El popular artista plástico, responsable de todas las tapas de los discos de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, presenta una muestra sobre el material recopilado en su último libro, Las mil y una noches de Patricio Rey, donde evoca los comienzos de la banda
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Detrás de su bigote enrulado, Rocambole ingresa al salón rodeado de fotógrafos, camarógrafos, documentalistas y seguidores que no le pierden pisada. Como una estrella de rock, el dibujante que saltó a la popularidad como autor exclusivo de las tapas de los discos de Patrico Rey y sus Redonditos de Ricota, se presta a las fotos gentilmente y, enseguida, accede a subir a la planta alta del espacio UPA (Saavedra 130, Balvanera), donde por estos días presenta una muestra del material reunido en su último libro, Las mil y una noches de Patricio Rey, que evoca las presentaciones de Los Redondos, desde sus comienzos hasta 1993. Una banda que ya había retratado en su primer libro, Solos y de noche, dedicado a la última etapa del mítico grupo.
“Es una muestra de serigrafías y afiches que abarca un poco la protohistoria de Los Redondos”, sintetiza Rocambole, en diálogo con LA NACION. La muestra puede visitarse hasta finales de marzo, los sábados y domingos, desde las 18, con entrada libre y gratuita.
La idea del libro surgió a partir un coleccionista que lo contactó para mostrarle una recopilación bastante completa de su obra, incluso mucho más de la que el mismo Rocambole conservaba, plasmada en tarjetas, entradas, volantes, fotografías, avisos de diarios, notas periodísticas y afiches de todo tipo. El coleccionista y fanático de Los Redondos le propuso la idea de publicarlo.
“Muchas veces los trabajos de gráfica para la difusión y la publicidad se terminan descartando. Pero gracias a estos ‘ricoteros obsesivos’, como yo los llamo, pudimos recopilar todo este material después de muchos años”, cuenta el dibujante, que también ha publicado otros libros como Rocambole, arte, diseño y contracultura.
José Ricardo Cohen, tal como figura su nombre en el documento, nació en 1943 en Buenos Aires, en el barrio de Parque Patricios, y aún pequeño su familia se mudó a la ciudad de La Plata. Entre 1961 y 1963 estudió serigrafía y al año siguiente ingresó a la Escuela Superior de Bellas Artes de la Universidad Nacional de esa ciudad. Así las cosas, en 1967, presionado por la intervención de Bellas Artes durante la dictadura de Onganía, organizó una deserción en masa junto a otros estudiantes, que abandonaron la escuela para formar una institución paralela creada por ellos mismos: La Cofradía de la Flor Solar.
“En general uno recuerda las épocas de su juventud con mayor cariño que otras. Y en esa época de los 60 pasó de todo. Personalmente, fue el período en el que atravesé de la adolescencia a la juventud, con nuevas ideas, nuevos amigos y muchas transformaciones acompañadas por el ingreso a la universidad y la política. Simultáneamente se estaba dando la mejor música, el rock inglés y el nacimiento del rock nacional en Argentina. Eran años en que las transformaciones políticas todavía tenían mucha intensidad. Era un mundo convulsionado por la Revolución Cubana, el Mayo Francés, la Guerra de Vietnam. Fue una época de ebullición bastante intensa. Con mis amigos y compañeros de aquella generación teníamos la sensación de que se podía hacer todo, que podíamos transformar el mundo”, rememora Rocambole aquellos días en que se encargó del diseño de la portada del LP de La Cofradía, el primero de muchos otros trabajos que realizaría para músicos como Miguel Cantilo, Estelares o Claudio Gabis, además de Los Redondos.
Por entonces, la bohemia ocurría en los alrededores del palacio de la Legislatura, entre las diagonales donde había surgido toda una movida de bares que sacaban sus mesas afueras. Concurrían músicos, artistas plásticos, poetas, “toda la gitanería” de la ciudad de La Plata. Fue allí, en el ambiente de aquella bohemia platense, donde conoció a La Negra Poli y Skay, y más tarde asomó el Indio Solari.
“A La Negra la conozco desde que éramos chicos. Salíamos del colegio y nos encontrábamos todos los grupos en el centro de La Plata, que es un pueblo con edificios donde todos se conocen. Uno iba por la calle con unos amigos y decían: ‘Mirá, esa que va por allá es La Negra Poli’. Ya de chica ella era conocida como un personaje importante para nuestra generación”, asegura Rocambole, apodo que adoptó en los años 70 durante su exilio en Brasil, como un homenaje al personaje literario del escritor francés del siglo XIX, Pierre Alexis Ponson du Terrail, que solía leer en su infancia.
En el medio hizo mil trabajos, fue obrero en un frigorífico y taxista, hasta que a su regreso al país ingresó como docente en la Universidad de La Plata, donde dictó clases por más de 30 años. Incluso fue vicedecano de la Facultad de Bellas Artes y secretario de Arte y Cultura de la Universidad.
¿Cómo recordás aquellos primeros encuentros con Skay y el Indio en las noches de bohemia platense?
-Skay y sus hermanos eran de una familia acomodada de La Plata. Los habían mandado a estudiar a la Sorbona de París, allá por mayo del 68. Así que fueron testigos directos de todo el Mayo Francés y, como jóvenes que eran, se anotaron ahí a tirar alguna piedra, los detuvieron y los deportaron a Londres. Estaban ahí sin saber bien qué hacer cuando se cruzaron con una caravana de hippies que iban a un recital, los siguieron y terminaron viendo a Jimmy Hendrix el día que inauguró su banda Experience. Cuando regresó a La Plata, se acercó inmediatamente a La Cofradía, un espacio donde se reunía mucha gente: músicos, poetas, actores, una comunidad. Ahí nos encontramos y, en un recital que se organizó en el teatro Opera de La Plata, Skay conoció a La Negra Poli. Unos años después, en el 72, empezaron con los allanamientos, reventaron la casa y hubo que ir para otro lados.
-¿Y al Indio?
-Al Indio lo vi aparecer después, cuando se hizo amigo de Guillermo Beilinson, el hermano de Skay, que era cineasta y producía películas artesanales en 8 milímetros. Él introdujo al Indio en todo el circo, digamos. En ese momento yo tenía una moto grande, tipo Busco mi destino, y en el verano me iba para la costa a vender artesanías. Y me encontré al Indio en Valeria del Mar. En ese entonces, Guillermo Beilinson le encargó a Skay la música para una película y empezaron a trabajar juntos, a ligar con la música, pero Los Redondos todavía no eran Los Redondos. El nombre se lo pusieron un tiempo después, cuando los invitaron a tocar en un bar en Salta y se fueron hasta allá. Cuentan que fue toda una epopeya, pero no fui de esa partida.
-Desde 1985, con Gulp!, diseñaste todas las tapas de Los Redondos. ¿Cómo surgieron las portadas de esos discos? ¿Tenían un relato o un guion?
-En principio te diré que en aquella primera etapa no hubo reunión ni nada. Ya para Oktubre sí hubo una suerte de reunión, empezamos a tirar un relato. En esos días algunos habían ido a ver un coro del Ejército Rojo y habían quedado muy impresionados por esa actuación. Entonces, pensando qué podíamos hacer alrededor de eso, surgió la idea de hacer un disco en homenaje a todas las revoluciones de la historia de la humanidad. En general pasaba esto. Skay ya tenía algunos riff que empezaba a armar, el Indio tenía todo su bagaje de escritura, lírica y poesía, yo me dedicaba a lo mío y después juntábamos todo.
-¿Hacer dibujos sobre los álbumes de Los Redondos te comprometía de alguna manera a bajar línea sobre el significado de las canciones?
-Yo no ilustraba. Considero que la ilustración es hacer una versión de algo. Para ilustrar la tapa de un libro, lo leo y después hago una ilustración sobre lo que leí. Pero yo no ilustraba. Pienso que hacer la ilustración de la música de un disco es un poco reiterativo. Por eso prefería proponer algo, que luego se integrara al mensaje, de manera que cuando se completaba el disco, si sacabas algunas de sus partes, el mensaje quedaba incompleto. Es decir, yo no ilustraba la poesía o la música, sino que era una parte integrante del mensaje. En algunos momentos se logró y en otros no tanto. En el caso de Oktubre creo que se integró bastante bien, al punto que hoy día es difícil pensar una parte aislada de ese disco. Eso era lo que se intentaba.
-Y así surgió esa imagen de Oktubre: las cadenas rotas, el grito de libertad. ¿Cómo ves hoy el uso de la palabra libertad que se hace desde el gobierno?
-No me acuerdo qué escritor del Siglo de Oro español dijo que el lenguaje es aquello que nos confunde. Y por ahí anda la cosa. La libertad es una palabra muy amplia, que requiere más precisiones. ¿Estaría bien que yo tuviera la libertad para asesinar? Me gusta más la idea de libertad para sustraerse de un yugo, libertad para ayudar, libertad para mejorar, para progresar.
-La reproducción de tu obra en gorros, remeras, mochilas, banderas, tatuajes, se volvió un verdadero fenómeno. ¿Te sorprende que tus dibujos se hayan reproducido de esa manera?
-La primera vez que vi un tatuaje, me asusté. Estaba trabajando en las escenografías para las primeras presentaciones en el estadio de Huracán, que se hicieron por el 93 o 94, para preparar todos los decorados. Entonces salí a comprar algo afuera del estadio, apareció un muchacho y me dijo: “¡Oh Rocambole, mirá!”. Se sacó la remera y me mostró un tatuaje que cubría toda su espalda con el esclavo y las cadenas. Recuerdo que me asusté y pensé: “¡Uh!, este lo va a llevar eso toda la vida”. A mí se me ocurrió una noche y ya pasó, pero el tipo todavía lo debe tener. De todas maneras, siempre me encantó la reproductibilidad del arte, que todos puedan tener acceso a mi obra. Ni en mis mejores sueños hubiera imaginado que iba a pasar esto con mi trabajo.
-¿Qué tanto te reconocen los seguidores de Los Redondos como un integrante más de grupo?
-Me siento casi como una estrella de rock. Y no es que lo disfrute mucho, porque en general los plásticos somos más perfil bajo; lo que queremos es que se luzca lo que hacemos, que está afuera de nosotros. Me gusta llegar a una muestra que hice y ver la gente que hay. Disfruto de eso, pero después cuando vienen y me saludan, ya me resulta más difícil. Pero obviamente que siento ese reconocimiento, recibo mucho cariño.
-¿Cómo te definís hoy como artista?
-En principio, siempre le disparé a la palabra artista. A mí me define más la palabra dibujante, que es lo que hago habitualmente, todos los días. Para un dibujante como yo, el mundo es un territorio fascinante donde se mueven fuerzas muy intensas, de líneas, valores, colores, espacios, entonces uno intenta hacer una pirueta, quizás ineficaz, para atrapar un poco de ese mundo que se asoma.
-¿Te seguís viendo con El Indio y Skay?
-A Skay lo veo más a menudo, por ahí visita La Plata o yo vengo a Buenos Aires y nos encontramos en una mesa del Imaginario con La Negra Poli. De hecho, seguí trabajando en la gráfica de sus discos, material que sube a Internet. Al Indio no lo veo hace tantísimo, porque es cuevero y vive en el Conurbano, que para mí es un misterio.
-¿Una máxima para vivir?
-Yo hice cualquier cantidad de macanas, así que no puedo decir hagan como yo. No tengo una fórmula. Para hacer dinero, no sé bien lo que hay que hacer, ahora, para estar tranquilo y contento, te puedo decir: asado, vino, películas, libros y música.
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