Scott Henderson: “Desafortunadamente, todavía la mayoría de los músicos son hombres”
El prestigioso guitarrista de jazz, blues y fusión voló a Buenos Aires apenas se abrió la posibilidad de salir a tocar; ofrecerá, desde esta noche, cuatro funciones acompañado por músicos locales
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El guitarrista Scott Henderson es un pasajero frecuente de los vuelos a la Argentina. Desde mediados de la década del noventa, son habituales su actuaciones en nuestro país, con las bandas que suele tocar o, incluso, con socios eventuales de Buenos Aires, que lo acompañan en sus presentaciones por estas pampas. Apenas la situación sanitaria lo permitió, volvió a trepar a un avión rumbo al Sur, para conciertos en Buenos Aires (jueves y viernes, en doble función cada día, a las 20 y a las 22.30), en el nuevo local Bebop de Uriarte 1658, en el Barrio de Palermo.–
Henderson nació en West Palm Beach pero en su juventud se mudó a Los Ángeles porque sabía que desde allí podría proyectar su carrera. Participó en proyectos de Joe Zawinul, Chick Corea, Jean Luc Ponty y Jeff Berlin, pero su personalidad lo llevó a transitar un camino propio, al frente de sus formaciones o en sociedades –siempre instrumentales, siempre en la música de fusión, el jazz y el blues–, como Tribal Tech (que fundó con Gary Willis) y Vital Tech Tunes (con Victor Wooten y Steve Smith). Por aquí se lo ha visto generalmente en formato de trío. Ha tocado con el baterista Dennis Chambers y el bajista Jeff Berlin. En sus últimos shows lo hizo con los locales Alejandro Herrera (bajo) y Fernando Martínez (batería) y esta vez repetirá esa fórmula.
Días antes de los cuatro conciertos conversó con LA NACION sobre los efectos de la pandemia en su trabajo musical, su mirada (siempre exigente) de la escena musical actual y del amplio alumnado que cosechó desde el comienzo del encierro. A los 67, las canas no le quitaron su clásico cabello enrulado ni sus opiniones filosas.
–Más allá de la pausa que el virus le impuso a la actividad musical, ¿hubo algo positivo: componer, grabar, enseñar?
–No grabé pero compuse música para mi próximo disco. Fueron siete o quizás ocho meses de trabajo. O sea que para mi fue un gran logro. Practiqué mucho, especialmente tocando música nueva. Y di muchas clases privadas de música. Llegué a tener unos ciento veinte estudiantes desde el comienzo de la pandemia. Y, sinceramente, le digo que me encanta tocar, pero no me gusta viajar. Nunca me gustó viajar ni las esperas en los aeropuertos. O sea que esto fue como tomarme vacaciones del tiempo de andar en la ruta. Extraño tocar, pero no extraño los viajes, por decirlo de otro modo.
–Sorprende la cantidad de estudiantes que tuvo durante la pandemia. ¿Qué encuentra en las nuevas generaciones de alumnos?
–No mucho.
–Uh.
–[Se ríe antes de continuar su respuesta]. Por supuesto que hay gente muy buena. Pero creo que muchos otros no ponen la atención en la composición o en el fraseo. Simplemente quieren tocar rápido.
–¿Sabe el motivo?
–Realmente no. Quizá la música se ha convertido en algo más atlético, algo que va más allá de los músicos más jóvenes. Pero también tengo muy buenos alumnos, que practican de la manera correcta, que intenta ser melódicos, que intentan contar una historia cuando tocan. Creo que el resto, que es muy joven, solo intenta ser como sus héroes.
– ¿Recuerda cuantas veces vino a la Argentina?
–No sé cuantas exactamente. Quizá unas veinte.
–¿Hay públicos más afectuosos que otros para la música que interpreta?
–La gente en América del Sur, en general, es muy cálida. Pero creo que eso depende mucho del lugar en donde se toque. No es lo mismo un teatro que un club de jazz. La situación en un teatro es la de gente que está sentada cómoda, relajada. Es una situación confortable. En un club de música la gente se sienta en torno a los demás, bebe algo. Es más de fiesta el clima. La atmósfera es esa. Creo que es un poco es mejor que la del teatro. Es más vívida.
–¿El club de jazz es su lugar en el mundo al momento de tocar?
–Sí. Aunque lo ideal es tocar en ese lugar donde la audiencia de hombres y mujeres es bien mezclada. Cuando la audiencia es mayoritariamente masculina, todo es más calmo. Se observa más de lo que se aplaude. A veces puede parecer que estoy dando una clínica musical. Desgraciadamente, todavía la mayoría de los músicos son hombres [larga una carcajada].
–Y quiénes los acompañaron en su última visitan y lo harán en ésta también son hombres. Háblenos de Alejandro Herrera y Fernando Martínez.
–Lo importante de tocar con nuevos músicos o con músicos diferentes a los que uno esta acostumbrado no es de donde provengan sino del lenguaje universal que se utilice y de que manejen esos standards que hemos tocado miles de veces. Si hablamos con un vocabulario común, el problema no es de donde sean los músicos, de Asia o Sudamérica. Todos conocemos las mismas canciones y eso facilita la comunicación.
–¿Qué es lo más importante para un músico, el manejo del lenguaje o alcanzar su propio sonido?
–Creo que el sonido es muy importante sobre todo si querés ser conocido, especialmente como líder de una banda. Pero también es importante en el rol de acompañante. Siempre será mejor tu personalidad a que suenes igual que alguien más. Pero también es importante el lugar, cuando saber apoyar al resto. Creo, por ejemplo, que algunos bajistas exageran momentos en lo que, en realidad, tienen que sostener el groove. Tocan demasiado. Por eso algunos no me gustan. El buen músico es aquel que sabe cuándo tiene que tocar mucho y cuando no debe hacerlo. Y eso es lo que determina qué tan divertido puede ser tocar con alguien. Yo soy afortunado de tocar con músicos que tienen ese conocimiento.
–¿Cuáles fueron sus desafíos cuando tenía 20 años y ahora?
–A los 20 el desafío era tocar el instrumento. Aprender diferentes estilos. Ahora es cómo contar una buena historia y comunicarme con el resto de los músicos.
–¿Y la clave es tratar de ser un músico para gente común, no para músicos?
–La verdad que mi audiencia está conformada principalmente por músicos. Así son las cosas. Si yo tocara música pop seguramente sería diferente, pero la clase de música que toco atrae a los músicos. Conocen el lenguaje. Entonces solo pienso en que me encanta lo que hago y se que muchos aprecian eso.
–¿Todavía hay evoluciones posibles en lenguajes musicales centenarios como el tango o el jazz?
–Creo que sí. Y de diferentes maneras, desde los arreglos, desde la improvisación. Y la vara sigue subiendo el nivel con grandes intérpretes. No digo que suceda todos los días, pero aparecen músicos cada diez años que cambian la manera cómo se venían haciendo ciertas cosas.
–¿Alguno lo ha sorprendido últimamente?
–No, pero eso no significa que no vaya a suceder la semana que viene o el año que viene. Alguien totalmente desconocido por mí. Porque no escucho todo.
–Volviendo a su sonido... Usted tiene una guitarra especialmente diseñada. Más allá de que no es apta para daltónicos por el delgado límite entre el verde y el celeste, es una stratocaster signature de Suhr de edición limitada. Y muy vintage ¿Por qué tan clásica?
–Pero ahora traje una anaranjada. Es una strat inspirada en los sesenta, con el mismo puente que Hendrix usaba, por ejemplo. Básicamente es como aquella que él tocaba, con la principal diferencia que tiene micrófonos con mayor supresión de ruidos. Porque en los circuitos entran estaciones de radio. Es sólo eso, un sistema más moderno. Y la elección es porque es el sonido que reconocemos de tantos discos. De Hendrix y Jeff Beck a Ritchie Blackmore. Quizá nuestros vocabularios hayan cambiado, pero no aquellas maravillosas canciones.
–¿Para donde se va la stratocaster anaranjada luego de estos shows en Buenos Aires?
–Al sur de California, con mi banda, donde tenemos unos shows hasta enero. Y luego un tour en marzo, en Europa. Pero la idea es hacer música nueva. Espero poder grabar mi disco, también, no más allá de enero de 2023.
–¿Ya tiene nombre?
–Sí, pero no se los puedo decir. Prefiero que sea una sorpresa.
Un nuevo espacio
Con la pandemia, el local porteño de jazz Bebop se mudó de sala, a Uriarte 1658. Las restricciones por el coronavirus hicieron que tuviera una buena temporada en la terraza del restaurante Aldo’s de la calle Arévalo. Pero con los cuatro shows de Scott Henderson quedará pre inaugurada una sala específicamente destinada para la música. La inauguración formal será el 16 de diciembre con la orquesta de Mariano Loiácono. A partir de enero (seguramente el dato sirva para los amantes del jazz que pasen el calor en Buenos Aires) habrá espectáculos de martes a domingo (algunos días con dobles o triples funciones, por un total de 48 conciertos en el mes.
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