Roger Waters: "Si no te abres al amor, te marchitas y mueres"
Con disco nuevo, el músico británico revela sus pasiones, los recuerdos que aún lo torturan y critica el mundo en el que vivimos
Guerras desgarradoras. Guerras que expulsan a gentes de sus tierras, que matan, que rompen familias. No es de extrañar que las guerras sigan tan presentes en las canciones de Roger Waters. Su padre murió en la Segunda Guerra Mundial. Su abuelo, en la Primera.
Aquel niño que creció sin un padre sigue vivo dentro de este hombre adulto de 73 años. El genio creativo de Pink Floyd, el hombre acuciado por sus obsesiones, el izquierdista crítico con el orden establecido, el de las letras punzantes, está de vuelta. Y han pasado 25 años. Sí, es verdad, hace 12, en 2005, facturó una ópera, Ça ira, una rareza en su larga trayectoria. Pero desde 1992, fecha de su último disco de rock, no ofrecía una nueva colección de canciones.
La vida da vueltas, ya lo escribía él en "Us and Them", perla de The Dark Side of the Moon (1972), que catapultó a los Floyd al reconocimiento mundial. Lo de las vueltas, en su caso, se confirma. Cuando en la segunda mitad de los 80, tras dejar el grupo, Waters andaba pleiteando con sus compañeros para que no pudieran usar el nombre Pink Floyd sin estar él en el proyecto, David Gilmour y Nick Mason parecían depositarios de la antorcha de la banda y giraban cantando "Money". Pero el tiempo se la ha devuelto a él. Tras recorrer el mundo con la gira más exitosa de la historia de un artista en solitario -220 actuaciones entre 2010 y 2013, más de 458 millones de dólares recaudados-, la que realizó recordando The Wall, regresa ahora con Is This the Life We Really Want?, un disco de aroma añejo, muy de los Pink Floyd de los 70, de esos que transmiten la sensación de que el apocalipsis acecha, pero que aún hay un rayo de luz que se cuela.
En una mañana soleada en Nueva York, Waters entra con paso firme en una sala de unos estudios de grabación y se acomoda en una butaca frente a la mesa de mezclas. Camiseta negra, vaquero azul, botas negras, mirada azul, George Roger Waters (Great Bookham, Surrey, Reino Unido, 6 de septiembre de 1943) dispara con lengua afilada cuando habla de política y abunda, sin tapujos, en su dura infancia.
-Lleva usted escribiendo sobre la guerra desde 1968. ¿Se debe esto a que su padre murió en la Segunda Guerra Mundial?
-La guerra está presente porque siempre está ahí. Pero es posible que tenga una especial empatía por las víctimas. Mataron a mi abuelo y a mi padre en las dos guerras mundiales. Mi abuelo murió el 24 de septiembre de 1916 y su hijo, el 18 de febrero de 1944. Así que tal vez tenga que ver con esa agonía que genera la pérdida, la que millones de personas están sufriendo en el mundo.
-El 17 de febrero de 2014 visitó el lugar en que su padre murió, cerca de Roma, con un veterano de guerra, Harry Schindler. ¿Qué descubrió en ese viaje?
-Ver la inscripción del nombre de mi padre me hizo entender la dimensión de la presencia que he llevado sobre mis hombros toda mi vida. Me hizo ver cuán grande era mi necesidad de ganarme la aprobación de esa persona a la que apenas conocí, pero que admiraba y respetaba gracias a las historias que mi madre contaba. Comprobé lo importante que era y es para mí. En cierta ocasión, tras un concierto, un veterano se me acercó, me miró a los ojos, me cogió la mano y me dijo: "Tu padre estaría orgulloso de ti". Me quedé sin resuello. Me emocionó. Era un veterano de Vietnam. Yo suelo invitarlos a los conciertos. Acuden hombres heridos, hombres con quemaduras.
-¿Qué supuso para usted crecer sin un padre?
-Te pasas toda la vida haciendo aspavientos cada vez que estás con otro hombre, intentas impresionarlo. Lo hice desde que era pequeño.
-¿Influyó esto en el hecho de convertirse en músico, en la necesidad de escribir canciones?
-Probablemente. No sé de dónde viene la escritura, es algo misterioso, pero la necesidad sin fin de la palmada en el hombro, la búsqueda de un padre que te diga "bien hecho" ha sido una constante en mi vida.
-¿Ayudaron las canciones a sobreponerse a sus guerras interiores?
-Sí. Escribir alivia, es gratificante. Compartir un sentimiento o mostrarse ante los demás puede resultar catártico. Te expones a la aprobación, al ridículo. Y muy a menudo la gente te responde con amor si expresas un sentimiento que reconocen. Muchas veces me he dicho a mí mismo: "¿Por qué no lo dije?". A menudo hablas con alguien y te guardas algo porque te preocupa cuál será su respuesta. Mi experiencia es que no compartirlo, tratar de ocultar aspectos negativos sobre ti, no admitir algo que has hecho porque piensas que te retirarán su amor es casi siempre una mala decisión.
-Usted fue contestatario desde muy pequeño, ¿de dónde procede esa vena antiautoridad?
-Viví un incidente en la guardería cuando tenía dos o tres años. Un día, me senté encima de un juguete y se me rompieron los pantalones. Una mujer joven decidió que había que coserlos y me los quitó a la fuerza. Me sentí como si me estuvieran violando, me resistí con toda la fuerza que tenía, pero era demasiado fuerte para mí.
-¿Se acuerda del incidente?
-Perfectamente, es un recuerdo muy fuerte. Me sentí víctima de esa bovina errante que no entendía mis sentimientos. Experimenté vergüenza, humillación. Puedo hacerme una idea de lo que debe de ser que te violen, así de intenso fue.
-¿Y esa sensación de indefensión lo acompañó a la escuela?
-Basta que te ocurra una vez para que te preocupe que te vuelva a suceder. Y así fue, de adolescente, durante un fin de semana con la Cadet Force, un grupo de chicos me atacó. Algo que solían hacer. Te asaltaban en medio de la noche, te bajaban los pantalones y te ponían betún en las pelotas. A ha ha.
-De ahí el "we don't need no education" de "Another Brick in the Wall"...
-Alguien me enseñó un dibujo que hice donde aparece un profesor señalando a un niño pequeño y diciéndole: "Eres patético, nunca llegarás a nada".Así nos trataban en la escuela. Recuerdo a profesores que escribían en la pizarra: "Esto es basura". Eran unos cabrones. No todos, había gente muy decente, pero algunos eran unos puercos. Odié cada minuto de colegio.
-Después estudió Arquitectura, ¿cuándo decidió ser músico?
-A los 14 o 15 años. Parecía la única posibilidad de ganar dinero o de acostarse con alguien [risas]...
-¿Tan difícil resultaba?
-Sí. La otra opción era ganar en las apuestas deportivas. Yo trabajaba como arquitecto en 1967 y de pronto nos hicimos músicos profesionales y tuve que dejar el despacho en el que trabajaba. Durante años, vivimos con nada, casi sin dinero. Poco a poco fuimos teniendo éxito, haciendo conciertos. Aprendimos a hacer discos y finalmente conseguimos hacer uno realmente bueno, The Dark Side of the Moon. El resto es historia.
-¿Qué supuso para usted, en los albores de Pink Floyd, la salida de Syd Barrett del grupo?
-Fue muy desgarrador. Lo conocía desde pequeño. Se volvió loco. De pronto, mi amigo, un chico encantador y con mucho talento, parecía un zombi. La banda había tenido éxito gracias a él, componía todas las canciones. Fue devastador, pero conseguimos superarlo y supuso un gran cambio. Todos nos vimos obligados a componer. Yo ya había escrito un par de canciones, así que estaba claro que tenía algunas ideas. Cuando se fue tuve que ser el que se puso a crear todo.
-¿Qué aprendió de su etapa en Pink Floyd y, en particular, de los años en que se separaron?
-No creo que haya aprendido demasiado [se ríe]. Uno aprende de los errores que comete con las mujeres. O al menos yo lo he hecho. Mucho.
-¿De verdad?
-Sí. He cometido errores muuuy graves. Pero al final aprendes a ser honesto contigo mismo. Como decía antes, lo peor es esconder. Y el amor es trascendental. Si te entregas, te herirán, pero también crecerás y experimentarás alegría. Si no te abres al amor, te marchitas y mueres. Tienes que ser capaz de empatizar con gente que te necesita, con otros seres humanos. Así que cuando alguien se presenta a las puertas de tu frontera, lleno de polvo, porque tuvo que vivir donde le tocó vivir, le tienes que dar refugio. Marine Le Pen, el jodido Nigel Farage y Donald Jodido Trump se equivocan. Tenemos que acoger a los refugiados, comprender las sociedades de donde vienen, sus convicciones religiosas; tenemos que hacerles lugar en nuestro corazón. No se gana nada construyendo muros, señalando a otros y diciendo: "Nosotros somos los buenos y éstos son los malos", eso sólo lo hacen los gilipollas. Y lo hacen todo el rato, se inventan historias para apoyar su visión, en eso consiste la propaganda. Es lo que tienen en común con Goebbels. Él se dio cuenta de que eso funcionaba, y funciona, desafortunadamente. Por eso hay que resistirse.
-Usted ahora vive en Estados Unidos, un país en el que Donald Trump ganó...
-Gané, gané, gané [dice imitando la voz de Trump].
- Y los impuestos que paga van a ser destinados a incrementar los gastos militares, ¿cómo vive esto?
-Es terrible. Vine por el más pequeño de mis hijos, tras un divorcio. Mi esposa era americana y lo trajo a mi hijo, así que lo seguí. Pero estoy feliz. He encontrado a una buena mujer [se ríe].
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