El músico de La Plata cruza rock, folklore y cumbia con la colaboración de invitados ilustres como Vicentico, Daniel Melingo y Jorge Serrano
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Siempre la realidad se antepone a los planes. Como todos, salvo quizás los conspiradores profesionales y de oficio dedicados a elucubrar especulaciones ominosas, Santiago Motorizado no imaginaba que una pandemia iba a poner en pausa la carrera en notorio ascenso de El Mató a un Policía Motorizado -un nuevo disco en ciernes en cuya elaboración se podía haber empezado a trabajar, shows en Argentina, América Latina y Europa suspendidos-. Tampoco que Bruno Stagnaro iba a proponerle rehacer la banda sonora de Okupas, la gran serie estrenada en octubre de 2000, cuando la Argentina una vez más tenía todos los boletos comprados para irse al descenso, y que ahora reapareció retocada en Netflix.
Esos dos hechos fortuitos e inesperados -uno problemático, el otro feliz y, al margen del azar, también resultado lógico de la capacidad para generar empatía de la banda que lidera- cambiaron por completo algunas ideas alrededor de las cuales Santiago venía trabajando. Entre ellas la de un disco solista que reuniría las canciones que más usualmente toca en vivo en su faceta solista. Temas como “El gomoso”, “Hamilton” o “Amor en el cine”, que ya eran pequeños hits entre el creciente grupo de seguidores de su aventura musical en solitario y no aparecen en el primer disco firmado por Santiago Motorizado.
Este debut, en cambio, viene con diecinueve tracks que fueron cocinados con Okupas en mente y quedó diseñado como una carta de presentación diferente: un repertorio heterogéneo que incluye cumbia, folklore, power pop y hasta algún experimento transformado en homenaje explícito a unos héroes entrañables y casi secretos del dance punk y el funk minimalista (“Liquid Liquid”), con una lista de invitados sobria y elegante: las voces de Vicentico, Daniel Melingo, Jorge Serrano, Ani Cartolano de Las Ligas Menores y Nina Suárez Bléfari, Nico Landa (guitarra), Tomás Carnelli (guitarra), Alejandro Tula (bombo legüero), Javier Acevedo (acordeón), Sergio Rotman (saxo), Javier Macías (percusiones en las cumbias), Guillermo Ruiz Díaz (baterista del El Mató) y hasta dos familiares: papá Felipe y Facundo, uno de los hermanos de Santiago, que se sumaron a los coros del emotivo tema “Un día no vas a estar”.
Canciones sobre una casa, cuatro amigos y un perro”, el álbum que fue entonces hijo de una serie de circunstancias difíciles de prever hace no tanto tiempo, ya está en plataformas de streaming y será presentado en vivo con un show a toda orquesta en el Teatro Coliseo, el 29 de octubre. Una apuesta fuerte para la que no faltará respaldo de amigos: Santiago intentará que la mayor parte de los que lo acompañaron en el disco suban a escena. Para que sea una celebración completa.
En el dialecto de El Mató, hace rato que concierto es sinónimo de celebración. Así lo entiende y lo comunica la banda, así lo asumen y disfrutan sus fans. En este caso se trata de una fiesta especial. El nombre del disco y la hermosa portada que creó Santiago aluden de forma directa a la historia de la serie para la cual trabajó componiendo música a lo largo de casi dos años y también develan el interés del autor por la dinámica y los rituales de la amistad, un valor que siempre ha cuidado y que está en primer plano en estas canciones. Esa será la energía rectora en la esperada noche del Coliseo.
-Para tu primer disco solista tenías unas cuantas canciones que venías trabajando desde hace años pero al final terminaron saliendo otras mucho más nuevas. ¿Qué pasará con esos temas que solías tocar en vivo hasta que la pandemia obligó a parar todo?
-Las de este disco efectivamente son todas canciones hechas en 2020, durante el proceso de musicalización de Okupas. Fueron surgiendo de acuerdo a lo que pedía cada escena. Bruno Stagnaro, el director de la serie, tuvo que cambiar la música original y entonces me pidió usar canciones de El Mató en siete escenas concretas. No me pidió que las volvamos a grabar, esa fue una idea nuestra. Después me contó que tenía que hacer reemplazos de música en otras cuarenta y cinco escenas, entonces les propuse componer especialmente para esa necesidad. Me apoyé en la música original que tenían, intenté mantener el mismo espíritu en cada caso. La heterogeneidad del disco tiene que ver con la heterogeneidad de la banda sonora original de Okupas. Hay rock, folklore, cumbia y después cosas muy puntuales: música electrónica para una escena en un boliche, alguna salsa para la previa de la noche en ese boliche, una canción de Sandro para un pasaje en un kiosco, un tango… Hasta hicimos un cover de “Libros Sapienciales”, de Vox Dei, que quedó afuera.
-Y con respecto a las canciones que solés tocar en vivo...
-Primero se filtraron en YouTube. Están las versiones de las maquetas, con guitarra y voz. Yo las tenía en la computadora, se las pasaba a algunos amigos y al final alguien las recopiló, no sé bien cómo, y las subió. No me gustó mucho porque la idea era grabarlas bien, pero igual se generó algo con esos temas medio desnudos que estuvo bueno. Entonces los empecé a grabar en Romaphonic, en diciembre de 2016, en un hueco que se hizo en la actividad de El Mató. Un mes más tarde me fui con la banda a grabar La síntesis O’Konor a Estados Unidos.
-¿Qué significó ese disco para la banda?
-Cambió la vida del grupo, todo se volvió muy intenso, no hubo espacio para continuar con mi disco solista. Después llegó la pandemia y pensé que era un buen momento para retomarlo, pero me puse a escuchar lo que había grabado y no me convenció. No era un problema con las canciones, sino con la forma en la que había encarado la producción. Decidí volver a grabarlas, pero apareció lo de Okupas, que tuvo la prioridad durante casi un año. Y en febrero de este año finalmente grabé de cero esos temas con Pipe (107 Faunos) y Tom (Bestia Bebé). En realidad grabamos las baterías, los bajos y algunas guitarras acústicas. Son veinticinco canciones, más o menos. Pero ahora estoy enfocado en el disco de Okupas. Espero que no pase mucho tiempo para editar ese material que quedó a medio terminar, pero tampoco tengo tanto apuro. No lo voy a encarar hasta que vuelva a conectar con esos temas. Son los riesgos de dejar proyectos por la mitad...
¿Cómo se hace para lograr un estilo y un sonido propios con un repertorio nacido por encargo y tan diverso en términos genéricos?
-Las canciones que todavía no edité ya tenían un sonido porque las toqué mucho en vivo. Lo que me interesa es hacer un recorrido diferente al que hago con El Mató. Obviamente, hay puntos de contacto porque soy el compositor de los dos proyectos. Pero también hay diferencias: las letras que hago como solista tienen más humor, y la música no tiene la misma impronta que la de El Mató.
-Solés cambiar bastante de acompañantes en esos conciertos como solista. ¿Eso no dificulta la elaboración de un sonido?
-Puede conspirar un poco, sí. Pero me divierte ir rotando a los amigos que dan una mano. Todos tienen otros proyectos, así que es difícil comprometerlos más. Me gusta que alguien vaya a dos shows diferentes y pueda ver versiones distintas de las mismas canciones. No estoy obsesionado con encontrar “un sonido”. Aquello que me hizo ruido cuando escuché la primera grabación de mis canciones solistas tiene que ver con la producción. Grabamos todos juntos, como si fuera una sesión en vivo, y no me gustaba mucho mi guitarra, sobre todo. Ahora queremos hacer una grabación más de laboratorio, con cada instrumento por separado.
El Mató a un Policía Motorizado estuvo en stand by un buen tiempo, pero ya se prepara para encender motores de nuevo. La banda acaba de editar Unas vacaciones raras, las siete reversiones de los temas que eligió Bruno Stagnaro para Okupas más un inédito hecho especialmente para la serie, titulado “La otra ciudad”. Aunque no hay nada confirmado, es probable que haya un show en Buenos Aires antes de fin de año. “Queremos volver a tocar en condiciones parecidas a las habituales antes de la pandemia: que la gente pueda bailar, moverse, sin burbujas, cintas ni sillas- explica Santiago-. La experiencia de El Mató en vivo no funciona así. Teníamos la posibilidad de esperar, un lujo que no todas las bandas argentinas pueden darse, y ahora de a poco estamos programando fechas para el año que viene en Uruguay, Chile, México, el Primavera Sound en España. Tenemos también invitaciones para Colombia y Estados Unidos”.
-Ya tienen algunos bosquejos de canciones nuevas para el próximo disco. La síntesis O’Konor, como decías antes, fue una bisagra en la carrera de la banda. ¿Cómo será lo que se viene?
-Seguramente la base será el sonido que dejó La síntesis O’Konor. Después, en la recorrida con la banda, cuando trabajamos las canciones, pasa lo que pasa. Es cuestión de juntarnos y ver las ideas que trae cada uno. Esa parte del trabajo es muy divertida y siempre estamos abiertos a que pase cualquier cosa. Eso quedó muy claro con el último disco: hay momentos musicales que son radicalmente diferentes a lo que veníamos haciendo.
-Tus letras suelen apoyarse en la intimidad. Sin embargo a vos te interesa la política, lo que normalmente llamamos “la realidad”. ¿Por qué todo eso aparece poco en tus canciones?
-Me interesa la realidad, pero lo que me parece difícil es reflejarlo bien en las canciones. Quiero decir: hablar de eso y transformarlo en arte. En la vida cotidiana no me resulta difícil hablar de política, al contrario, me apasiona. Pero transformarlo en poesía me resulta complicado por ahora. Eso sale o no sale, no puedo forzarlo. Está bien explorar para ver qué pasa, pero hasta un punto, ¿no? Tenés que transmitir naturalidad, frescura... Igualmente, aunque no aparezcan explícitos, esos sentidos están. Hace un tiempo me escribió la madre de una chica que escucha a El Mató para contarme que su hija pensaba que una canción, “La noche eterna”, hablaba de algo específico. Me puso contento porque hasta dónde sé era la única persona que lo entendió así y no estaba equivocada. Pero es un asunto que no me preocupa mucho. Sí me parece importante dejar siempre un espacio para que el receptor ponga su propia experiencia en juego cuando escucha la canción. Eso sí es fundamental para mí.
-No tenés una actividad tan intensa como otros colegas, pero usás redes sociales. ¿Cómo lo vas manejando? Hoy decir algo ambiguo o que se preste para más de una interpretación puede provocar un pequeño escándalo.
-Les presto bastante atención a las redes sociales. El Mató tiene una community manager, pero como estuvimos mucho tiempo sin tocar, yo me metí un poco más para subir alguna foto vieja, para hacer cosas destinadas a mantener vivas esas vías de comunicación con los demás. Son un mal necesario, al fin y al cabo. Yo viví las dos etapas como músico: el mundo previo a la aparición de las redes sociales, cuando íbamos a pegar afiches con engrudo en la noche platense, una actividad divertida pero bastante trabajosa, y ahora este mundo súper virtual en el que podés comunicar todo desde tu casa. Para organizarte y promocionar fechas, es mejor y más cómodo. Pero claro que tengo muy presente todo el lado B de las redes sociales, toda la basura que generan. ¿Cómo te rebelás contra algo tan omnipresente? Rebelarse sería vivir offline. En ese caso tratar de que tu música llegue a más gente sería como tirar una botella al mar. Pero sí es cierto que me deprimen mucho algunas cosas que pasan en las redes sociales. El día que cierren Twitter voy a hacer una fiesta.
-¿Estás atento a las discusiones que hay en torno al alcance de estas nuevas tecnologías entonces?
-Sí, me interesa lo que está pasando con Facebook, con todas las cosas que se empiezan a discutir, con cierto delay para mi gusto, pero mejor tarde que nunca. Vamos a ver si se regula, si cambia algo. Está bueno que exista la discusión. Estamos en un momento crítico porque es un fenómeno muy poderoso que hay que desarticular antes de que sea demasiado tarde. Lo más deprimente en el caso de los artistas es que desde el que empezó hoy con la música hasta Justin Bieber, un consagrado que es número uno en Spotify, todos hacen las mismas cosas, la misma operación de filmar el desayuno, el almuerzo, el paseo, la cena. Se sigue a rajatabla la lógica de un algoritmo elemental, es como una especie de dictadura. Un músico tuvo siempre sus canciones y lo que estaba alrededor de ellas. Eso es lo que importaba. Hoy es todo un gran lugar común digital.
-Hablemos de alguien que hizo lo mejor de su carrera cuando todo esto de lo que hablás no existía. Cumple 70 años, es una buena oportunidad para decir algo sobre Charly García.
-Charly es un grande de la música argentina, sobre todo porque tuvo siempre una propuesta que llegó y llega a mucha gente, pero manteniendo un gran cuidado artístico y conceptual, algo muy puro y a la vez muy de vanguardia. Charly respetó mucho ese camino y a la vez sonó un montón en la radio, es un artista muy popular. Casos así son cada vez menos frecuentes y suelen reconocerse con retraso. En el presente se celebra el hit, lo más fácil. Además de la gran música de sus discos icónicos de los años 80, las declaraciones que hizo y su particular forma de ser también rompieron los moldes. Eso es muy inspirador, se extrañan los artistas así.
-Siempre hay que tener cuidado con las trampas de la nostalgia, de todos maneras. Hoy se hace buena música también, ¿o no?
-Creo que muchas de las cosas más geniales que suceden dependen demasiado de que un equipo de productores esté trabajando antes de grabar un disco para dejar todo bien ajustado. Salen cosas brillantes, claro, pero parece haber quedado atrás la época en la que el propio músico era el encargado de su obra. Era un proceso más común que el músico buscara diferenciarse, hacer sus pequeños movimientos de vanguardia, innovar, ir en busca de lo diferente, sin que haya cinco productores metiendo mano. Y Charly representa muy bien esa época que yo al menos añoro.
-Más ídolos: ya eras fan de Diego Maradona, ¿pero qué te pasó con su paso por Gimnasia, el club del que sos hincha?
-Fue una experiencia que obviamente le sumó mucho a lo que ya sentía por Diego. El primer Mundial que vi con conciencia fue el del 94, con toda la épica del regreso. Fue como una película de Spielberg. Hay algo de esa potencia de Maradona como personaje que te marca. Que haya ido a Gimnasia fue un plus. Y su muerte temprana también fue un plus para aferrarse a ese cariño. No solo murió Maradona, sino un fútbol que era más amateur, menos robótico que el de hoy. Es verdad que ahora se juega a un nivel superior por la precisión en velocidad que tienen los futbolistas, pero yo extraño otras cosas del fútbol que también le daban belleza, gracia, diversión.
-Como futbolista encontraste un compañero aplicado como Vicentico. Al margen de lo que viven y comparten en la cancha cuando juegan, ¿hablan del oficio de la música?
-Yo me siento muy identificado con la manera en la que él vive la música: con mucha pasión, pero relajado. Eso también es inspirador para mí. Saber que hay alguien que se maneja así por más que esté en otro plano, porque Vicentico es muy famoso, muy reconocido internacionalmente, y eso es más complejo de llevar, repercute mucho en tu día a día. El rock argentino ha sido siempre muy solemne. Y él le escapa a eso. Ya lo notaba cuando escuchaba sus entrevistas, o cuando leía su poesía. Conocerlo me confirmó eso. Es alguien que sabe reírse de sí mismo y no por indolente, todo lo contrario: es una persona que ama la música con una gran intensidad pero que logra vivirlo sin solemnidad. La solemnidad es un peligro, puede destruir todo.
-Con matices, Vicentico, Ricardo Mollo, el Indio Solari han mantenido a lo largo de sus carreras una relación controlada con la prensa. ¿Los ves como buenos ejemplos para seguir?
-Vicentico, Mollo y el Indio tienen la ventaja de no necesitar mucho de la prensa. Y también son artistas que crecieron en otro contexto que el mío. Hoy hay muchos más medios que hace unos años. Muchísimos más. Sobre todo con imagen. A mí me perturba la radio audiovisual. No me gusta que haya cámaras en una radio, le quita la magia al medio. Nosotros hicimos pocas cosas en televisión, y fue una elección pensada. Esquivamos esos lugares todo lo que pudimos porque no nos copa mucho ese mundo. Me acuerdo de que la primera vez que hicimos una gira en México tuvimos que hacer una rueda de prensa interminable. Estuve por llorar del cansancio que me produjo. Es angustiante tener que repetir lo mismo durante todo un día. Terminé con una falta de energía en el pecho tremenda. Casi invento un sentimiento nuevo: llorar por dar entrevistas (risas). Hace años las cosas eran muy distintas: hacías los dos diarios principales, un par de radios y listo. Algunos de estos artistas de los que estamos hablando eligieron no hacer ni siquiera eso y les funcionó. Es algo para tener en cuenta, en todo caso.
-Hace unos años, siguiendo con las apelaciones al pasado, si alguien llegaba a la Argentina y preguntaba por una banda nueva, diferente, era altamente probable que aparezca en la conversación El Mató a un Policía Motorizado. Hoy ya están en otro lugar, acumularon años de carrera, crecieron en convocatoria, fueron nominados para premios que otorga la industria. ¿Vos te sentís cómodo en ese lugar?
-Es algo inevitable. Sucede que las bandas tienen un punto específico, un momento preciso en el que son novedosas, de vanguardia, un secreto a voces que está emergiendo y a punto de generar una explosión, digamos. Bueno, ese momento dura muy poco. Dura muy poco para cualquiera, ¿eh? Después el recorrido es otro. Todas las etapas están buenas. Y es conveniente tener presente que hay que ir a ver a las bandas cuando están arrancando, cuando tocan en lugares pequeños, cuando escuchás un comentario de alguien que dice que hay que ver algo porque está bueno. Ese es un momento único de una banda. En las últimas celebraciones de El Mató estuvo lleno de gente, mucho más que en aquellos momentos de ebullición loca y mágica de hace unos años. Yo lo disfruto más ahora, pero eso es algo muy personal. Sí nos corresponde estar con el cerebro y la energía puestos en ese lugar de vanguardia como objetivo. Posiblemente ya no generes esa emoción relacionada con el misterio y la magia del momento de la explosión, pero sí podés proponerte como artista estar atento, generar pequeñas revoluciones dentro de tu obra. Un buen ejemplo de eso es Babasónicos, que tuvo su momento mágico ya lejano, el momento en el que aparecieron en escena, después hubo una época de popularidad muy potente y ahora, más allá de que ya son un clásico del rock nacional, siguen en constante búsqueda de renovarse. Eso le da mucho aire a un proyecto artístico. Es la actitud que debés tener con tu obra. Ese momento mágico del que hablo no les sucede necesariamente a todos los artistas, pero no importa. Siempre están las canciones que hiciste. La potencia que pueden tener, más allá del prestigio y el reconocimiento que acumulen.
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