Rodolfo García y Luis Alberto Spinetta, una amistad hasta el fin de sus días
Murió Rodolfo García. Porteño de Villa Ortúzar, baterista, hincha de River, personalidad destacada de la Cultura de la Legislatura de su ciudad y motor de mil historias ligadas a la música. Podría ser una noticia más en el amontonamiento de otras que inundan cada día las páginas de los diarios y los posteos de todas las redes. Pero no.
Porque fue un músico importante, un artista significativo en la historia del rock, un integrante fundamental de varios de los grupos emblemáticos. Porque fue un gestor cultural activo y entusiasta, en lo público y en lo privado, y hasta llegó a tener cargos de relevancia como programador de festivales o como Director Nacional de Artes. Y porque fue un generador permanente de ideas para organizar grupos, para sostenerlos, para pelear contratos o para conseguir espacios para tocar. Quienes lo conocemos desde hace años, sabemos de sus voluminosas y nutridas agendas –de papel antes, electrónicas después- de la que salían conejos de colores para comunicarse con cualquiera. “¿Rodo, tenés el teléfono de (ponga el lector el nombre que quiera, siempre que fuera del ámbito de la música)?”, y allí estaba García para cederlo, para hacer de intermediario, para facilitar la tarea del encuentro.
Sin embargo, más allá de todas sus virtudes públicas que alcanzaron a mucha gente y que están en las biografías, como parte de discos inolvidables, como maestro de tocadores de parches y platos (sin haber jamás dado clases directamente), como presencia en el escenario de quien lo llamara para subir, hay que decir que Rodolfo tenía un llamativo talento para la amistad. Es por eso que en estos días que transcurrieron entre su ACV y el desenlace se leyeron miles de palabras de todo tipo salidas de los corazones de músicos, periodistas, funcionarios, plomos y productores de todas las ramas. Es que era fácil ser su amigo, en definitiva. Porque abonaba la tertulia –yo personalmente, jamás conocí a alguien así-, le gustaban los asados con largas y bien mojadas sobremesas, era un increíble contador de anécdotas que remataba siempre con una carcajada, era una máquina de emitir frases inolvidables y graciosas, y bastaba con convocarlo para que siempre diera el presente. Y, pese a sus convicciones políticas que se hicieron más expuestas en los últimos tiempos, jamás abonó las grietas ni rompió lazos con quienes quería aunque pudiera tener diferencias ideológicas profundas.
En esa infinita lista de gente que lo quiso y que ahora ya empezó a extrañarlo, están los que fuimos llegando desde distintos lugares y los de “toda la vida”. Y como era sumador, era capaz de responder a todos con su presencia en las juntadas. La habitualidad más o menos cotidiana dependía, claro, de sus distintos momentos laborales; pero de todos modos nadie, nunca, se quedaba afuera de su interés. Y varios de los músicos, periodistas o gestores con los que construyó y compartió proyectos en distintos momentos de su vida fueron conformando su círculo más íntimo que, como decíamos, lejos estaba de ser pequeño.
Pero hubo una persona que aún muerta seguía estando en lo más alto de su consideración, con una admiración y un afecto tan inmenso que rozaba la idolatría. Y esa persona fue Luis Alberto Spinetta, aquel flacucho adolescente que compartía aulas con Emilio Del Guercio y con quien haría parte de los comienzos de la historia del rock argentino al formar Almendra a fines de los ya lejanos años 60.
Para Luis, Rodolfo fue el hermano mayor, el consejero/consultor, el que estuvo en cada momento de su vida. No volvieron a compartir otra banda sino hasta el final, con Los Amigo, que se armó a principios de la década pasada y que tuvo exposición pública solo mucho tiempo después de la muerte de Spinetta, cuando se emprolijaron las grabaciones semi caseras que venían haciendo junto a Daniel Ferrón en el propio estudio donde ensayaban.
Pero antes, Rodolfo estuvo respaldándolo en cada historia personal, defendiéndolo de cuestiones mediáticas cuando fue tapa de revistas de la peor manera, empujando para hacer posible aquel mega-recital en la cancha de Vélez con las “Bandas eternas” en 2009, acompañando todo el proceso de su enfermedad y muerte, y defendiendo su memoria en cada lugar después de eso. Cualquiera que estuviera cerca de García lo tenía claro: en cualquier lugar, en toda situación, siempre aparecería en algún momento el nombre de Spinetta, por una anécdota, por una canción, por la historia de la tapa de un disco, por su compartido River Plate, por alguna aventura que quedó trunca, por la edición del disco póstumo, por sus hijos que lo querían como a un tío o por lo que fuera.
No es raro entonces que tanto pública como privadamente, el nombre de su vecino del noroeste porteño volviera a aparecer por estos días y que muchos pensaran que su viejo amigo lo estará esperando con la viola afinada para compartir, por ejemplo, una nueva versión de “Muchacha (ojos de papel)” con los fierros que Rodolfo sigue cargando como cuando era un veinteañero.
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