Schoenberg, clásico del siglo XX
A 50 años de la muerte del compositor vienés, su música cuenta con notables intérpretes
La perspectiva histórica que brindan los 50 años de la muerte de Arnold Schoenberg (falleció el 13 de julio de 1951, en Los Angeles) permite comprobar que el revolucionario compositor vienés es ya un clásico del siglo XX.
Y si bien es cierto que la cantidad de discos con su breve pero imprescindible obra (poco más de medio centenar) editados por la industria discográfica está lejos de alcanzar las cifras de Beethoven o Bach, la calidad de las interpretaciones está asegurada gracias al notable y variado grupo de músicos que se han interesado por ella.
Existen en el mercado grabaciones de artistas tan geniales como disímiles: los pianistas Glenn Gould, Maurizio Pollini y Daniel Barenboim; los directores de orquesta Pierre Boulez, Herbert von Karajan, o Kent Nagano, las filarmónicas de Berlín, de Viena y de Nueva York, o la Sinfónica de Chicago; los cuartetos Arditti, Alban Berg y las cantantes Jessie Norman, Christine Schaeffer, entre otros.
Entrada en el siglo XX
La mejor forma de empezar a conocer el corpus musical del compositor más influyente de la primera mitad del siglo XX (junto con Igor Stravinski) es seguirlo en su propio recorrido cronológico.
Sus obras tempranas son el "eslabón perdido" entre el Schoenberg atonal y el romanticismo, y por eso son la mejor puerta de entrada. "Noche transfigurada", tanto en su versión original para sexteto de cuerdas como para orquesta de cámara, es la más clara al respecto: allí se escucha el origen vienés de Schoenberg, influido tanto por Mahler como por Brahms y Wagner, en el uso intensivo y expresivo del cromatismo. De esta obra hay muy buenas versiones en discos que la presentan con otras piezas de este período, como los "Gurrelieder" o "Erwartung". Las más taquilleras son las de la Orpheus Chamber Orchestra, la reciente de Esa-Pekka Salonen y solistas de la Filarmónica de Los Angeles y -¿cuando no?- la de Karajan con la Filarmónica de Berlín.
Del período tonal tampoco debería faltar en una discoteca básica la Sinfonía de Cámara opus 9 (1907), con su segundo tema que lleva al límite las contradicciones del sistema tonal. El adiós a la tonalidad se encuentra en el expresivo Segundo Cuarteto de Cuerdas, más precisamente en su último movimiento, que incluye a una soprano y que tiene como versión de referencia el Cuarteto Arditti, junto con Dawn Upshaw (en un CD con la integral de cuartetos, editado por Naive).
Sintiéndose parte de la tradición vienesa, tanto para Schoenberg como para sus discípulos Alban Berg y Anton Webern el salto al vacío atonal tuvo consecuencias estéticas: "En aquella época, mis discípulos y yo no entendíamos las razones por las cuales las obras se caracterizaban por su extrema brevedad y concentración expresiva. Más tarde descubrí que nuestro sentido de la forma obró apropiadamente al obligarnos a equilibrar la emotividad extremada con la extraordinaria brevedad".
Como ocurrirá a lo largo de su vida, son las obras para piano las que marcan hitos en el desarrollo estético del compositor. Aquí son las "Tres piezas", opus 11, y las "Seis piezas", opus 19, las que mejor definen este período aforístico e implosivo. Las opciones (para toda la obra pianística en general) son tres: una más "jazzera" a cargo de Glenn Gould -¡con canturreo incluido!- (Sony); una más ligada al romanticismo, por Daniel Barenboim (Teldec), y la más completa e inteligente, la de Maurizio Pollini (Deutsche Grammophon).
"Pierrot Lunaire" es de por sí una obra clásica del siglo XX para una soprano que deber hacer sprechgesang ( el cantado-hablado ideado por el compositor) y un grupo de cámara. Estrenada en 1912, estas nocturnales y expresionistas canciones, con su atmósfera de cabaret berlinés, tienen una versión reciente e insuperable: la de Pierre Boulez (garantía de calidad para todo lo vinculado a la interpretación de la música de la corriente conocida como Escuela de Viena) con Christine Schaeffer y solistas. De esta época también son clave las bellas y visionarias Cinco piezas para orquesta, opus 16, en particular la número tres, "Farben" (Colores), en la que la versión de Boulez es también la referencia.
Entre 1920 y 1923 Schoenberg -al fin y al cabo, un músico de profunda raigambre cultural centroeuropea- se dedicó a ponerle orden a la angustia atonal, con la creación del método de composición con 12 sonidos, con "la sola relación de uno con otro". Las piezas para piano opus 23, la Suite opus 25 y las Variaciones para orquesta opus 30 marcan la puesta en obra de esta etapa conocida como dodecafónica. Y también muestran la búsqueda de anclaje con la historia a través de la utilización de formas musicales del pasado. Cantatas, conciertos, obras corales y una ópera pueblan esta última etapa comenzada en Europa y terminada -exilio forzado mediante- en Estados Unidos.
Del final del hoy clásico compositor europeo, son imprescindibles y testimoniales "Un sobreviviente de Varsovia", el trío opus 43, que escribió a los pocos días de escaparle a la muerte gracias a una inyección directa en el corazón, y "Paz en la Tierra", obra coral.
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