Se viene el adiós amigos de Black Sabbath
Mientras la banda liderada por Ozzy Osbourne escribe su último capítulo, nosotros repasamos todos los anteriores; el sábado tocarán en Vélez
A fines de la década del sesenta, mientras la contracultura hippie pregonaba pacifismo y amor libre, un par de músicos ingleses decidió que tenían que mostrarle al mundo la otra cara de los tiempos que les había tocado vivir. Desde el mismísimo corazón de Birmingham, una de las ciudades clave de la Revolución Industrial (y por ende también de la explotación laboral y del desempleo en pos de las tareas realizadas por maquinaria), Ozzy Osbourne, Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward dieron forma a Black Sabbath , algo que, sin saberlo, se convertiría en la piedra angular del heavy metal, y que casi cincuenta años después de su formación, pasará por Córdoba y Buenos Aires para despedirse por siempre de su público. En el medio, una historia de ascensos, caídas, intentos de mantenerse en pie y un regreso triunfal a modo de canto de cisne (negro, claro).
La historia del grupo comenzó en 1968, cuando sus cuatro miembros fundadores se juntaron para formar Earth, un grupo de blues rock con el que nunca pudieron llegar a buen puerto. Después de que el guitarrista Iommi se alejase para probar suerte en Jethro Tull y regresase desencantado del rock progresivo al poco tiempo, decidieron rebautizar su proyecto inspirándose en un afiche de “Black Sabbath”, una película de terror protagonizada por Boris Karloff que decoraba su sala de ensayo. El nuevo nombre también sirvió para titular a la primera canción del cuarteto, un tema decorado con sonidos de truenos, campanadas de una iglesia y un riff pesado y cadencioso que explotaba el tritono, un intervalo armónico que en los cantos medievales fue prohibido por su disonancia y una supuesta implicación demoníaca. Si el Verano del Amor quería invitar a todos a vivir en un mundo caleidoscópico, Black Sabbath apuntaba a abrir las puertas de un mundo en tinieblas.
Con el éxito de su primer single, la banda tomó impulso para expandir las directrices de su mundo privado en el estudio. Su debut homónimo se grabó en vivo en dos días en 1969, y pocos meses después hicieron lo propio con Paranoid, su segundo opus. Detrás de una carcasa pesada y marchante, Sabbath despotricaba contra los males de su época: la codicia, la guerra, corrupción política y los abusos de sustancias de los que sus propios integrantes eran parte. Una muestra de ello es “Iron Man”, en el que la guitarra de Iommi suena como una bestia metálica a paso lento sobre una tierra devastada, y con una letra escrita por Butler en la que Osbourne cuenta cómo un hombre viaja al futuro, ve el apocalipsis, se convierte en un hombre de hierro al volver al presente para advertir a la humanidad, pero tras recibir sólo burlas, opta por destruir a todo lo que se le cruce por su camino.
El derrotero del grupo continuó pisando fuerte con los álbumes siguientes, Master of Reality y Volume 4, pero de a poco los problemas comenzaron a aparecer, principalmente vinculados al consumo de drogas, como lo demuestra la poco sutil metáfora de “Snowblind” (cegados por la nieve). El ritmo se mantuvo firme en Sabbath Bloody Sabbath y Sabotage, pero ya a la altura de Technical Ecstasy y Never Say Die! las cosas se habían vuelto tan insostenibles que Iommi se vio obligado a despedir a Osbourne por su adicción a la cocaína. Lo que siguió a continuación fue una saga de discos con altibajos, y el puesto de cantante convertido en una puerta giratoria por la que a lo largo de década y media pasaron el ex Rainbow Ronnie James Dio, Ian Gillan (Deep Purple), Glenn Hughes y Tony Marin. La rotación constante no fue terreno exclusivo de los vocalistas: en todo ese tiempo, Iommi fue el único miembro estable de la banda, y esa afición al cambio constante se reflejó en discos desparejos que poco y nada tenían que ver con ese sonido intenso y ralentizado de sus primeros álbumes.
De ahí en más, la formación original (o parte de ella) tuvo varios intentos de reunión que duraron poco más que alguna gira y la grabación de algún tema nuevo para un compilado, siempre supeditados a la agenda de Osbourne, convertido en estrella por su carrera solista primero y por la mediatización de las miserias de su familia en un reality para MTV luego. Todo parecía indicar que esa sería la dinámica ad eternum de Sabbath, hasta que en 2013 ocurrió lo que para entonces parecía imposible. Bajo la tutela del productor Rick Rubin, la banda pergeñó 13, un álbum que, lejos de sonar a una excusa para volver a los escenarios, mostró a un grupo entrado en años a la altura de su propio pasado. Con una serie de acusaciones cruzadas con el resto de sus compañeros, el baterista Bill Ward no fue de la partida y su lugar en el estudio lo ocupó Brad Wilk, de Rage Against the Machine. El álbum fue también la excusa para que Black Sabbath pisase por primera vez Buenos Aires en octubre de ese año, con un show histórico en el Estadio Único de La Plata.
Ahora, a 47 años de su álbum debut, Black Sabbath se embarcó en una gira que deja las cosas en claro desde su nombre: The End. Quienes no hayan ido al Orfeo Superdomo, en Córdoba, o quienes no vayan el sábado a Vélez, se perderán la chance de acompañar la despedida de un grupo cuya influencia puede rastrearse a lo largo de generaciones y ramificaciones del heavy metal, desde Metallica, iron Maiden, Pantera y Queens of the Stone Age, a los bastiones más pesados de la generación X como Smashing Pumpkins, Rage Against the Machine y Soundgarden. De este lado del Atlántico, difícilmente hubieran existido V8, Riff, Hermética, Los Natas o Poseidótica de no ser por su música. En definitiva, una larga lista de herederos de un legado que hacen necesario asistir a lo que será sin dudas una misa negra.
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