Sinónimo de jazz
Sin dejar de ser el mejor lugar donde escuchar jazz en Nueva York, el Village Vanguard se ha convertido en una zona sagrada similar a la senda peatonal de Abbey Road que cruzaron los Beatles, el destino obligado de peregrinos que llegan de todo el mundo, aunque sólo sea para contemplar la fachada con la que sueñan desde que la vieron en la tapa de un disco de John Coltrane.
El club musical más antiguo y respetado del mundo es apenas un sótano al que se desciende por una escalera muy empinada y en el que no caben más de ciento veinte personas, tan desproporcionado como el edificio de planta triangular que tiene encima, con dos gruesas columnas que impiden una visión completa del escenario.
Su fascinación tampoco la produce el servicio descortés, el exceso de terciopelo rojo en la decoración ni un mural que ha envejecido sin mejorar, sino saber que todos los grandes alguna vez tocaron ahí, una carga emocional que, sumada a la naturalidad con que se transmiten los sonidos, crea la sensación de estar rodeado de leyendas en el centro de un milagro acústico.
* * *
Aunque el Village Vanguard es sinónimo de jazz desde hace mucho tiempo, cuando Max Gordon lo inauguró en 1935 funcionaba como cualquier otro café-concert de barrio bohemio, con lectura de poemas, discusión de textos políticos, rutinas de humoristas judíos y canciones folklóricas. También presentaba números de jazz, pero el público prefería a Leadbelly, Josh White, Lenny Bruce, Harry Belafonte, Richard Dyer Bennett y las revistas en miniatura creadas por Betty Comden y Adolph Green.
El vuelco definitivo al jazz ocurrió en la segunda mitad de la década del cincuenta con Thelonious Monk, Miles Davis, Charlie Mingus, el Modern Jazz Quartet y demás genios activos entonces, pero Birdland, más amplio y mejor ubicado, siguió imbatible, hasta que los discos grabados en vivo en el Vanguard lo convirtieron en el club favorito, el espacio donde luego Dexter Gordon recuperó su puesto de saxofonista supremo, Art Pepper tocó por primera vez en Nueva York y Thad Jones y Mel Lewis eligieron como residencia de la última de las orquestas creativas, a pesar de que tantos ejecutantes no cabían en el tablado.
"A Night at the Village Vanguard", registrado parcialmente de día por Sonny Rollins a fines de 1957, fue el primero de la serie de superlativos álbumes con público que tomó fuerza en 1961, cuando con apenas cinco meses de diferencia se grabaron dos de las sesiones más queridas e inspiradoras que hayan aparecido en disco: en junio, lo que fue la última actuación del trío de Bill Evans con Paul Motian y Scott LaFaro, gran contrabajista muerto una semana después, y en noviembre, cuatro noches con el grupo de Coltrane, que incluía a Eric Dolphy, dos contrabajos y a Elvin Jones, que se turnaba con Roy Haynes en batería.
Ya son más de cien los títulos bendecidos con el rótulo "Live at the Village Vanguard", porque la muerte del anciano Max Gordon en 1989 no significó el fin del club ni la interrupción de las grabaciones. Desde entonces, su esposa, Lorraine, con experiencia en el trance de enviudar ilustres empresarios de jazz -había estado casada con Alfred Lion, el fundador del sello Blue Note-, ha continuado manejando negocios y contrataciones igual que lo hacía él, desde una oficina improvisada en la cocina, sin perder de vista la caja registradora ni aceptar números indignos de la tradición del lugar.
Es esa mujer, tan exigente y enérgica que Shirley Horn la llamaba "El Sargento", quien finalmente se acordó de la antigua deuda del Vanguard con los músicos argentinos, admitidos ocasionalmente como miembros de un grupo pero nunca liderando una banda propia más numerosa de lo acostumbrado, como ha ocurrido con Guillermo Klein.
Haber levantado una barrera que parecía infranqueable es lo que ha puesto en la historia a este pianista y compositor, nacido en Buenos Aires, pero formado y reconocido afuera por su música de fusión. Por eso, aunque luego de un fallido intento de volver ahora reside en Barcelona, su llegada al Village Vanguard es un logro que aquí significa mucho: la ilusión de que tres domingos atrás, al terminar su ciclo, Klein dejó abierta para sus amigos porteños la puerta de 178 Seventh Avenue South.