Hay vida y espectáculo antes del próximo Boca-River. Más de 40 mil personas cambiaron el chip durante casi tres horas para disfrutar del primer show de Roger Waters en el Estadio Único de La Plata. Si la prisión del presente es una pantalla, anoche una multitud quedó embrujada ante una maravilla led: un colosal telón de fondo, de más de 60 metros de largo y 12 de alto, que no paró de disparar estímulos visuales contra todos los males del mundo. Son las mismas obsesiones que acompañan al bajista y cantante carismático desde los días en que empezó a tomar las riendas de su ex banda.
La guerra, el odio racial, la sociedad de consumo cada vez más alienada, el creciente avance de las derechas extremas y otras miserias del planeta quedaron retratados con crudeza y también mucha ironía cada vez que se asomaba Donald Trump en la inmensa pantalla. Todo esto sucedió mientras una banda cercana a la perfección repasaba uno de los repertorios más entrañables de la historia del rock, del tiempo en que los álbumes perduraban por décadas.
Pero no fue una canción de Pink Floyd ni las imágenes del muro gigante las que provocaron el momento más emotivo de la noche. Poco antes del final del show, Waters habló sobre el encuentro con las madres de los soldados argentinos muertos en Malvinas, mostró un poncho que le regalaron, recordó que aún faltan identificar a 21 combatientes y cerró su alocución con un breve homenaje a los desaparecidos en dictadura para luego disparar desde su celular uno de los temas más emblemáticos de León Gieco: los primeros versos de "La memoria" sonaron en el estadio y acto seguido el músico inglés interpretó una emocionada versión de "Mother".
El Us + Them Tour es el mejor resumen artístico que Roger Waters ha mostrado en sus cuatro visitas al país. El itinerario variado por la obra de Pink Floyd es la clave de un show sin fisuras que muestra a una banda más presente que en otras oportunidades. Los temas de su último disco, Is This The Life We Really Want, continúa las hojas inconclusas que dejó The Final Cut e incluso viaja más atrás en el tiempo. Escuchar en vivo de un solo trago el lado A de The Dark Side of The Moon es sólo comparable con los conciertos argentinos de Paul McCartney, y más aún si aparecen sorpresas como "One of These Days" bajo ese martillo de cuatro cuerdas que apunto al pecho de todos los presentes.
De algún modo u otro, la ausencia de David Gilmour siempre devaluó las performances porteñas de Waters. Ahora, el corazón melódico de Floyd tiene un reemplazante a la altura de la leyenda: Jonathan Wilson hasta se parece a Gilmour en su etapa 70s y canta en un registro no tan similar que brinda nuevas opciones a temas como "Breathe" o "Us And Them". Algo del toque hippie californiano de este notable violero, cantante y productor debe haber influido en el ex Pink Floyd para que la versión de "Wish You Were Here" suene más a Costa Oeste que a folk británico.
En la suma de aciertos dentro de una banda brillante, aparecen las cantantes del grupo indie Lucius, Jesse Wolfe y Holly Leassig: las chicas parecen modelos salidas de una tapa de Roxy Music y, cuando entran en batalla, aportan un toque de sofisticación y autoridad para adueñarse, por ejemplo, de un himno complejo como "The Great Gig in The Sky".
Entre los momentos imborrables quedan la rabiosa versión de "Welcome to The Machine" y la cita a The Wall con la participación de un grupo de niños de Buenos Aires para cargarse la coreografía coral de "Another Brick in The Wall". Enfundados en mamelucos anaranjados y capuchas negras, la imagen es una clara alusión a los presos alojados en Guantánamo. La procesión escolar del horror guarda un secreto en sus remeras: la inscripción "Resist" es un mensaje que se repetirá en las pantallas durante el intermezzo de 20 minutos. En ese lapso de tiempo aparece el momento más político del concierto, con denuncias a los gobiernos de las potencias mundiales y sus políticas abusivas, a Mark Zuckerberg por las continuas acciones de censura en Facebook y a la defensa del pueblo palestino. Sin que medie ningún error de producción, las pantallas funcionan perfectamente y el sonido es una delicia. Surge de manera espontánea el hit del verano en versión multitudinaria.
La segunda parte es aún más espectacular. Arranca con el famoso chanchito rosa sobrevolando las bocas humeantes de las cuatro torres de la central eléctrica Battersea Power Station que emergen en la pantalla gigante. Waters recupera dos canciones de Animals, el disco ninguneado de Pink Floyd: "Dogs" explota en los cambios de ritmo y "Pigs" es la excusa perfecta para intervenir la imagen de Trump desde una estética warholiana con la maravillosa impunidad pop. No es necesario recargar la idea, pero Waters elige alzar un cartel que dice "Fucks The Pigs".
Luego "Money" pareció acercarse a su versión definitiva gracias el saxo de Ian Ritchie y también al doble comando de guitarras entre Dave Kilminster y Wilson. Atrás, en la pantalla, sonríen y se saludan los líderes mundiales. Pegado, "Us And Them" mejora hasta el viento que pega duro en las alturas del estadio y la secuencia final estrena otro tema incluido en Is This The Life We Really Want: el vértigo de "Smell The Roses" es otro acierto del setlist y una de esas canciones que mantienen vital al señor canoso de 75 años.
La curva final vuelve a The Dark Side… para completar el trip espacial y fumón. Hay psicodelia de alta fidelidad en "Brain Damage" y "Eclipse". Una pirámide de rayos láser sobrevuela las cabezas de los que ocupan la parte central del campo. El efecto lumínico es sorprendente y, a esa altura del show, Waters ya tiene a todos en sus bolsillo. Todavía falta "Comfortably Numb" con Jonathan Wilson en otro rol Gilmour. La versión es tan buena que el ex líder de Pink Floyd la eligió para cerrar su idea de megalomanía rockera o, a decir verdad, el espectáculo más grande del mundo en crisis.
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