Sigur Rós debutó en Buenos Aires con un show cargado de sensibilidad
A 20 años de su primer disco, el debut de Sigur Rós en Argentina no sólo estuvo a la altura de las expectativas sino que también se hace un lugar entre los shows destacados de un 2017 con varias visitas internacionales de peso. Como acto principal del Sónar Buenos Aires , los islandeses redondearon 90 minutos de un post rock de alto impacto sonoro acompañado por una puesta en escena de visuales y luces deslumbrantes. La fragilidad de "Ekki Múkk" en el comienzo y la catarsis de agudos y ruido blanco de "Popplagið" en el final sirvieron como extremos para un set de 12 canciones. El trío liderado por Jonsi Birgisson propuso un viaje a veces etéreo y a veces turbulento, pero siempre en total dominio de las acciones.
Como ejemplo de esa travesía, la cambiante "Dauðalagið" (que en islandés significa "La canción de la muerte") es una suerte de resumen de todo lo que es capaz Sigur Rós: una rapsodia de más de 10 minutos que incluye soundscapes, una batería dilatada, pasajes cercanos al noise, un final a capella. En vivo, la ambientación aportó el complemento clave con luces turquesas, que formaban geometrías irregulares, sólo interrumpidas por los cuerpos de los músicos. Entre Radiohead y Mogwai, pero impregnados por la psicogeografía islandesa, el grupo demostró que toda la experimentación y la sensibilidad melódica plasmada en los discos tiene su correlato en vivo. "Eso estuvo hermoso", dijo Jonsi, en una de las pocas interacciones con el público cuando desde abajo del escenario se coreaba la melodía final de "Festival", casi como un eco inevitable. Los aplausos de un lado y del otro terminaron por reconocer que la espera valió la pena.
Conformado desde su génesis en Barcelona allá por 1994 como un festival boutique de música electrónica y experimental, el Sónar se caracteriza por presentar una curaduría ecléctica y con un alto grado de refinación. En su nueva edición local, las ofertas que pasaron por los tres escenarios reflejaron el espíritu de las grillas de la franquicia. El impecable set de Gilles Peterson, con un asombroso dominio del groove que le permitió pasar del dub al drum n bass y de ahí al world beat sin despeinarse; la propuesta por momentos impenetrable del alemán Pantha Du Prince que se movio entre el dark ambient y el microhouse; o el trap bailable y desfachatado del español C Tangana fueron algunas muestras del nivel artístico que se puede encontrar en los márgenes del mainstream. Por el lado de los artistas argentinos, Melero explotó su costado cancionero acompañado de una banda bien amigada con el synth pop y Zuker se dio el lujo de remixar a Sumo y a Mercedes Sosa, para que la localía sea bien explícita.