En tono retrospectivo, la cantante celebró los 40 años del disco Hagamos el amor y prepara un festejo para el mismo aniversario que, en 2024, cumple su histórico Soy lo que soy; la estirpe musical de su familia, la actuación y su opinión sobre el DNU de Javier Milei
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Con 22 discos publicados, Sandra Mihanovich puede darse el lujo de celebrar las cuatro décadas de aquellas producciones que grabó a principios de los ochenta, cuando era una cantante en ascenso y antes de llegar a un lugar de prestigio en la escena musical argentina. En una extensa charla con LA NACION, “rebobina el casete” y viaja hacia aquellos años. En 1983 publicó Hagamos el amor, título un poco osado cuando todavía la censura hacía de las suyas y aún no había asumido Raúl Alfonsín.
Una temporada más tarde lanzó Soy lo que soy y seguramente 2024 sea el año para volver sobre las canciones de aquel emblemático disco. Algo está tramando, pero todavía no lo tiene definido. De Hagamos el amor hizo un flashback de canciones que reversionó para conciertos como el teatro Ópera, meses atrás. Quizás haya quedado como un disco bisagra, entre el éxito de Puerto Pollensa y Soy lo que soy, pero su valor no es menor. Allí grabó canciones de Alejandro Lerner, temas con aires de música ciudadana, la “Milonga de un soldado” (el poema de Borges sobre Malvinas), un auténtico Marilina Ross (”Quereme tengo frío”), una canción bien rockera (”Liberock”) y hasta un tema de su tío Sergio, integrante de esa generación de artistas del clan Mihanovich que recibía en las tertulias musicales del sótano de la casa familiar a figuras de la música mundial como Friedrich Gulda, Jim Hall y Ella Fitzgerald.
Sandra no siguió el camino periodístico de su madre Mónica Cahen D’Anvers, ni la arquitectura de su padre Iván; Sandra prolongó la música que sonaba en el sótano creado por su abuelo. En ese lugar, a finales de los setenta se ensayó Aquí no podemos hacerlo, musical de Pepe Cibrián Campoy. El sótano también se convirtió en sala de ensayo de Sandra, cuando comenzaba a demostrar que tenía el mejor oído para elegir canciones e interpretarlas con su voz. Realmente lo tenía y eso quedó plasmado en esos álbumes de la primera mitad de la década del ochenta.
“Creo que Hagamos el amor es un disco que tiene características particulares. ¡Tantas cosas importantes cumplieron cuarenta años! Empezando por la democracia, que fue tan deseada, ansiada, buscada y esperada. Mi primera votación fue en esas elecciones. Era una época fuerte. Y venía de Puerto Pollensa, algo que fue muy popular. Ya lo era mientras lo grababa porque eran canciones que cantaba en vivo y empezaron a dar forma a mi identidad como cantante. Muchas de Lerner, algunas de mi hermano [”Vane”, Iván Mihanovich]. Tuve la fortuna de grabar alguna de esas antes que sus autores. Eran las canciones de Sandra, aunque yo no las hubiera escrito: “Mil veces lloro”,”Es la vida que me alcanza”, “Me contaron que bajo el asfalto”, “Puerto Pollensa”. Todo eso es del disco del 82. Y el 2 de octubre de aquel año hice dos funciones en el Estadio Obras. Pasé de un Shams de 200 personas a un Obras de 5000; no hubo paso intermedio. En el 83 pensamos qué grabar. Sentí el peso del predecesor. Y apareció “Hagamos el amor”, pero como Sadaic no permitía dos canciones con el mismo título, la canción se llamó “Como el padre sol”.
-¿No fue por censura?
-Que yo sepa no. Además, si hubiera sido por eso, no se habría permitido que ese fuera el título del disco.
-El tema rockero del disco es “Liberock”. Cantado hoy tiene el mismo significado, aunque la libertad que se pregona en esta nueva etapa de Argentina tiene una connotación diferente. ¿Es así?
-Ahora evidentemente significa otras cosas. La libertad del libertario pasa por otro lado. La de aquella época pasaba por poder pensar, sentir, decir y hacer lo que quisieras. Lo libertario es una cuestión de mercado. Libertad y libertario no es lo mismo. Al menos para mí, no sé para ellos. No opino sobre mercado porque no tengo idea. Mi única manera de ganarme la vida fue cantando y a través del tiempo hemos surfeado las olas como todos los argentinos, tratando de mantener el valor de nuestro dinero, y nada más. Lo de ganar plata con plata no me sale.
¿Qué opinás del DNU?
-Confieso que no lo he leído y entiendo que para que funcione debe pasar por el Congreso. Por eso tengo esperanza que el Congreso lo pode, lo limpie. Mi sentimiento es que tenemos un extraordinario país donde la premisa desde los inicios ha sido la abundancia y hay un tema que siempre nos ha costad-o mucho que es la austeridad. No tenemos un concepto de austeridad en ningún rubro de nuestra vida. Para nosotros todo tiene que ser abundante. Y para que la cosa sea abundante también hay que ser austero. El concepto de austeridad me parece interesante, sano, saludable. Nos viene bien aprender un poco a achicar, a acomodar. Y si bien nuestra democracia tiene 40 años, sigue teniendo que aprender, mejorar, purgarse. Tiene que ser el verdadero camino para lo que los argentinos queremos. No me gusta ser alarmista y decir que se viene el apocalipsis ni estoy del lado de los que dicen que esta es la salvación. No creo que sea ninguna de las dos cosas. Creo que hay un camino medio y hay que empezar a pensar un poco. Somos muy emocionales con lo que amamos y lo que odiamos. Es como pertenecer a un equipo de fútbol. Yo me puedo permitir decir: “¡Soy bostera, aguante boquita carajo!”. Pero no con respecto a lo que tiene que ver con mi crecimiento como persona social. La emoción juega, pero usemos la cabeza. Siempre somos todo o nada y eso no es saludable ni inteligente. Y creo que hemos dado pruebas de que en la Argentina hay personas inteligentes. Espero que el DNU sea purgado. Que quede lo que tenga que quedar y que sea lo mejor. Y que la gente no se maneje por amor, odio o revancha. Porque siento que no respetamos la opinión del otro. Podemos no estar de acuerdo y no ser enemigos.
-Volvamos a la libertad como era entendida en tu canción...
-Siempre me gustó cantar canciones que hablaran de eso. De la libertad de elegir. Y las canciones de Hagamos el amor van para ese lado. Y, también, esto lo puedo decir hoy pero no lo hacía en aquella época, para mí era importante que las canciones de amor no tuvieran una identidad de género. Ese “hoy que somos dos y hacemos Dios”. No es los dos ni las dos. Eso permite que sean quienes sean. Chico y chica, chico y chico, chica y chica. Para mí eso era una premisa. Era algo que buscaba. Nunca se lo iba a decir a un periodista. Jamás en la vida.
-Igualmente, fuiste inteligente o astuta para expresar todo eso, en una década del ochenta con mucho desenfado por un lado y bastante hostilidad por otro. No en vano se te ve como baluarte de cuestiones de género o sexualidad. ¿Cuál fue la clave? ¿Lo pensaste?
-En principio siempre elegí las canciones que quería cantar en base a lo que me provocaban, a la emoción o la empatía que tuviera. Para que a vos te pasara algo tenía que pasarme primero a mí. Con el tiempo fui encontrando lo que sentía y eso que verbalmente no iba a decir pero podía decirlo en una canción. Es bello poder decir con música las cosas que a uno le pasan. Tienen otra forma de expresión, otra catarsis y otra llegada. Son abrepuertas, por algo nos acompañan toda la vida. Todos tenemos una playlist. Cuando uno es adolescente quiere la libertad a ultranza. Y siente que lo está reprimiendo pase lo que pase, aun en la más plena democracia. El adolescente se siente reprimido por sus padres o profesores. Y creo que el gran hallazgo fue que las canciones me fueron acompañando. Fui diciendo, en la medida que fui encontrando y me fui animando. Además, a lo mejor tuve una actitud consecuente con lo que iba diciendo. Tuve perfil bajo. No soy abanderada de la lucha LGBT. En general no lo he sido, pero cantaba “Soy lo que soy”. Entonces, para mi cantar era bandera suficiente. Por eso no sentía que tenía que hacer declaraciones. No necesito más que escuches la canción. Eso me hacía sentir tranquila y relajada. No recuerdo ahora si mandé a la mierda a un periodista que a toda costa quería que le dijera cuál era mi sexualidad, o me puse a llorar y me fui a la mierda. Porque a nadie se le puede obligar a decir lo que no quiere decir y porque para mi la canción era suficiente.
-Cuesta aprender, ¿no? Habrás tenido que soportar más de estas cosas.
-Sí. Pero, en general, me sentí bien tratada. Indudablemente habría una cuestión hereditaria, de cariño hacia mi madre, alguien querido y respetado dentro del medio como profesional. Y eso hacía que también me quisieran a mi. Ahora lo digo siempre: encontrar lo que decir con las canciones fue un golazo enorme. Una bendición.
-Hablame del gesto de la chica de la tapa del disco...
-Cuando uno mira con perspectiva encuentra otra mirada. Veo una chica un tanto irreverente, caprichosa. Estaba en un lugar de popularidad sin saber lo que estaba pasando. Rarísimo. La gran explosión fue en el 82. Empecé a tener mucho trabajo, a vender muchos discos. Por un lado me parecía algo normal o natural, por otro tal vez alimentó mi ego y era una cancherita insoportable.
-No te imagino cancherita insoportable ¿Te recordás así?
-Tanto como eso no. Siempre me sentí una laburante, respetuosa, educada. Pero sin duda me habrá movido el piso un estadio con 5000 personas. Si bien fui con mi pollera de bambula blanca y la misma estructura que tenía, tiene que haberme movido el piso. Y creo que todo cambió con el disco Soy lo que soy. Porque era una canción que había escuchado en una discoteca y se salía de mi camino de baladas. En este año que pasó, lo divertido de volver a tocar Hagamos el amor fue aggiornar los arreglos y que fueran tocados por una banda de chicos de treinta y pico. Actualmente somos la banda de mi sobrina [Sol], que nació en el 82, más mi hermano [Vane] y yo que somos los “viejos chotos”. Tuvo un buen power en el Teatro Ópera. Lo va a dar TN Fest y va a estar en YouTube.
-¿Y qué pasó con Soy lo que soy?
-Es mi disco más esquizofrénico. Porque conviven dos arregladores bien diferentes: Angel Mahler y Leo Sujatovich. Vamos a ver cómo lo hacemos en este 2024. Todavía no sé como lo vamos a hacer.
-¿Sentiste a principios de los ochenta que las cosas te pasaban antes de que las soñaras?
-Sí, y sin que me diera cuenta. En Soy lo que soy busqué un camino diferente. Lo que siempre tuve presente fue la sensación de lo que tenía que tener la canción para poder cantarla y se generara la magia de la primera vez. Trato de buscar el sentimiento original y fresco. Hay que buscar el lugar original para cantarle al amor, que es algo tan trillado.
-Si venías de una familia donde había músicos y por el famoso sótano de la casa de tu abuelo Mihanovich pasaron grandes figuras internacionales, ¿qué tanto te pudo haber sucedido sobre la marcha y que tanto fue buscado?
-Y es todo verdad lo del sótano, aunque mucho pasó en la década del cincuenta, antes de que yo naciera. Mi abuelo murió meses antes de mi nacimiento. Alcanzó a estar en el casamiento de mi mamá y de mi papá. Después de que yo naciera hubo reuniones de los Mihanovich y amigos. Había gente muy genial y bohemia. El tio Rául y el tío Sergio tocaban el piano. Y yo soy la mayor de la siguiente generación, así que la música era algo inherente. En el sótano ensayamos Aquí no podemos hacerlo y ese lugar fue mi sala de ensayo. Ahí tocábamos con Lerner. A él lo conocí en esa obra y después empezó a tocar conmigo. Cuando terminé el secundario cantar era lo lógico, lo que me permitía salir de la timidez. Cuando cantaba estaba todo bien.
-¿Y la actuación?
-Sí, estuve “un rato” en el Conservatorio. El gran responsable de la actuación fue Alejandro Doria. Me vio en el programa de Andrés Percivale y me dijo: “Con esa cara tenés que ser actriz”. Yo cantaba en un bolichito y me fue a buscar para un programa de Canal 9 que él dirigía.
-¿Cara de qué vio?
-No sé. Mi primer personaje era el de una chica que estaba casada con Alberto Argibay. El tenía 50 y yo 20. Pero estaba pensado así. Y la chica cantaba. Volví a la actuación recién cuando Adrián Suar me llamó para hacer Vulnerables. Después hice comedia musical y entendí que actuar era jugar a ser otra persona y me relajé mucho.
-Y cantar, ¿qué es?
-Expresar un sentimiento a voz en cuello. La vida pasa por la música para mí. Los que nos dedicamos a esto tenemos esa enorme bendición. Es como un río o como el mar para el capitán de barco. Es un lugar feliz, de aprendizaje, de historia, de futuro, de ganas y miedos.
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