Luego de tres años de trabajo, la cantante y compositora catalana estrenó su tercer disco; por qué va camino a ser uno de los discos del año
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Rosalía. Álbum: Motomami. Canciones: ”Saoko”, “Candy”, “La fama”, “Bulerías”. “Chicken Teriyaki”, “Hentia”, Bizcochito”, “G3 N15″, “Motomami”, “Diablo”, “Delirio de grandeza”, “CUUUUuuuuuute”,”Como una G”, “Abcefg, “La combi de Versace”, “Sakura”. Edición: Sony Music. Nuestra opinión: muy bueno.
Esa región del género urbano que se ubica entre las aguas del reggaeton y el trap a veces ejerce una fuerza centrífuga similar al Maelström. Pero no son la misma cosa. El famoso remolino de agua noruego es fuente de inspiración literaria; en cambio, la corriente trituradora musical es capaz de provocar una fuerza inversa que devolverá a la superficie aquello que se lleva. Aunque no será lo mismo. Mucho de lo que sale de allí pierde, quizás exagerando un poco, su singularidad. Cualquiera que escuche “Candy”, tema del nuevo disco de la cantante española Rosalía, podrá pensar que es muy parecido a tantos otros que se reproducen de a millones en plataformas digitales “traperas”. Sí que lo es. Sin embargo, esto puede ser solo una pista falsa porque apenas cuando suenen los temas siguientes, se comprobará que Rosalía es de las valientes que se han acercado casi temerariamente a ese maelström de la industria musical pero, al menos hasta ahora, ha sabido sortear sus trampas. Y, una vez más (por tercera vez en su corta carrera artística), ha logrado concebir un gran álbum, ese que llamó Motomami.
Digámoslo así: “Candy” es solo un señuelo, la riqueza de esta talentosa artista catalana viene después. Apenas un rato después, -cuando aquellos desprevenidos hayan mordido el anzuelo de esa música masificada que se multiplica de manera exponencial, casi sin matices-, Rosalía demostrará que los últimos tres años de trabajo que le ha llevado crear Motomami no han sido en vano. Porque este álbum es, ante todo, un trabajo artístico, sin pretensiones conceptuales como lo fue su disco anterior, El mal querer, pero con un puñado de canciones que funcionan como columna vertebral que es ese todo llamado Rosalía, en este momento que le toca vivir. Hay músicos que piensan que los álbumes son fotografías sonoras de un momento de sus vidas. Este es, definitivamente, uno de esos casos.
Olvidemos ya el señuelo porque en el trabajo hay joyas como “Bulerías” y “G3N15” (Genís es a quien le dedica la canción, el hijo de su hermana Pilar Vila Tobela, conocida como Daikyri). El álbum está atravesado por vivencias o proyecciones; reflexiones y cuestiones de familia muy presentes. De hecho, es la voz de su abuela que entre el catalán y el castellano le deja un mensaje: “Buenos días, amor mío. Me gusta pensar que en lo más difícil siempre ayuda muchísimo tener una referencia a Dios. Siempre es la familia, en primer lugar. No, en primer lugar diría que siempre es Dios y después la familia. La familia es tan importante. Llevas un camino que es un poco complicado. Cuando lo miro pienso: ¡Qué complicado es el mundo en el que se ha metido Rosalía! Pero bueno, si eres feliz, yo también soy feliz”, se escucha.
A estas alturas de la historia de la música es difícil encontrar a alguien que, realmente, invente algo. El valor está en saber usar artísticamente lo que existe disponible, aquello que hay en stock. Rosalía sabe armar bellos collages: viajes sonoros que, es cierto, pueden ser resultado de dejar que una canción se asiente (o no, pero eso da la posibilidad de volver sobre ella para seguir puliéndola), más que del apuro por la exigencia de una compañía discográfica que pide entregar singles en tiempo y forma.
Por momentos hay en Motomami una especie de aventura que (no por conocida deja de ser aventura) parece el recorrido aleatorio del mundo de una plataforma de música o de YouTube. Y hay una fuerte cuota de referencias a oriente. En temas como “Hentai” o “CUUUUuuuuuute” aparece esa especie de ejercicio de música concreta de estos tiempos (si acaso en estos tiempos podemos incluir dentro de ese espectro “concreto” a la estética sonora del videojuego).
Rosalía piensa en su relación con “La fama” en ritmo de bachata, y lo hace en el segundo track, junto a The Weeknd. Y al rato se obsesiona con lo mismo en “Diablo”, pero esta vez con una exacerbación de ese “voice coder” que sobrevuela su disco y que es un designio trapero de la década pasada. Pasea por Nueva York y da su muy particular versión en “Chicken Teriyaki”. Se erotiza con “Hentai”, en esa referencia al manga porno. Se pone oriental entre los sonidos de “Motomami” y los cerezos de “Sakura”. También tiene tiempo para el bolero, en “Delirio de grandeza”, y para sacar a pasear la rusticidad del vibrato de su garganta, ese que la hace única.
Un toque industrial (a la manera de El Choque Urbano) tendrá la estética de “CUUUUuuuuuute”, y la canción de amor “Como un G” será un tema de desamor (digamos, mejor, desencuentro) porque a esta “Gangsta” la encuentra con las defensas un poco bajas. Y “G3N15″, por supuesto, es la gran joya de Motomami. Lo es por la manera como está producido y en las manos prodigiosas de Cory Henry sobre un órgano Hammond. Lo es porque Rosalía le habla a un niño pero, en realidad, se habla a si misma. Esta canción quizá sea el núcleo de todo el álbum (aunque esto no signifique que haya sido la primera que compuso para este trabajo ni la que se haya convertido en el eje y, a la vez, horizonte del proyecto). “G3N15″ es lo que Rosalía se perdió en los últimos años y aquello que conoció y quizás preferiría no haber conocido, si viajara en el tiempo y se metiera en la piel de un niño o una niña de diez años. Una pista absolutamente brillante que es la luz que guía a los espectadores por este gran varieté de situaciones en 16 tracks.
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