Excompañeros y socios musicales en Pink Floyd, tienen una historia conjunta tan nutrida en lo artístico como en las diferencias en sus puntos de vista; la reedición de Animals reabrió las heridas entre el bajista y el guitarrista
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“Mirá, ahí está Gilmour, ahí está Gilmour”, gritaba fuera de sí un espectador de la novena función –la última, la del 20 de marzo de 2012, la del campo sin butacas– del tour The Wall Live de Roger Waters en el estadio de River Plate. “¡Subió David, no lo puedo creer!”, insistía otro, al tiempo que sonaba el icónico solo de “Comfortably Numb”. Mientras tanto, en lo más alto de la pared, el guitarrista Dave Kilminster -que no podría parecerse menos al socio de Waters en Pink Floyd- daba todo de sí para cubrir aquella gigantesca ausencia que algunos, cebados por los rumores de reunión en Buenos Aires, se obstinaban en negar, incluso cuando sus propios ojos les mostraban otra cosa.
Hubo por aquellos años un par de instancias de tregua que hicieron que esta locura (los enemigos íntimos Roger Waters y David Gilmour compartiendo escenario) se volviera verosímil. La primera había sido en el Live 8 de 2005, aquel evento benéfico organizado por Bob Geldof. Contaba el organizador que el bajista le pidió el teléfono de su excompañero para convencerlo de la reunión: “¿Cómo no lo tenés?”, contestó Geldof, que se lo pasó sin mucha esperanza. No obstante, el milagro se dio: la formación clásica de Floyd (con Nick Mason y Richard Wright, que falleció tres años después) tocó cinco canciones por primera vez desde el 17 de junio de 1981 en el Earls Court de Londres, la última presentación de la gira de The Wall.
Cinco años más tarde, el bajista y el guitarrista se reencontraron para otro recital benéfico, en este caso dedicado a recaudar fondos para los refugiados palestinos. Esa vez la convocatoria vino del lado de Gilmour. “En la preparación para aquella noche, creo que fue David en persona el que tuvo esta idea tipo ‘¿no sería divertido...?’. ¿Qué pasaría si David cantara este viejo tema de los Teddy Bears, ‘To Know Him is To Love Him’ [”conocerlo es amarlo”] conmigo, sabiendo que nos estuvimos cayendo el uno al otro con las manos al cuello tan públicamente durante años y años?”, contó Waters. Para convencer a su amigo/archirrival, Gilmour ofreció una contraprestación: tocar en una de las fechas de la gira The Wall Live en el O2 Arena de Londres. Gilmour cumplió: hizo “Comfortably Numb” desde lo alto del muro (de ahí que los fans argentinos hayan creído verlo a la distancia en River) y al final tocó la mandolina en “Outside the Wall”, de la cual participó también Nick Mason con su pandereta.
Ese acercamiento hizo pensar que el vínculo estaba al fin reconstruido y que la ocasión especial de haber batido el récord de shows en River con nueve presentaciones ameritaba otra juntada. Sin embargo, no sólo no vino Gilmour a Buenos Aires en 2012 sino que nunca más se volvería a mostrar con Waters en ningún escenario del mundo. Las cicatrices que habían dejado todos esos años de guerra eran demasiado profundas.
El punto de no retorno fue la demanda que Waters le impuso a sus excompañeros en 1986 para pedir que se disolviera la marca comercial Pink Floyd porque él ya no la integraba. Se había ido después de editar su primer disco solista, The Pros and Cons of Hitch Hiking (1984), pensando que su partida significaría el final de la banda. Un teléfono descompuesto fue el origen de la disputa: en una reunión en un restaurante, se dijo “la vida continúa”. Waters lo interpretó como un signo de que todos podían seguir haciendo música por las suyas sin que la banda existiera y Gilmour y Mason (en ese momento Wright había sido despedido e inmediatamente después contratado como músico a sueldo), en cambio, lo entendieron como un aviso de que con o sin el bajista, Pink Floyd continuaría existiendo. Mason dijo en sus memorias, Inside Out: A Personal History of Pink Floyd: “Queda claro que nuestras habilidades para la comunicación seguían siendo problemáticamente inexistentes”.
Gilmour también asegura haber dejado sus intenciones de manifiesto: “Le advertí: ‘Si te vas, nosotros seguimos’”, le contó a Nicholas Shaffner para el libro Saucerful of Secrets. A Pink Floyd Odyssey. Y así fue: llegaron a un acuerdo extrajudicial y la formación Gilmour-Mason-Wright lanzó A Momentary Lapse of Reason en 1987 y The Division Bell en el 94, mientras Waters seguía con su carrera solista y tocaba The Wall en Berlín por la caída del Muro, en 1990. En 2013, el bajista dijo estar arrepentido de hacer juicio (“sí, lo reconozco, me equivoqué, claro que lo hice, pero, ¿qué importa a esta altura? Fue una decisión comercial y de hecho fue una de las pocas veces que aprendí una lección tras una disputa legal”, declaró, lo cual también alimentó los rumores de reconciliación definitiva). Pero en los 80, con el litigio todavía fresco, la pelea recién estaba empezando.
“Dave no tiene ideas y Nick no sabe tocar la batería”, le dijo Waters a un diario de su país en 1985. Gilmour se sintió tocado por lo de “no tiene ideas”: justamente lo que disparó el enojo fue que en la grabación de The Final Cut (1983) pidió más tiempo para redondear material propio y su socio se lo negó, decidido a hacer un disco inspirado en la Guerra de Malvinas y en la muerte de su padre. “Tendría que haber sido un álbum solista de Roger, apareció para llenar espacio. Nunca debimos lanzarlo como Pink Floyd”, dijo por entonces el guitarrista.
La contienda judicial tuvo un rehén inesperado: el famoso cerdo inflable que la banda usaba en sus shows desde la época de Animals (1977). Diseñado por Waters y construido por Jeffrey Shaw, los derechos por su uso quedaron de su lado en el arreglo, pero Gilmour le encontró la vuelta: le agregó al animal un par de testículos que modificaban el diseño registrado y le permitían usarlo.
Justamente Animals es el disco que vuelve a enfrentarlos hoy, a 54 años de que el colapso mental del fundador Syd Barrett los uniera como dupla compositiva en Pink Floyd. “Estas mezclas han languidecido sin publicarse debido a una disputa sobre algunas notas de portada que [el periodista] Mark Blake ha escrito para esta nueva edición. Gilmour ha vetado el lanzamiento del álbum a menos que se eliminen estas notas. No discute la veracidad de la historia descrita en los textos de Mark, pero quiere que esa historia permanezca en secreto”, escribió el bajista en sus redes, con respecto al lanzamiento del disco remasterizado que espera desde 2018 por unos textos que, aparentemente, dejarían en evidencia que su peso en el proceso creativo del disco fue mayor al de su compañero. Se espera una respuesta de Gilmour que -como él mismo en aquel show de River- todavía no aparece.
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