todos los detalles de su performance; cómo vivió la previa, quiénes la acompañaron en camarines, qué sintió arriba del escenario y cómo fue la experiencia gastronómica y el saludo con sus fans abajo del escenario
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“Ser artista es un trabajo como cualquier otro”, esboza Soledad Pastorutti arriba del escenario del teatro Coliseo. Tiene 42 años y desde su llamativa aparición junto a su hermana Natalia en el Festival de Cosquín, en 1996, su carrera no dejó de despegar. “¿Qué es lo que vendo? ¿Sueños, ilusiones? Creo que más bien amor y emociones”, reflexiona con los pies en el proscenio y la voz sobre el micrófono. Tal vez ser artista no sea tan diferente a otros oficios pero Sole -”La Sole”- no es como cualquier otro artista. Con un sello personal a prueba de todo, se anima a mutar y a emprender nuevos desafíos (desde protagonizar su propia película hasta convertirse en coach de La Voz Argentina). Cuando mira hacia atrás y toma conciencia de los 27 años de carrera, sonríe. La música es su piel, la única forma posible de concebirse en el mundo: “Es mi manera de vivir”. Entiende que nació bajo la estrella del artista y que cada paso que da la consagra cada vez más como una de las grandes referentes de la música popular.
Es la presentación de su disco número doce de estudio, Natural y Soledad recibe a LA NACION para conversar sobre el espíritu del nuevo álbum y el detrás de escena de sus shows. Envuelta en su raíz folklórica (luego de haber incursionado en otros géneros, como el pop y la cumbia) levanta el telón de una impronta renovada que la conduce hacia una propuesta teatral y festiva. “Me gusta jugar varias ligas pero esta es la que mas cómoda me queda”, resume.
Para Soledad, la previa del show es un momento sagrado. Es fácil imaginar la intimidad tras bambalinas. Arriba del escenario, rodeada de cientos de personas que se acercan a verla desde distintos rincones del país (y que ella define como “el público más fiel de Argentina”), Sole alcanza profundidad, cercanía y confianza. Su calidez contagia a los conocidos desconocidos y su música los abriga. Se vuelve refugio. Pero, para desplegar toda esa energía fraternal de sus conciertos, justo antes de fundirse en imágenes de flores y paisajes que van a envolver al público en las rutas del folklore, Sole se resguarda. Se prepara. “Creo que la previa del show se tiene que vivir en una tranquilidad total. La paso con mi familia y con toda la gente que me acompaña. Trabajamos y nos preparamos para el show sin histeria, sin que nadie venga a golpear la puerta cada cinco minutos”. Casada con Jeremías, su amigo de toda la vida, se convirtió en madre de Antonia y Regina y son ellos los que con calor de hogar la acompañan en camarines.
“Antes del show todo tiene que saberse. Me gusta que haya mucha paz en al previa. Tuve una hora de stretching, después me encuentro con mi fonoaudióloga y tengo una clase de canto para que la voz esté colocada”. Una vida entera de recitales no aploma la emoción de cada nueva presentación. “En mi camarín siempre hay mate. Y si es necesario un poquito de vino o un fernet con coca para subir al escenario envalentonada y nada más. Siempre trato de estar tranquila con buena música de fondo y dejando que todo fluya naturalmente”.
La puesta escénica de Natural se impone con magia. Hay proyecciones de imágenes, mapping, invitados especiales y tres cambios de vestuario. “Encontramos una estética musical, una manera de decir en la forma en que yo canto las canciones. Encontré canciones nuevas que suenan a clásicas y clásicas que son para todos los tiempos. Hay una sonoridad que a veces es difícil de lograr y se logró. Los instrumentos, la voz, el productor, las ganas, el espíritu del disco es muy completo y llega al alma cuando se plasma en un escenario. Con estos shows lo puedo comprobar y es maravilloso. No lo esperaba. Realmente no lo esperaba. Qué suerte que ocurra. Siento que es un disco que queda para las posteridad”. La puesta del show es digna de un musical más que de un simple concierto.
Con alma de bodegón y espíritu ranchero -casi como recibiendo a su público en su propia casa- una vez terminado el show, 200 personas acceden a una exclusiva experiencia gastronómica donde disfrutan de comidas regionales y tienen la oportunidad de charlar, brindar y sacarse fotos con La Sole. El clima es de fraternidad y confianza. Casi como si esos desconocidos fueran la mesa chica de la cantante. Y para ella, lo son.
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