El cantautor, que acaba de publicar el álbum Mar de la tranquilidad, repasa su carrera en diálogo con LA NACION; La Joven Guardia, el exilio y el suceso en España y su otra pasión: los aviones
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“Hombre, me impresiona decir que tengo 70 años porque me siento de 20”, dice Roque Narvaja. Esto es por si a alguien se le ha ocurrido pensar que el cambio de década bien valía un auto regalo. Algo así como un nuevo disco. Pues bien, cumplió 70, el nuevo disco está en plataformas digitales y se llama Mar de la tranquilidad, pero no hay una conexión especial entre estos dos hechos.
Su nuevo álbum es muy Roque Narvaja, muy de guitarra y de esa voz que en más de cincuenta años llevó consigo éxitos que van de “El extraño del pelo largo” y “La reina de la canción” (popularizados por La Joven Guardia, banda que integró a finales de los sesenta) a clásicos como “Menta y limón”, “Santa Lucía” o “Yo quería ser mayor”, entre muchos otros.
“Hago cosas de gente de veinte – asegura-. Claro que al ver a la humanidad como un todo, hay algo cíclico. Aparentemente vamos hacia adelante en cierta modernidad, pero creo que hacemos lo mismo con otros nombres. Un día me dice mi padre, que era profesor de Historia, en una de esas situaciones a las que nuestro país nos tiene acostumbrados: ‘Después de la anarquía viene la tiranía o el gobierno de los pueblos, pero siempre hay en la historia al menos un breve pasaje por un momento de tiranía’. Y no deja de sorprenderme la realidad, que ha superado a la ficción”, arremete.
-¿En qué lugar podemos ubicar a este disco que habla del paso del tiempo, la fe, las relaciones de pareja, el contexto social y político?
-Son todas sensaciones que cuando aparecen, a veces dan para una canción. Y quizá haya una unidad, pero no es provocado por mi. Un azar ordena pensamientos, las emociones y las canciones. No es algo que yo planifique. “La esposa de Lot” por ejemplo, es una canción muy antigua. Tiene muchos años. Siempre estuvo guardada porque no la terminaba de escuchar de una manera que me gustara. La reescribí hace poco y me dieron ganas de grabarla. Habla de una experiencia mía. En general parto de experiencias propias y luego novelo, si se puede decir que novelo. Habla de una estadía larga en una ciudad cansada de sí misma, Málaga, donde yo trabajaba en un boliche. Cantaba por las noches. Y ahí conocí a cierta chica que describo. Pero más allá del hecho histórico lo importante es la pintura que quise hacer de ese momento, donde intento rescatar una atmósfera, un ambiente de mi vida y contar una historia en los pocos minutos de una canción. Esa canción de melodía y arreglos, que es lo que me gusta hacer, hijo como soy del pop-rock de los setenta.
-Por qué se impone para titular el disco el nombre de la canción “Mar de la tranquilidad”.
-Eso también es aleatorio. Es una manera de decir: se fue a la luna, se fue lejos, a un lugar donde posiblemente descanse. Es aquella historia de amor de verano en la que se soñaban cosas y con el paso de los años se ve que nada de aquello volverá. Pero rescato algo. Hago revivir eso. Descubrí sin querer que había estado enamorado, y fui también víctima de la flecha de cupido. Viví una cosa muy hermosa en circunstancias muy dramáticas.
-¿Hay conexión de esta mirada al pasado con otros temas, como “Una foto de papel”?
-No, esa es una historia muy íntima y sencilla, que habla de una chica que fue fan mía y luego se convirtió en mi mujer. La cuento porque se convirtió en una canción muy bella para mí y para mi mujer. Es una historia real filmada por un director de cine, que es el videoclip que ahora se ve. Creo que llevé al paroxismo la relación con una fan. Para los que hacemos música ligera es muy importante el papel del admirador. Sobre todo en aquellos años en los que yo era joven y existía ese fenómeno de fans, cercano a la histeria.
-¿Cómo fueron esos años de La Joven Guardia y del éxito de canciones como “La reina de la canción” o “El extraño del pelo largo?
-Fue prácticamente de un día para el otro. Volvimos de trabajar en Mar del Plata en el verano del 69 y teníamos una fama muy grande. Conciertos, aviones privados, películas. Teníamos que ser protegidos cuando íbamos a tocar a algunos lugares. Fuimos unos de los primeros en llevar al interior del país un sonido estridente, con muchos equipos, con desparpajo y rebeldía innata en la manera de tocar y hacer las cosas. Eso no se había visto acá. Fuimos pioneros, tuvimos esa responsabilidad y también fuimos víctimas de la falta de tecnología y de posibilidades. En los ochenta también tuve un éxito muy grande en la Argentina y en España [recién regresó a vivir a nuestro país a finales de esa década]. Una vez tuve que hacer una salida de un show por los techos. Una cosa muy cinematográfica. Esas cosas pasan sobre todo porque no están previstas.
-¿Y qué pasó que a los pocos años de éxito de La Joven Guardia terminaste en plan solista haciendo discos como Octubre (mes de cambios) virado a la canción de autor, con otro contenido?
-La Joven Guardia tuvo un éxito muy grande. Fue una explosión que se consumió a sí misma en tres años. En 1972 estábamos hartos de nosotros mismos. Esas cosas pasan. Éramos muy chicos, además. Tuvimos experiencias muy fuertes, yo era un adolescente, prácticamente. Y la familia, por suerte, estuvo detrás. Sobre todo para explicar cosas que no entendíamos. Siempre digo que si ganás Wimbledon a los 18 años, después se hace difícil, porque los torneos siguen. La Joven Guardia tenía un estilo muy concreto, defendido a capa y espada por la compañía RCA, que era dueña de la banda. Y para mí se había acabado. Yo había empezado a escribir otro tipo de material. Era un momento de mucha politización en la Argentina. Acordate que en 1969 fue el Cordobazo. Y había una preocupación importante. La gente entendió que había que tener otra manera de gobernarse que no fuera con gobiernos militares. En mi caso, me pareció anacrónico estudiar en el colegio educación democrática y no tener democracia casi nunca. Eran muy cortitas y vigiladas. En aquellos años, gracias a amigos que tenían llegada a libros que no había leído o a conversaciones que se daban en el ámbito universitario, a mi me abrieron los ojos sobre muchas cosas. Y digamos que Octubre... es el producto de todo eso, pero tiene letras muy inocentes, muy naif, contadas por un adolescente enojado. No es la obra de un intelectual que ha decidido cantar canciones de testimonio o de barricada, que ya las había y muchas. Yo las escuchaba en mi casa. Yo escuchaba a (Daniel) Viglietti, Quilapayún, los Beatles, (Ástor) Piazzolla y Milton Nascimento. Así era para nosotros. Y España. Claramente lo expone gente como Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel o Patxi Andión. Eran muy fuertes sus testimonios y el manejo del castellano. La capacidad de los músicos que tenían atrás y escribían los arreglos. Lo viví cuando me bajaba con La Joven Guardia del escenario, en un carnaval en el estadio de San Lorenzo, y detrás subía Serrat, para cantar esas cosas. Las vi, las viví. Todo eso gestó un mix que fue Octubre.
-Más allá de que te pueda sonar naif a la distancia, por ese disco y por los que vinieron después te tuviste que ir del país, apenas comenzada la última dictadura militar ¿Fueron presiones directas?
-En esos casos era más institucional. Yo había empezado una serie de discos. Octubre, con rock y música del altiplano; Primavera para un valle de lágrimas, donde adopto un estilo más pampeano. En Chimango voy a candombe y samba. Y el cuarto que se iba a llamar Amén. En esos años yo estaba en una búsqueda de un sonido propio que tuviese los ingredientes del rock. La franqueza de ciertos acordes, cierto nivel de intensidad y un lenguaje que es parecido al de la copla española, de versos cortos con mucho significado. Quería trabajar en esa dirección. Esa idea es interrumpida porque el censor, director del Comfer en ese momento, iba semana tras semana a la EMI, compañía en la que yo grababa, para decir qué se podía y qué no se podía pasar. Un día dijo que lo mío no se podía pasar, que mis discos tenían que ser retirados de los comercios y que era amigo de gente peligrosa. Evidentemente, tenía que hacer otra cosa. Hice lo que me dijeron, pero cambié de país primero. Vivíamos así. No era algo sorprendente. Lo sabíamos todos aquellos que teníamos una inquietud social. En ese tiempo yo tenía una militancia en la juventud de trabajadores peronistas. Empecé en un sindicato, porque había discusiones políticas y filosóficas que me interesaban mucho, con una organización que se convertiría en la creación de bolsas de trabajo. Como siempre, en ese momento faltaba trabajo. Además, queríamos darle un sentido nacional a la música. Queríamos ser como Brasil, que tenía claramente una música nacional moderna. Algunos hicimos lo que pudimos. Otros, que vinieron después, lo mejoraron. Bueno, a alguien no le gustó y me dijeron que me fuera. Y alguien me protegió también y pude salir sin problemas.
-Cuando escucho ese último tema de tu nuevo disco, “Vos me hablás de paz”, que dice en sus versos: “Yo te hablo de justicia”, pienso que Roque Narvaja no ha perdido las mañas.
-[se ríe] En la década del setenta habría sido peligroso decir algo así. Éramos muy autocensurados. Teníamos una gran cancha para autocensurarnos y éramos más ingenuos en relación con lo que sucedió después. Algunos tuvimos mucha suerte porque el proyecto de exterminio era definitivo. Por eso al mundo civilizado no le gustó. Porque también por otros, como Bosnia y Herzegovina, nadie levantó un dedo. Nosotros defendíamos ideas. Discutíamos ideas y política. No políticos. Hoy esa práctica es impensable. No la veo. Veo que solo se discuten estrategias y fanatismos con lógicas de barrabravas y eso está muy lejos del mundo que nosotros soñamos y, probablemente, jamás veamos.
-¿Qué lugar ocupa la aviación en tu vida?
-Siempre quise ser piloto. Nosotros somos cordobeses. Mi padre tuvo una relación muy directa con la Escuela de Aviación Militar de Córdoba. Fue profesor en la escuela de suboficiales. Mi viejo era admirador de los pilotos. Y fue fiscal de gobierno durante la intervención de la provincia de Córdoba, entre 1950 y 1952. Mi hermano mayor estudió en la escuela de aviación, pero después no siguió. Yo en ese momento, cuando tenía la edad, no tenía el físico adecuado. Era difícil entrar en esa época. Y mientras estudiaba en el colegio, en mi casa había una tradición que era la de ser profesional. Pero en casa la guitarra criolla con la que tocábamos zambas se convirtió en una eléctrica con la que tocábamos a los Beatles. Si no hubiera sido por el éxito de “El extraño del pelo largo” yo hubiese intentando, no sólo volar, sino entrar en la Escuela de Aviación Militar. Porque fue un sueño mío ser piloto de combate. Ahora es un poquito tarde, además casi no tenemos fuerza aérea. Pero pude ser piloto cuando la música me dio un descanso. Cuando yo pude acomodar mis ideas y mi vida. Pude cumplir mi sueño. Soy piloto de primera clase e instructor de vuelo y he sido convocado nuevamente para la tarea. Estamos todos intentando volver luego de esta pandemia.
-¿Un piloto de avión tiene un lugar en el mundo?
-Tengo dos, pero no lo digas para que nadie se ponga envidioso [se ríe]. Mi lugar en el mundo es el cielo. Pero antes, por mucho tiempo, y si Dios quiere volverá a ser, el escenario. Porque cuando yo subía al escenario entraba a mi casa. Ahí soy como soy y como soñé ser. Y tengo una conexión directa con el público. Eso te lleva a otro cielo, a soñar que las cosas van a ser mejor. Yo creo en eso y eso me mantiene vivo.
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