"¡Esas nubes las mandó Macri!", gritaba Pulpul en medio del show, mientras Ska-P avanzaba con velocidad sobre un listado balanceado entre sus 25 años de carrera, bajo un cielo plomizo y cargado de refucilos que amenazaba con más. Ya habían pasado canciones como "Poder pal pueblo", "La estampida" y "Gato López", y esa celebración de ska-rock para bailar con los puños apretados estaba alcanzando su clímax. "¡Vamos, vamos que se larga de nuevo!", apuraba el cantante con el pañuelo verde de la campaña por el aborto legal, seguro y gratuito atado al cuello, pulsando por mantener la intensidad de esta catarsis colectiva.
El drama de la tormenta, que cayó durante una hora y media con viento y mucha pero mucha agua –se calcularon unos 40 milímetros en la zona- sobre las 16 mil personas que esperaban a Ska-P en el estacionamiento del Estadio Único de La Plata, solo le terminó dando un marco épico a este regreso con sabor a resurrección. Tras la salida de Pipi del grupo, el infarto sufrido por el baterista Luismi y los problemas auditivos de Pulpul, que padece de tinnitus y había tenido que dejar de tocar por miedo a perder la audición por completo ("Tengo que usar esta mierda, sino me quedo sordo", dijo Pulpul, visiblemente contrariado con el hecho de tener que ponerse los in ear para protegerse los tímpanos), el grupo parece estar inaugurando una nueva vida, en medio de un contexto político y social demasiado bien servido para seguir alimentando su reflejo siempre combativo.
Casi cinco años después de su último show en Argentina –en 2014, en el estadio de Ferro-, el largo y llamativo affaire de la banda vallecana con el público local volvía a entrar en combustión, antes de seguir rumbo a Córdoba para tocar en Cosquín Rock el domingo próximo. Mostrando solo algunos destellos de Game Over, su último disco editado en octubre pasado ("No lo volveré a hacer más", "Colores", "Cruz, oro y sangre"), Pulpul fue un maestro de ceremonias risueño que durante casi dos horas repasó todas las injusticias de este mundo: le dedicó "Solamente por pensar" a Santiago Maldonado ("gracias compañero por haber estado ahí..."), disparó contra la tauromaquia en "Vergüenza", mientras un torero se paseaba por el escenario antes de terminar con un puñado de banderillas clavadas en la espalda ("tranquilos, tranquilos, no sufre", bromeó el cantante); volvió a pedir por el uso libre de marihuana en "Cannabis"; y apuntó contra la Iglesia ("Crimen Solicitationis") y el imperialismo yankee ("Tío Sam"), todo un catálogo de grandes batallas que se intercalaron sin respiro, mientras el público suscribía con vehemencia, aportando cada tanto el ya clásico cántico en contra del presidente Mauricio Macri.
Sobre el final, el guitarrista Joxemi –también con un pañuelo verde en el cuello y vistiendo una remera de Korso Gomes, banda platense de ska-rock con la que colabora desde hace años-, le dedicó la canción "Mis colegas" a Juan Ledesma, baterista de Superuva asesinado a principios del año pasado en un bar de Quilmes. Después, los trabajadores de Madygraf, la gráfica transformada en cooperativa en 2014, se apropiaron del escenario para visibilizar su lucha y exigirle trabajo al Estado. "Obreros votando a la derecha, ¿qué esperaban? ¿No la vieron venir?", preguntó Pulpul con su voz gastada, antes de cerrar con "El vals del obrero", un canto de lucha que puso a la gente, todavía empapada, a gritar con fuerza "¡Si señor!, ¡si señor!, somos la revolución, viva la revolución...", como uno de esos deseos inalcanzables.
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